El Estado se enfrenta con una severa crisis financiera y con una devastadora violencia social, que deshumaniza y embrutece tanto a los pandilleros como a sus perseguidores. Las dos crisis están relacionadas, pero los funcionarios y los políticos todavía no han caído en la cuenta de ello. Agobiados por la falta de liquidez y la deuda, prestan atención a la primera, mientras que la crisis social la dan por superada. Además, la crisis financiera tiene un atractivo particular, porque alimenta las recriminaciones mutuas de los partidos grandes.
Los funcionarios del FMLN no dan con una salida viable y sostenible para sanear la hacienda pública, porque a toda costa evitan aumentar los impuestos a los ricos. Tampoco se atreven a perseguir la evasión y la elusión fiscal de los capitales grandes y medianos. Así, al final, acabarán por aumentar el impuesto al valor agregado, precisamente lo que esos capitales desean. De esa manera, el volumen de su acumulación no disminuirá, pero aumentará el gasto de la mayoría de la población de ingresos bajos.
Arena utiliza la crisis financiera para paralizar al Gobierno del FMLN. Parece bastante claro que apuesta por la quiebra financiera del país. Quizás incluso por la caída de la administración de Sánchez Cerén. Esa posibilidad es muy atractiva, pero es irracional, porque los Gobiernos de Arena son los primeros responsables de la maltrecha situación de las finanzas públicas y porque si el partido consigue su propósito, también tendrá que lidiar con la misma crisis, pero agravada. Al parecer, ese no es problema para un partido que no tiene reparos en elevar el impuesto al valor agregado ni en recortar el gasto social, ya que su prioridad consiste en garantizar el ritmo de acumulación de unos cuantos, que ya atesoran mucho, incluso mucho más de lo que pueden gastar. El bienestar del pueblo es un pretexto que, por ahora, se vende bien.
La violencia social no representa dificultad para el Gobierno y la oposición, porque su opción es el exterminio de los pandilleros y de su entorno, daños colaterales inevitables. Por eso, han prolongado las medidas represivas. Los melindres de Arena no obedecen a ninguna alternativa. Su opción también es el exterminio. Esa ha sido su respuesta a los problemas sociales desde su fundación. Por lo menos, todavía no se ha retractado públicamente de su antigua práctica. Objeta para entorpecer la acción gubernamental, pero no porque le duela el sufrimiento o la miseria de las comunidades.
Arena también es responsable del surgimiento y desarrollo de la violencia social. Obnubilada con el modelo neoliberal, siguió la receta al pie de la letra, sin considerar el impacto que causaba en la mayoría de las familias. Excluidos del deslumbrante y lucrativo éxito empresarial, muchos emigraron o se unieron a las pandillas para encontrar en el exterior o en el crimen aquello que se les negaba. A pesar de que Arena nunca se ha ocupado seriamente de la situación de la gente, cuenta con un caudal electoral consistente, porque es considerado más fiable que el FMLN.
Las dos crisis son, en el fondo, un problema social. La obstinada resistencia a contribuir proporcionalmente a las ganancias y la imperturbabilidad con la que persiste en la evasión y la elusión fiscal son muestras indiscutibles del egoísmo y de la corrupción del sector más poderoso del país. El odio de clase y el señalamiento de desenfreno que tanto lo espanta perderían su fundamento si ese grupo contribuyera más y se empeñara en reducir la desigualdad. Entonces, y solo entonces, tendría credibilidad para reclamar la reducción del gasto gubernamental superfluo y para pedir cuentas. La llamada responsabilidad social empresarial no es suficiente, porque no es proporcional, ni de lejos, a las ganancias corporativas e individuales. Sería más honesto prescindir de ella y tributar lo que corresponde.
La desigualdad social empuja a muchos excluidos de los círculos del consumo a la organización criminal. Otros se incorporan a ella para experimentar novedades, una especie de alternativa excitante, que la sociedad niega a una parte significativa de la juventud. Por otro lado, la violencia, con su elevada tasa de homicidios, y la represión indiscriminada alejan la inversión y reducen el crecimiento económico, lo cual redunda en menos producción, menos consumo, menos tributación y menos disponibilidad para el gasto social. Y así, el círculo se cierra sin solución de continuidad.
Se equivocan quienes piensan que con conseguir liquidez y aumentar la deuda superarán la crisis financiera. También se equivocan los que piensan que las recomendaciones de los organismos financieros internacionales son la respuesta. En el mejor de los casos, solo ajustarán el modelo económico neoliberal, para que el 1% de la sociedad mantenga intacta su tasa de acumulación, mientras que los demás observan impotentes cómo se sumergen cada vez más en la pobreza. De ahí que la organización criminal seguirá siendo una opción para una proporción significativa de la población.