El Gobierno y la oposición hablan mucho del crecimiento económico como condición necesaria para superar la crisis fiscal. Algunas voces agregan la reducción del gasto público. Indudablemente, el crecimiento económico es necesario e incluso muy deseable. De hecho, El Salvador es uno de los países centroamericanos con menos inversión extranjera y menos crecimiento económico. En parte, por limitaciones internas, lo cual ha llevado a más de uno a hablar del agotamiento del modelo económico y a proponer su redefinición, pero siempre de acuerdo a criterios neoliberales. Pero también por circunstancias externas, fuera del alcance de cualquier Gobierno. Dicho esto, también hay que afirmar que el crecimiento económico no contribuye a que la mayor parte de la población pueda satisfacer sus necesidades básicas. Ni siquiera el empleo que llegue a generar contribuye de manera determinante, porque el salario es muy bajo y las condiciones laborales explotadoras. La receta, en la cual el Gobierno de izquierdas y la oposición de derechas coinciden admirablemente, redunda en beneficio directo del gran capital, nacional y global.
El crecimiento económico debe ir acompañado de igualdad, un olvido inexcusable del FMLN y su administración. La oposición, las gremiales de la gran empresa, sus intelectuales y su prensa la han olvidado por razones obvias. Solo enfatizan la libertad. Pero un partido y un Gobierno “revolucionario” y “socialista” no pueden olvidarse de ella, porque la igualdad es de izquierdas. En efecto, al nivelar la desigualdad, en la medida en que redistribuye la riqueza nacional, la igualdad es de izquierdas y da paso a la verdadera libertad. Ahora bien, la igualdad no se alcanza mecánicamente, tal como sostiene la intelectualidad neoliberal. La igualdad es una decisión política, orientada a aumentar proporcionalmente la carga impositiva de los capitales y los ingresos más altos, incluidos el patrimonio, la herencia, la ganancia corporativa y la renta, para invertir en los servicios sociales. Por tanto, no se trata tanto de quitar a los ricos para dar a los pobres, sino de financiar unos servicios de calidad disponibles para toda la ciudadanía. Contrario a lo que piensa la intelectualidad neoliberal, los impuestos, en sí mismos, no son malos, tampoco buenos. Todo depende de cómo se recaudan y para qué se usan.
La deuda pública, las pensiones y el pacto fiscal son cuestiones importantes, pero más lo es la igualdad. Un partido de izquierdas no puede contentarse con equilibrar las finanzas públicas si la mayoría de la población tiene hambre, vive enferma y sufre violencia. Priorizar aquellas cuestiones con menoscabo de la igualdad es olvidarse de la causa del pueblo salvadoreño, a cuya inmensa mayoría se le niega la oportunidad de vivir dignamente. El FMLN y su Gobierno ya ni siquiera denuncian las injusticias del capitalismo neoliberal. Ahora su enemigo son unos cuantos magistrados y unos pocos embajadores. En su agenda de negociación no figura la igualdad, sacrificada en aras de la deuda, la fiscalidad, las pensiones y el crecimiento. No es extraño, entonces, que la cúpula legislativa esté más preocupada por su salud que por las enfermedades que asolan a la población por falta de facilidades y de prevención. Le inquieta más la obesidad de los diputados que el hambre de la población salvadoreña.
La igualdad es lo que mejor puede identificar a la izquierda, porque significa trabajar por una sociedad mucho más justa que la actual. Todos los seres humanos son iguales, todos merecen respeto y, por lo tanto, todos tienen derecho a las mismas oportunidades. La igualdad es de izquierdas porque se ocupa de las víctimas del sistema capitalista neoliberal y se pre-ocupa de ellas. No se necesita una izquierda hinchada de vanidad, sino una henchida de entrega incondicional a esas víctimas. El mejor revulsivo para impedir la consolidación de una izquierda autocomplaciente y vanidosa es el diálogo con todos, incluida la oposición y aquellos a quienes percibe como adversarios, para explorar las mejores alternativas que conducen a la superación de la desigualdad. De ahí que la izquierda debiera ser, por vocación, dialogante. La decisión política para redistribuir la riqueza nacional se alcanza con un pacto de mínimos. La posición extrema de conmigo o contra mí, así como yo digo o de ninguna manera, mi verdad y mi bien o la mentira y el mal, suenan bien, pero son ineficaces. La ética auténtica reclama realismo, a menos que quiera acabar en el fariseísmo y la fantasía.
Cómo explicar, entonces, que el FMLN y su Gobierno se hayan olvidado de la igualdad. Quizás el neoliberalismo los ha cooptado exitosamente. Una vez en el poder, descubrieron sus encantos y su disfrute los ha aturdido de tal manera que han perdido la sensibilidad ante la injusticia, el sufrimiento y la muerte. De todas maneras, la conversión a la causa de la igualdad siempre es una posibilidad abierta.