La independencia de Bukele

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Rodolfo Cardenal
23/09/2021

El discurso presidencial de 15 de septiembre y su insistencia en la independencia no estuvieron a la altura del desafío de la calle: una manifestación de unas 200 mil personas, según las 50 toneladas de basura que la alcaldía de San Salvador lamenta haber recogido (cada una habría dejado media libra de desperdicios, un asombroso nivel de producción). La exageración para desdeñar la protesta por su suciedad se vuelve contra la propia alcaldía, al darle a la marcha más relevancia de la que en realidad tuvo.

El presidente Bukele se ha apropiado arbitrariamente de la independencia. En su discurso sostiene que independencia es “hacer cambios de raíz para arrancar lo malo”; “también significa asumir retos que nadie más se atrevería a asumir” y poner fin al “círculo vicioso” de la resignación. Este momento es “especialmente único”, pues “hemos empezado a redescubrir como nación lo bello de la búsqueda de la independencia”. Por tanto, no hay más independencia que la suya y, en virtud de ello, desea que “nos recuerden como la generación de la verdadera independencia, que aprovechó esta oportunidad para transformar su destino para siempre”. Pero el discurso se queda corto. Bukele no identificó cuáles son los cambios, los retos y las transformaciones. Se contenta con apuntar que cambiar es “arrancar lo malo”.

Enseguida agrega haber roto “las ataduras del pasado”, aquellas que “nos han coartado nuestras libertades”. No las cadenas que retienen a la mayoría al borde de la sobrevivencia y que la obligan a huir del país, sino las de la institucionalidad democrática, que limitan el ya de por sí desmesurado poder del Ejecutivo. No cabe duda que Bukele ha dado “grandes pasos para ser independientes” de los contrapesos y controles constitucionales. Los avances más destacados de su gestión son la ruptura del Estado de derecho, la corrupción rampante en todos los niveles, la impunidad para la nueva generación de corruptos y un fabuloso negocio privado con fondos públicos.

La libertad de Bukele no es la de la gente. La independencia de 1821 ha sido anulada por la suya. No hay prócer ni héroe que lo iguale. Los Atlacatl, los Delgado, los hermanos Aguilar, los Cañas, los Arce, los Morazán, los Barrios y los Zaldívar no tienen cabida en su discurso independentista. Tampoco el legado arqueológico, artístico y literario. La radicalidad de su ruptura ha vaciado el contenido del nacionalismo salvadoreño tradicional, sin ofrecer una propuesta que lo reemplace. Añora ser recordado como el fundador de “la nación”, la cual, al igual que la independencia que la origina, está monopolizada por él. En ellas no cabe nadie más que Bukele, “dictador de El Salvador”. Hernández Martínez no aspiró a tanto.

Al haber erradicado el pasado por malo, Bukele pretende construir en el vacío. Pero muy a su pesar, el pasado dura en el presente. Pervive de alguna manera; si no, cada presente sería el resultado de una creación de la nada. Es, pues, un engaño apropiarse de proyectos de infraestructura previamente aprobados y financiados. Rediseñarlos no es más que aumentar innecesariamente el gasto. Sus diputados han archivado los expedientes que encontraron en la legislatura porque no eran suyos, pero no han sido capaces de llenar el vacío. La voluntad presidencial no puede borrar el pasado: es imposible transformar sin tomar a este en cuenta. Cabe recordar que Bukele llegó al poder gracias al pasado de Arena y del FMLN, y subsiste gracias a él. Solo podrá realizar aquello que ese pasado posibilita. Eso explica también que sus proyectos no se concretan tal como quisiera.

Las embestidas presidenciales contra el pasado no suprimen sus condicionamientos estructurales. Bukele no puede ir más allá de lo que la realidad le posibilita. Sus arrebatos contra el pasado evidencian esa limitación. Por eso, huye hacia adelante y construye en el aire. El futuro está abierto, pero no de forma indiscriminada como Bukele quisiera, sino posibilitado por el pasado. El futuro depende de cómo se enfrente el ahora determinado por el pasado, y su figura pende de las posibilidades apropiadas en el ahora. Paradójicamente, Bukele lo percibe de alguna manera al reconocer que los avances hechos son solo formales. Ha roto la institucionalidad democrática sin construir nada sólido.

Pese a presentarse como el libertador y el fundador de la nueva nación, Bukele se muestra cauteloso respecto al éxito de su gestión. Los cambios no superan la formalidad, porque, dice, “no se puede transformar de la noche a la mañana”, “los cambios reales […] llevan tiempo”. En definitiva, no promete nada que no sea él mismo. Si fracasa, será por los de siempre, quienes incluso se han infiltrado en la Casa Blanca.

El discurso del 15 de septiembre consiste en una serie de afirmaciones sueltas, desestructuradas y pobres. La ruptura con el pasado no permite retomar la retórica tradicional, pero tampoco elabora un nuevo concepto de independencia. Esta ha sido convertida en un mantra. No deja de ser presuntuoso que un solo individuo, por iluminado que se imagine, pueda crear “una nación nueva”.


* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.

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J
24/09/2021
05:46 am
Estimado P. Cardenal: Comparto su opinión sobre la pobreza del discurso presidencial del 15 de septiembre y me agrada la forma que usted lo expresa. Todo régimen autoritario pretende autodenominarse como la solución total a los problemas existenciales del pueblo que gobierna, pero eso es precisamente donde está su debilidad, ya que la esperanza humana trasciende toda esfera u orden político. El gobierno debe ser medio, y no fin, que facilite la realización de las más altas esperanzas humanas y, —a mi parecer— eso sólo es posible cuando un gobierno es dirigido por un líder muy bien preparado en la fe y en la razón. Mis mejores deseo son que la UCA y la Sociedad de Jesús, sepan egresar futuros líderes que posean estas características para el avance y bienestar común en nuestro país.
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