En medio del triste espectáculo de la desobediencia legislativa a las sentencias de la Sala de lo Constitucional, en el que lo más rancio de la política vernácula se está exhibiendo, hay una noticia que se abre paso en esta coyuntura y que reclama protagonismo. El acuerdo entre las dos principales pandillas del país, con o sin la participación del Gobierno, sigue asombrando a unos y levantando suspicacias en otros, pero en muchos ha generado la alegría y la esperanza de que es posible encontrar una salida duradera a buena parte de la violencia. La visita del secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, por invitación de los mediadores del acuerdo, monseñor Fabio Colindres y Raúl Mijango, para dar fe del proceso iniciado por las maras, implica un cualificado respaldo a este proceso.
Desde que se hizo público, el acuerdo entre las maras ha estado rodeado de un halo de misterio que ha hecho que la población dude de su derrotero. Naturalmente, a ningún salvadoreño sensato le puede disgustar que disminuyan los homicidios; sin embargo, los cuestionamientos se produjeron por el desconocimiento de los detalles y del alcance de lo acordado. Justificada razón han tenido los que han planteado dudas en cuanto al alcance del pacto, las condiciones negociadas, a si está en juego o no la desarticulación de las estructuras delincuenciales de las maras, al papel del Gobierno, entre otros aspectos. Una de las grandes reservas con respecto a la tregua estriba en su duración, el riesgo que supone un posible rompimiento y que este cese de la violencia pandilleril sirva, como sucedió muchas veces durante la guerra civil, para acumular fuerzas y reiniciar con renovados ánimos la batalla.
No obstante, los signos que se van desgranando de este proceso están disipando lenta pero progresivamente algunos de los temores de la población. La semana pasada, con motivo de la visita de Insulza, los representantes de las dos pandillas, Barrio 18 y Mara Salvatrucha, se sentaron frente a frente y públicamente en una misma mesa, en un acto sin precedentes en la historia de El Salvador. Como preludio, en marzo, ambas agrupaciones hicieron público un comunicado en el que confirmaban su acuerdo. Mientras buena parte de los políticos se niegan a ponerse de acuerdo y provocan que sus seguidores se líen a golpes en la calle, los casi 50 líderes de las pandillas que se reunieron el 12 de julio en Mariona, hasta hace poco enemigos jurados a muerte, nos anuncian acuerdos comunes, dando el mejor ejemplo de que hasta en las circunstancias más difíciles, cuando hay voluntad, todo acuerdo es posible.
A las personas mayores de treinta años, este acontecimiento les remite inequívocamente al proceso de paz que dio fin a la guerra fratricida que vivimos. En aquel momento, como ahora, surgieron voces que se oponían a toda negociación, que ponían en duda cualquier acto, que insistían en que la única vía de relación era la fuerza bruta. Hoy, como cuando el diálogo por la paz comenzó en los ochenta, el simple hecho de que las partes enfrentadas se sienten en la misma mesa es ya un signo esperanzador. Además, las dos nuevas medidas anunciadas por las pandillas, el desarme parcial (que ya comenzó a hacerse efectivo con una entrega simbólica de armas) y el cese de todo tipo de violencia contra las mujeres, son elementos que se suman a gestos anteriores y que abonan a la generación de confianza en el proceso, a pesar de mantenerse las normales y necesarias reservas sobre la cuestión.
Indudablemente, en este proceso, las pandillas de El Salvador han logrado un reconocimiento que no tenían hasta antes del acuerdo. El pacto ha demostrado —para quienes lo dudaban o pretendían negarlo— el poder pacificador de las maras, que es tanto como su poder para violentar al país. La reducción del número de homicidios es elocuente testimonio de ello. La organización de las pandillas es tan efectiva y fuerte que las decisiones de sus líderes tras rejas han sido acatadas por la mayoría de sus integrantes. Además, las armas entregadas nos dan una idea del poderío armamentístico con el que cuentan. El Gobierno niega todos los días que esté dialogando con las maras, porque al aceptarlo les daría reconocimiento oficial. Sin embargo, todo mundo sabe que en este acuerdo el Gobierno tiene una participación importante y que en la realidad se les ha dado a las pandillas el reconocimiento que formalmente se les niega. Y ahora la visita de nada menos que el Secretario General de la OEA, quien se comprometió a ser garante del proceso, fortalece la legitimidad del acuerdo y deja claro que la dinámica va más en serio de lo que muchos creyeron al principio. El alcance del pacto de no agresión puede ser, entonces, tan importante y de tanta trascendencia para el país que merece la mayor atención y seguimiento. Los signos vistos ya alcanzan para que se apoye el proceso decididamente.