Recientemente se conoció la noticia de que los miembros de la Compañía de Jesús, reunidos en la 36.° Congregación General, eligieron como nuevo superior general al padre Arturo Sosa, venezolano, quien se constituye en el primer latinoamericano que asume el cargo. El anterior superior, padre Adolfo Nicolás, presentó su renuncia al llegar a los 80 años de edad. Del padre Arturo se dice que es una persona muy identificada con la teología en favor de los pobres, con los emigrantes, con los últimos y con la vigencia del Concilio Vaticano II. También es considerado como muy cercano al papa Francisco y al legado que dejara el padre Pedro Arrupe, quien ha sido calificado como un gran testigo de la fe cristiana en el siglo XX por su inmensa fe en Dios, su inmenso amor a Jesús y al ser humano. Por su parte, del padre Adolfo Nicolás, después de casi nueve años en el cargo, se reconoce y agradece su trabajo a favor de los refugiados, la reconciliación, el medioambiente, el diálogo interreligioso, y la centralidad dada a los laicos en las obras de la Compañía. Sobre esto último quisiéramos detenernos un poco más.
En el período del padre Nicolás se constituyó el Secretariado para la Colaboración con Otros, afirmándose el valor del trabajo conjunto entre jesuitas y laicos, y la prioridad por él asignada a esta realidad. En su visita a El Salvador en 2010, señaló que en los últimos 40 años se ha hablado mucho sobre el tema, pero que esta forma de proceder en el trabajo de la Compañía es mucho más antigua. Recordaba que todo el trabajo de los jesuitas ha sido en colaboración; unas veces reconocida y otras no. Y explicaba que el problema y la pena es que cuando se escribe la historia, se pone el nombre del jesuita, pero no los de quienes colaboraban con él. Las obras de la Compañía, recalcaba, han estado siempre apoyadas por grandes bienhechores, por colaboradores o por personas que han sabido trabajar y dar todo lo que era necesario para que la obra saliera adelante.
En otro contexto, esta vez hablando a rectores universitarios en México, indicaba que “si los jesuitas estuvieran solos, mirarían al futuro con dudosa esperanza”. “Pero con la profesionalidad, el compromiso y la profundidad” de los laicos, es posible “continuar soñando y marchar juntos hacia delante”. Aclaraba, además, que el trabajo conjunto no obedece al hecho constatable de la falta de vocaciones en la Compañía. En esta línea, recordó el decreto de la Congregación General 34 que afirma que “la participación y cooperación con otros en la misión no es una estrategia pragmática motivada por una disminución de efectivos, sino una dimensión esencial de nuestro modo de proceder”. Este modo de proceder, para Adolfo Nicolás, está orientado por el concepto de “misión”, como misión de Dios. Afirma que los laicos no son colaboradores en la misión de la Compañía, sino “colaboradores con los jesuitas en la misión de Cristo, que es siempre más grande”. Y explicaba que “compartir la misión no es cogestionar tareas ni repartir funciones, es compartir una herencia espiritual y participar en una conciencia común de servir la utopía del Evangelio”.
Ahora bien, esta común misión, entendida como el servicio a la fe y a la promoción de la justicia, exige presentarse donde están los problemas más urgentes e importantes de la sociedad. Para el padre Nicolás, los retos actuales de la humanidad son la guerra, la violencia, la pobreza, el hambre, el deterioro medioambiental, el desempleo, las migraciones y los refugiados. Y estima que una de las razones por las que la Compañía tiene tantos y muy buenos colaboradores laicos es por estar en las fronteras, aquellos sitios de difícil acceso y que requieren asistencia.
Así pues, cuando el ex superior general habla de “personas para la misión” (hombres y mujeres para los demás y con los demás) sigue las intuiciones fundamentales del Concilio Vaticano II. Más concretamente, los planteamientos novedosos que se hacen sobre los laicos en la constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium. Novedad que se inicia con la conceptuación:
Por el nombre de laicos se entiende aquí todos los fieles cristianos […] que, por estar incorporados a Cristo mediante el bautismo, constituidos en Pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo, ejercen, por su parte, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo.
En el mundo, la misión propia y específica de los laicos se realiza de tal modo que, con su testimonio y su actividad, contribuyan a la transformación de las realidades y a la creación de estructuras justas, según los criterios del Evangelio. En la Iglesia, los laicos están llamados a participar en la acción pastoral, primero con el testimonio de su vida y, en segundo lugar, con acciones en el campo de la evangelización.
En definitiva, en estos pasos dados, en cuanto a la apertura a los laicos y en cuanto a compartir el sentido de misión, el padre Nicolás sostiene que la Compañía ha aprendido “que los laicos no son colaboradores de los jesuitas, son colaboradores en la obra de Dios y es Dios el que decide lo que quiere hacer con la humanidad”.