Estamos tan ocupados en impagos, violencia, polarización, incapacidad de diálogo que se nos escapan los temas estructurales. Repetimos como loros que “la educación es la solución” y al mismo tiempo bajamos los presupuestos dedicados a nuestros colegios y escuelas. Y algo parecido podríamos decir sobre la salud pública y las problemáticas de la vivienda, del agua y del medioambiente. Entre los problemas del medioambiente destaca estructuralmente lo que llamamos cambio climático; en otras palabras, un recalentamiento de la Tierra que volverá más duras y extremas tanto las sequías como las lluvias. Generará una subida de los niveles del mar, inundando parte de nuestras zonas costeras, y potenciará algunos problemas que ya tenemos como crónicos en El Salvador, como los deslaves, las inundaciones y la desertización de algunas zonas. El cambio climático viene y no podemos hacer nada para impedirlo. Lo que sí podemos hacer es prevenirlo en sus peores consecuencias. Una cosa tan sencilla como los árboles se ofrece como camino de prevención ineludible para nosotros.
Por supuesto, el cambio climático no es nuestra única fuente de vulnerabilidad. Vivimos en una zona sísmica y volcánica, dos riesgos que también hay que saber manejar y prevenir. Además, la alta densidad poblacional impone la elaboración de políticas concretas que frenen la agresividad y desarrollen una cultura de paz. Nuestra historia de desigualdad, pobreza y violencia, generadora de una cultura del sálvese quien pueda y de irresponsabilidad social, debe ser superada por esa otra, también presente en El Salvador, de solidaridad con los más pobres, débiles o maltratados, de entrega al servicio de los demás, de generosidad y sacrificio por el bien común. Pero respecto al cambio climático es indispensable comenzar a dar pasos con seriedad. En estas líneas nos centraremos exclusivamente en los árboles.
Sí, en primer lugar cuidar y ampliar los bosques. Seguimos perdiendo extensiones boscosas en cantidades de miles de manzanas cada año. Es este un camino claro hacia la desertización de amplias zonas del país, la erosión de la tierra y el descenso de volumen de las aguas subterráneas. A mayor erosión, mayor posibilidad de inundaciones. Nuestros embalses para producir energía eléctrica se llenarán más rápidamente de arena y perderán capacidad de almacenamiento. En años de sequía, correremos el peligro de tener un grave problema energético. La tierra erosionada y sin árboles, situada en ladera, es candidata clara a deslaves. Y ya sabemos lo que los deslaves originan después de las experiencias en San Vicente y San Salvador, después de haber visto las tragedias de Las Colinas en 2001 y Montebello en 1982. La pérdida de bosques cafetaleros ha aumentado riesgos y problemas. Mantenerlos y protegerlos no solo es un tema económico de importancia, sino también climático y ambiental.
Cuidar los bosques, aumentarlos, nos garantizará una mayor abundancia de agua, pues la fijan en el subsuelo. Lo contrario nos sumirá en una especie de círculo infernal del que no se sale nunca. En efecto, la tala de árboles erosiona la tierra y dificulta la fijación del agua en el subsuelo. El agua correrá más aprisa y en mayor cantidad hacia los ríos provocando inundaciones cuando la lluvia sea torrencial. Además, las correntadas arrastrarán más tierra, reduciendo la capa fértil de nuestros campos. Aumentarán los deslaves y deslizamientos. Se azolvarán los embalses de agua y tendrán menos capacidad de almacenamiento, con lo que se reducirá el tiempo para advertir de posibles inundaciones en tierras bajas, a la vez que bajará la generación de energía en tiempo seco. Todo este conjunto de efectos aumentará los costos de la producción de energía y ocasionará más pobreza, forzando a los más pobres a seguir utilizando madera en sus cocinas y pequeñas industrias, talando árboles para ello. Al final, un círculo de pobreza del que no se puede salir. Y lo que decimos de los árboles y bosques podríamos decirlo también del agua de uso público, cada vez más escasa en las capas subterráneas y de más difícil acceso. La agudización de la escasez llevará a comprar más agua embotellada y eso aumentará tanto el costo de la vida como la cantidad de desechos plásticos, ya excesivos en el país, creando un problema de contaminación cada vez mayor.
En algún momento hay que cortar el círculo. El Salvador goza de unos promedios de lluvia superiores a los de países que tienen agua corriente en casi el 100% de las viviendas, y además debidamente purificada como para poder beberla sin necesidad de comprar agua envasada. Los bosques son el paso previo para la abundancia de agua y para una mejor protección del medioambiente. Incluso ante las posibles oleadas de calor, la presencia de árboles ayudará a mantener un medioambiente más tolerable por la humedad que producen. El papa Francisco dice en su carta sobre el medioambiente, Laudato si: “Mientras se deteriora constantemente la calidad del agua disponible, en algunos lugares avanza la tendencia a privatizar este recurso escaso, convertido en mercancía que se regula por las leyes del mercado. En realidad, el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos. Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable”.
Si no cuidamos los árboles, ni cuidaremos la madre tierra, cuyo día acabamos de celebrar, ni ofreceremos vida digna a las mayorías de nuestro país.