El presidente Trump la ha emprendido de nuevo contra El Salvador, Guatemala y Honduras por no detener el desplazamiento de sus poblaciones hacia el norte, a pesar de que les entrega unos centenares de millones de dólares para llevar a cabo esa tarea. Agarran nuestro dinero, pero no hacen nada para impedir la emigración de la gente, despotrica el mandatario. No obstante su frivolidad, conviene profundizar en ese mensaje. La afirmación es falsa y carece de fundamento.
Falsa porque pasa por alto que la causa primera de la emigración es la pésima distribución de la riqueza y, relacionado con ella, la violencia, cuyos responsables son los aliados de Washington, los mismos que atesoran enormes fortunas en los paraísos fiscales, a la sombra del capitalismo neoliberal, mientras la inmensa mayoría de la población lucha por sobrevivir en la precariedad. De todas formas, esa cercanía puede ser aprovechada por Washington para ordenar a sus socios una mayor y mejor redistribución de la riqueza nacional. Las seguras reticencias y rebeldías podría someterlas con medidas similares a las impuestas a Venezuela.
La afirmación de Trump es inapropiada, porque el bienestar económico y la seguridad ciudadana mínima, suficientes como para no abandonar el hogar, no se alcanzan a golpe de invectivas y bufidos presidenciales. Son procesos que demandan cierto tiempo, además de muchos millones de dólares. Pero ni San Salvador ni Washington están dispuestas a modificar la tasa y el ritmo de acumulación de los grandes capitales. La gente huye desesperada en busca de empleo y de condiciones de vida estable y segura, bienes que los Gobiernos del Triángulo Norte y los capitalistas que se sirven de ellos les niegan sistemáticamente.
Aun cuando el muro no ha sido completado, los datos muestran una caída notable de la emigración indocumentada hacia Estados Unidos en los últimos años. Sería más sensato indagar a qué se debe esa disminución para trabajar en esa dirección y suprimir las motivaciones de la emigración centroamericana. En cualquier caso, Estados Unidos necesita fuerza de trabajo hispana barata, tal como lo muestra el hallazgo continuo de indocumentados en los empleos más inauditos, incluidas las empresas del mismo Trump. La prohibición y la amenaza contra las compañías que los contratan son menos poderosas que la presión por encontrar fuerza de trabajo.
Los inmigrantes, las presuntas amenazas que representan para la sociedad estadounidense y el muro son un tema muy valorado por la campaña electoral del presidente. La cuestión atrae votos muy necesarios para su reelección, pero sacrifica seres humanos desesperados. La problemática posee un notable poder de convocatoria en unas masas descontentas con la marginalidad que el sistema capitalista les ha asignado. Paradójicamente, suprimir la inmigración no las sacará de ahí, pero sí agravará la escasez de fuerza de trabajo, influirá en el descenso de la tasa de natalidad y empeorará la xenofobia. Valerse de la política exterior para servir los intereses de la política interna es un mecanismo muy utilizado por Washington.
Históricamente, los muros no contienen las masas decididas a movilizarse. La determinación y el número superan los ríos, los mares y los muros, tal como ocurrió en el imperio romano en el siglo IV y, un poco más tarde, cuando el mundo árabe se puso en marcha. El Mediterráneo no es impedimento para los africanos que aspiran a hacer vida en Europa. El cinturón de seguridad que México promete implantar en el istmo de Tehuantepec no contendrá una avalancha de desesperados, a no ser que su Gobierno esté dispuesto a cometer un nuevo genocidio. Entonces, no tendrá argumento ni autoridad moral para exigir disculpas a la España imperial del siglo XVI. A pesar del muro, la gente seguirá pasando. La penuria es creativa y suele encontrar la manera de alcanzar lo que se propone.
Mucho antes que los tres países señalados “agarraran” los dólares de Washington, Estados Unidos los despojó a todos ellos. “Agarró” dinero, oro, plata y bienes en abundancia y sin ningún escrúpulo. En la época de la plantación de banano, mediante préstamos draconianos, cañoneras, desembarcos y ocupaciones. Más recientemente, Washington impidió el desarrollo económico de la región al boicotear el mercado común de la década de 1960 para aumentar las enormes ganancias de las multinacionales. Dos décadas más tarde, se apoyó en oligarcas y militares para detener lo que dio en llamar la expansión internacional del comunismo, un pretexto para profundizar la Guerra Fría. En esos años, oligarcas y militares “agarraron” el dinero estadounidense a puñadas. Con la caída del Muro de Berlín, Washington abandonó Centroamérica al neoliberalismo.
Y de eso último los oligarcas salieron fortalecidos; aprovecharon el modelo para acumular más dinero más rápido y para atesorarlo en los paraísos fiscales. Estos son los aliados naturales de Washington, sus voceros y, a veces, los peones de su política. Y también los responsables primeros de la emigración. Acaparan tanto que a duras penas dejan para los demás. El presidente Trump no sabe lo que dice, pero dice mucho más de lo que quisiera.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.