Acorralado y sin salida razonable —pues dialogar al parecer no lo era—, Nayib Bukele decidió perder con sonoridad y estruendo en su cadena nacional del sábado 13 de junio, llevándose de encuentro a muchos a quienes considera los causantes de una significativa derrota política, aquella que implica ceder un poco. Supuestamente atrapado, el presidente relató, con los detalles que le parecieron convenientes, la realización de una reunión secreta, en la que participaron dirigentes de la ANEP, magistrados de la Sala de lo Constitucional, el fiscal general de la República, un representante del partido Arena y el embajador de Estados Unidos, y en la que decidieron de forma conjunta la ley y hoja de ruta para transitar por el tosco camino de la emergencia nacional causada por el covid-19.
La historia de la reunión secreta, en caso de ser cierta, nos demuestra que en nuestra endeble democracia el problema más acuciante sigue siendo el mismo de siempre: el pueblo, que estorba.
La reunión secreta fue secreta precisamente para eso, para no ser vista u oída por la gente que opina, por la gente que piensa, por la gente que habla; y que por hablar, opinar y pensar, estorba. Se trata de ocultar la toma de decisión de los ojos curiosos de personas menos importantes que los figurones que participaron en ella, protagonistas con auténtico y demostrable poder político y económico, aquello de lo que carece el insustancial y humilde ciudadano promedio.
La reunión secreta nos habla de poder, del verdadero poder, el económico de la ANEP y el político del presidente de la República, los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, y de un representante de un partido político, Arena, que no representaba a nadie porque nadie votó por él, pero igual ordenó qué hacer a los diputados de su bancada. Este poder desplegado en la reunión secreta no se rige por leyes o formas democráticas; es un poder que permite a jueces ser asesores del Ejecutivo, que no tiene objeción en que un presidente que constantemente fustiga diputados y empresarios se reúna alegremente con ellos para transar en las sombras de un cuarto lujoso, todo supervisado por la complacencia y beneplácito del país más pudiente de todos.
El poder exhibido por los integrantes de la reunión secreta es uno que no se comparte con el pueblo. Por eso la reunión rehúyo del pueblo, aunque en ella se decide en nombre del ciudadano común y todos sus intereses, o al menos eso se espera. Ahora bien, esto último es apenas un atisbo de esperanza, pues no puede decirse nada más de la reunión. ¡Precisamente por eso fue secreta! Para que no sepamos lo acordado por los poderosos. Aquello que lleguemos a conocer de la misma, de sus intenciones, dificultades, motivaciones, de su desarrollo o sus conclusiones, incluso de sus participantes, depende enteramente de la información que graciosamente nos quieran regalar quienes ostentan el poder real, ese que no tiene la gente.
* Oswaldo Feusier, docente del Departamento de Ciencias Jurídicas.