Finalmente, Nayib Bukele llegó a las portadas y a los grandes titulares de la prensa nacional, pero solo después de obtener un triunfo incontestable en las urnas. Aun cuando todas las encuestas habían anunciado consistentemente ese aplastante triunfo, las empresas mediáticas le negaron de manera sistemática el espacio, y cuando se lo dieron fue para criticarlo. A lo largo de la campaña, el hoy presidente electo fue el gran ausente en la prensa tradicional, la misma que se vanagloria de objetividad. No es la primera vez que se comporta de manera retorcida. La misma actitud adoptó con monseñor Romero, a quien ahora venera como “el santo salvadoreño”. En este caso, la traicionó su fuerte e irracional apuesta por el candidato de Arena. Su parcialidad fue tal que no sería extraño que haya contribuido a alimentar los espejismos de las cúpulas de Arena y del FMLN.
La realidad les puso los pies sobre la tierra de una manera brutal. El triunfo electoral de Bukele es abrumador. Captó una cantidad de votos muy superior a los otros tres partidos juntos. No perdió en ningún departamento. En ocho ganó por más de la mitad y en los otros, por más del 40 por ciento. Arena se quedó en un distante segundo lugar, el mismo que le habían asignado las encuestas, a pesar de la coalición con otros partidos, que, en realidad, le aportaron muy pocos votos. Vamos consiguió casi tantos votos como el PCN. El FMLN, el gran perdedor, quedó en un lejano tercer lugar. Si la intención de voto se mantiene, habrá otra debacle en las próximas elecciones de diputados y alcaldes. Claro, esto dependerá de cómo gobierne Bukele. En cualquier caso, Arena y el FMLN tenían razones de peso para impedirle participar en estas elecciones.
Aquellos que confiaron en la fuerza del territorio percibieron erradamente el sentir de la mayoría. Tampoco atinaron los que confiaban en una “remontada” o en la inevitabilidad de su destino victorioso. Les falló lo fundamental: la cercanía y la escucha del sentir popular. Tal vez en las innumerables visitas les dijeron lo que querían oír, un vicio tan antiguo como la colonia española. Tal vez los mítines y los desfiles fueron creaciones publicitarias para entusiasmar a otros que, al final, no lograron movilizar. La significativa cantidad de ciudadanos que ni siquiera se molestaron en acudir a las urnas es otro dato incontestable. El balance final arroja que el resultado de las urnas no se corresponde con la enorme inversión en tiempo, energías y dinero de la larga campaña electoral. Con mucho menos se hubiera conseguido el mismo resultado, porque el meollo de la cuestión no es la campaña, sino la realidad. Por primera vez, el enorme desprestigio de los partidos, los diputados y del poder ejecutivo, reflejado en las encuestas de opinión desde hace tiempo, se expresa en las urnas, donde más duele.
Los dos grandes perdedores, en lugar de preguntarse cuál era la razón de la popularidad de su contrincante, recurrieron a las tácticas de siempre, sin caer en cuenta de su inoperancia. Ni siquiera las constantes invectivas contra Bukele y su partido hicieron mella en ellos. Al contrario, se revirtieron sobre Arena y el FMLN, los dos partidos responsables directos de la corrupción y de la ineficiencia gubernamental. Este es, muy probablemente, el meollo de la cuestión. El desafío no era la campaña electoral, sino la escandalosa corrupción, la destacada ineficiencia de la gestión pública y la inseguridad. Durante más de tres décadas, Arena y el FMLN han permanecido enfrascados en luchas de poder que se remontan a la década de 1970; mientras, la corrupción medraba, la gestión pública se deterioraba y la población era presa del miedo.
Este malestar fue hábilmente aprovechado por Bukele. Su mensaje se centró en echar del poder a “los mismos de siempre” y en exigirles “devolver lo robado”, una frase que, irónicamente, no salió de las filas de Nuevas Ideas. Pero ese mensaje no hubiera sido eficaz, ni siquiera con el uso intenso de las redes sociales, si el descontento no fuera real. Las leyendas en algunas de las papeletas de votación expresan la cólera que embarga a mucha gente. El malestar existe desde que el FMLN ganó la primera presidencia. Pero ni él ni Arena tomaron nota. Tampoco se percataron de que la realidad nacional había cambiado, anclados como estaban en su pasado de posguerra. No tenían nada que ofrecer, excepto sus antiguos recelos y pendencias.
El resultado electoral marca un cambio profundo en la política nacional. Si los dos partidos tradicionales aspiran a volver a la relevancia, tendrán que convertirse al pueblo y a sus necesidades. Arena tendrá que repensar su identidad conservadora, distanciarse de los ricos y abrirse a la novedad de los tiempos actuales. El FMLN tendrá que repensar en qué consiste la representación popular que se ha arrogado desde la guerra. Su cúpula piensa que representa el pueblo, pero este no se ve representado por ella. Y Bukele tendrá que actuar rápida y eficazmente para introducir al menos algunas de las novedades anunciadas y esperadas, a pesar de que la situación es muy compleja y de que no cuenta con respaldo legislativo. De lo contrario, el azul de la golondrina se desvanecerá, así como se han desvanecido los otros colores políticos.