En el mundo hay dinero. Mucho dinero. Y se favorece con el dinero a los más ricos. El ejemplo español es evidente. Pero no el único. Pasó antes en Estados Unidos y ha seguido pasando en diversos países. Los bancos manejan mal ese negocio privado que es el suyo y el Estado les consigue dinero para que no quiebren. Es cierto que la quiebra de una empresa puede dejar a gente sin trabajo. Aunque también es cierto que este tipo de ayudas se da especialmente a los bancos del Primer Mundo. España ha conseguido un fondo de rescate de hasta 100 mil millones de euros, la mayor parte para sanear sus bancos. Dinero para los ricos, al final, porque los dueños de los bancos no suelen ser pobres. Y de nuevo entramos en la problemática del mundo en que vivimos. No hay dinero para los pobres. Se les recorta la ayuda internacional rápidamente ante la más leve crisis en la economía. Pero jamás se les ocurre a los grandes países desarrollados hacer una inversión de 100 mil millones de dólares, aunque sea como préstamo de largo plazo, a una Centroamérica que tiene muchos más problemas que España, tanto de pobreza como de otros factores asociados a esta. Una Centroamérica que tiene aproximadamente la misma extensión territorial de España y una población que pronto será más numerosa.
Lo dicho tiene una exclusiva finalidad: evidenciar que en el tema de construir el desarrollo estamos solos. Podrá venir inversión extrajera —y bienvenida sea si no es explotadora y empobrecedora—; podrán venir algunas ayudas para el desarrollo. Pero no vendrán socorros multimillonarios como los que reciben los ricos cuando tienen problemas. A nosotros nos tocan exclusivamente migajas. De tal manera que o construimos el desarrollo nosotros, o el desarrollo nunca llegará. Nadie nos dará el "gran empujón".
Esta soledad, digan lo que digan las bonitas palabras de apoyo que puedan dirigirnos el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, debería hacernos reflexionar. Si estamos básicamente solos en esa tarea urgente del desarrollo, somos nosotros los que tenemos que hacer el esfuerzo, la planificación y la construcción de una nueva realidad. Somos nosotros los que tenemos que buscar aliados en Centroamérica para juntos salir de nuestros problemas. Pero ¿podemos lograr ese objetivo estando desunidos internamente? Difícil. Un país pequeño, con una economía débil, con niveles de violencia altos, con un nivel educativo bajo, con partidos políticos en encarnizada polarización, con instituciones fundamentales de la democracia peleando acremente entre ellas puede convertirse fácilmente en un lugar sin futuro. Y eso a pesar de la bondad, el esfuerzo, la capacidad de lucha y de salir adelante de la gran mayoría de su pueblo. El problema no está en el salvadoreño, sino en su liderazgo. Un representante de las gremiales empresariales más importantes le decía a otro empresario que él sí simpatizaba con la idea de apoyar el trabajo para jóvenes en riesgo o exdelincuentes, pero que a este Gobierno no había que ayudarle en nada. Pero ¿es que han ayudado antes a algún Gobierno? ¿O más bien se han aprovechado de los Gobiernos en los que han tenido arte y parte?
Aunque todos los liderazgos puedan tener responsabilidades, cuando el problema es económico, sin duda algo falla en el liderazgo económico. El desarrollo social, por su parte, es en buena medida responsabilidad de los políticos. Es difícil explicar que, compartiendo que la educación es un camino de desarrollo, Arena y el FMLN no se pongan de acuerdo en impulsar con toda energía un verdadero desarrollo de la educación. El Gobierno tiene amarrado ya que las escuelas de tiempo pleno lleguen a ser 1,200 para el año 2017; casi el 20% de las escuelas del país. Y quiere empezar una inversión sustancial en el bachillerato que signifique un paso hacia la universalización del mismo. Este tema no debería ser objeto de discusión, sino de apoyo interpartidario. Y si se discute, que sea para acelerarlo, no para frenarlo. Apoyo partidario serio, responsable, con capacidad incluso de tocar intereses de quienes no quieren aportar a la educación.
Estamos solos a la hora de pensar realmente en nuestro desarrollo. Tendremos algunas ayudas, pero serán insuficientes si no ponemos de nuestra parte la generosidad, el esfuerzo y el sacrificio. No podemos pedir al pueblo pobre y mayoritario muchos más sacrificios de los que ya hace. Es el liderazgo el que tiene que concentrarse en el desarrollo. Y el que tiene también que enfrentar a aquellos que desde su egoísmo y su buen vivir no quieren poner la cuota correspondiente de aporte y entrega. Con la palabra, con la norma, con la unidad de todas las personas de buena voluntad, hay que forjar acuerdos nacionales concretos en educación, salud, vivienda... En todo aquello que le dé a nuestro pueblo mayor capacidad, mayor energía, mayor productividad. Y, sobre todo, mayor entusiasmo viendo que se puede construir un país mejor, que el desarrollo humano, integral, es posible. "Qué buen vasallo si hubiese buen señor", decían los contemporáneos al ver salir hacia el destierro al Cid Campeador. Qué buenos ciudadanos si hubiera buenos proyectos de desarrollo, podemos seguir diciendo en El Salvador al ver a nuestros emigrantes lanzarse a la aventura rumbo al Norte. Qué excelentes trabajadores si hubiera buenos proyectos. Qué buenos colaboradores si el liderazgo tuviera proyectos claros de desarrollo, en vez de perder el tiempo peleándose entre sí.