Las grandes fortunas atraviesan los siglos; los apellidos de los afortunados no se desvanecen con facilidad. El análisis histórico de las fortunas multimillonarias de más de 70 países muestra que los herederos de tales patrimonios, por lo general, no caen en la pobreza. Una proporción relativamente significativa de las fortunas multimillonarias de Alemania (65%), España (54%) y Francia (51%) ha sido heredada. Esos porcentajes son aún más altos en América Latina: Argentina (80%), Chile y Venezuela (67%). En Estados Unidos, Australia y Canadá son más bajos. Una parte significativa de esa riqueza procede de rentas del sector financiero. Así, pues, una vez se es rico, es difícil dejar de serlo.
La riqueza es tan pegajosa que el 10 por ciento más adinerado acapara una porción cada vez más grande de la renta nacional. La riqueza de los más ricos no ha dejado de aumentar desde 1980, mientras los impuestos sobre la herencia y la renta han caído en picado. América Latina se destaca por la inadecuación de sus sistemas tributarios y por el elevado volumen de la evasión y la elusión, las cuales representan miles de millones de dólares que podrían haber sido invertidos en el gasto social para cerrar la creciente brecha de la desigualdad. No es extraño, entonces, que el 10 por ciento más rico posea el 71 por ciento de la riqueza nacional ni que solo tribute el 5.4 por ciento de sus rentas. En El Salvador, apenas roza el 5 por ciento; en Costa Rica, es un poco más elevado; en Nicaragua, es inferior al 5 por ciento; y en Honduras, bastante menos.
El mito de la riqueza asegura que los ricos se hicieron millonarios gracias a una genialidad, a su trabajo y a sus sacrificios. En muchos casos, el origen de las fortunas multimillonarias no es tan romántico como la de los traficantes de esclavos, de armamento, de drogas, de personas y de influencias. Desde la década de 1990, la intelectualidad neoliberal racionaliza el mito argumentando que lo importante no es la desigualdad, sino la pobreza. La tesis declara que las rentas del mercado son merecidas, mientras que los impuestos serían moralmente cuestionables (un despojo, grita el rico local). Según esa lógica, la solución no consiste en distribuir la riqueza legítimamente atesorada, la cual pertenece solo a su propietario y sus herederos, sino que los pobres tengan lo suficiente para no morir. De ahí la razón de ser de la llamada “responsabilidad social” de las empresas o de los repartos esporádicos y limitados de alimentos, de becas y computadoras o de atención médica.
La tesis es falaz. Enaltece la fortuna multimillonaria como logro del genio y del esfuerzo individual, cuando, en realidad, es fruto de la inversión pública masiva en investigación, educación, infraestructura, y también de privilegios como subsidios, reducción de impuestos y adjudicaciones indebidas y, por tanto, fraudulentas. Cuando la gran empresa reclama “buen clima”, de hecho, exige privilegios. En gran medida, sus abultadas ganancias están vinculadas con las concesiones estatales. No obstante, los beneficiados y sus teóricos alegan que el Estado es un estorbo para el mercado, porque no lo deja crecer, es decir, desean que la riqueza circule descontroladamente.
El mercado es una herramienta necesaria para el intercambio, la circulación de bienes, el crecimiento, la prosperidad y las oportunidades. Pero debe ser regulado. A la vista están los desequilibrios creados por la desregulación neoliberal, los cuales, sumados a las crisis económicas mundiales y la pandemia, han hecho insostenible el planteamiento neoliberal de los impuestos y la desigualdad. Es inaceptable que quienes más pueden aportar al bienestar general no contribuyan con lo que en justicia les corresponde. La aceptación de este hecho tiene consecuencias económicas y sociales graves.
Un alto funcionario cercano a Bukele avisó complacido que la próxima legislatura facilitará el desarrollo de megaproyectos. Sin embargo, el ministro obvia que, además de voluntad política, se necesita capacidad financiera y ejecutora. Además, el gran megaproyecto que la sociedad aguarda expectante es la contracción significativa del abismo de la desigualdad. Una obra de tal envergadura requiere gravar las rentas del capital sin miedo y con determinación y firmeza.
La ruptura con Arena y el FMLN sería radical si se abandona el sistema impositivo actual, que agudiza la pobreza y la desigualdad, impulsa la emigración y alimenta la violencia, para sustituirlo por otro orientado a conseguir más igualdad. Este es el desvío, o bypass, que lo seguidores y los no seguidores de la “N” desean y necesitan. Postergarlo es provocar el malestar social, que puede desbordarse, llegar a la calle y amenazar el orden de los hermanos Bukele. Confrontado con sus contradicciones e incompetencias, recurrirá a la represión, una posibilidad para la cual ya se prepara. Entonces, mostrará su verdadera idiosincrasia. Su prioridad no es el bien común ni el bienestar general, sino permanecer en el poder.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.