Los votos obtenidos por el FMLN, primera fuerza política del país, en la elección del 2 de febrero no fueron suficientes para evitar una segunda vuelta. Pero más que analizar el significado de este resultado, discutir las nuevas alianzas o intentar predecir lo que ocurrirá el 9 de marzo, nuestra intención es formular una pregunta crucial, cuya respuesta es independiente de cuál será el partido ganador: ¿qué puede y qué no puede cambiarse con las elecciones?
El sufragio es la forma fundamental en que se ejerce la democracia en la sociedad actual. La democracia, categoría social e históricamente determinada, se ve reducida en el capitalismo al "derecho inalienable" que toda persona tiene, cada cierto tiempo, de votar para elegir quién estará al frente del Estado durante el siguiente período; es decir, votar por su "representante", personificación de un partido político que supuestamente velará por sus intereses. Esta es, en definitiva, la máxima participación de una persona cualquiera en la toma de decisiones que, hasta cierto punto, afectarán su vida. Esta es la democracia representativa.
Pero, ¿qué es el Estado en el capitalismo? A partir de la fase histórica del liberalismo —que marca el inicio del capitalismo—, el Estado es presentado como la forma independiente que cobra el interés común en la sociedad. Sin embargo, es con el surgimiento de las sociedades divididas en clases (la esclavista, la feudal y la capitalista) que nace el Estado. Es con el aparecimiento de una clase dominante que se hace patente la necesidad de un aparato para defender intereses particulares y presentarlos como si fueran los de toda la sociedad. El Estado es, pues, el garante legítimo de los intereses de la clase en el poder. Toda clase, o fracción de clase que aspire a convertirse en dominante debe, antes que nada, ganar el poder político, debe ganar las elecciones. La clase dominante en el capitalismo es una sola, incluso si está fraccionada. Qué tan real o no sea la participación de una persona en la elección de un nuevo Gobierno dependerá de la clase social a la que pertenece.
Entonces, ¿qué puede cambiarse con las elecciones? La clase no propietaria puede tener acceso a programas sociales y a mejores condiciones laborales, cosa que, ciertamente, no es de poco valor. Es en torno a estos ejes que han girado las principales promesas de los partidos políticos en contienda, aparte de las promesas de la tan deseada seguridad ("un país libre de maras", por ejemplo) y del apoyo a los pequeños empresarios, imprescindible para el capital. Con las elecciones, se administra el sistema. Las promesas de programas sociales no son nada nuevo.
La importancia del Estado en la economía se vio profundamente modificada a finales del siglo XIX e inicios del XX en las principales economías del mundo. El Estado, que hasta ese momento se había dedicado principalmente a funciones policiales, de seguridad nacional y de administración pública, se vio obligado a asumir un papel más protagónico e influyente en la economía. Es con la Gran Depresión de los años treinta que comienza a intervenir de forma directa para estimular el crecimiento y asegurar su estabilidad.
Estas políticas estaban asociadas a J. M. Keynes y a su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (1936). Un nuevo orden social parecía haberse instaurado, con el objetivo de servir a los intereses de toda la sociedad, y no únicamente a los del capital. Empresas privadas fueron nacionalizadas y un sinnúmero de programas sociales fueron implementados. Con todo, estas medidas no fueron más que la forma que asumió el capital para salvar su economía en crisis, así como su régimen de propiedad privada amenazado por un socialismo en expansión. La intervención es tolerada siempre y cuando sea necesaria, es decir, siempre y cuando no implique la pérdida de espacios potencialmente rentables para el capital. Tan pronto se convierte en una intrusión a sus intereses, el capital demanda la privatización de las empresas y la anulación de programas que le signifiquen altas cargas impositivas. Es esto lo que ocurrió con la crisis de los años setenta y el cambio de rumbo ejecutado por las políticas neoliberales.
Independientemente del grado de intervención del Estado en la economía, su naturaleza y función en el capitalismo son claras: beneficiar a la clase dominante. Por ejemplo, el capital suele arrojar sobre los hombros del Estado, en calidad de necesidades nacionales, condiciones de producción que le son particulares, pero altamente costosas, como carreteras, puertos, etc. Es la población la que invierte, a través de sus impuestos, en esas condiciones que desembocan en beneficio privado.
Finalmente, ¿qué no puede cambiarse con las elecciones? Mientras el Estado sea capitalista, esto es, mientras el modo de producción vigente sea el capitalismo, la explotación seguirá siendo la forma natural de organización social de la producción. Así como en la sociedad de la Antigüedad los esclavos no perdían su condición como tales por una mejora en la distribución de lo producido, en la organización productiva actual, los que tienen que trabajar para vivir no pierden su condición de explotados por muchos programas sociales que se lancen y por mucho que mejoren sus condiciones laborales. Esto solo será posible cambiarlo cuando lo que se transforme sea la forma misma en que se reproduce la vida, cuando se pase del grito de "¡un salario justo por una jornada de trabajo justa!" al de "¡abolición de la explotación!". Pero tal cosa requiere más que las elecciones que se juegan con las reglas del capital.
Tal como lo indica su título, la intención de este escrito ha sido presentar, de una forma objetiva, los alcances y límites de las elecciones en el capitalismo: para qué sirve y para qué no sirve votar. Sirve para tratar de lograr mejores condiciones de vida y de trabajo, conquistas sin duda importantes y necesarias para aspirar a una transformación mayor; pero no sirve para una eliminación definitiva de la explotación. Sirve para tratar de tener una clase trabajadora mejor educada, más productiva y mejor organizada, pero no para que la clase trabajadora deje de serlo, es decir, no para la consecución inmediata de la sociedad a la que como humanidad deberíamos aspirar: la sociedad sin clases sociales.