Los candidatos proponen, Arena dispone

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Rodolfo Cardenal
13/07/2017

“Todos estamos descontentos” es afirmar demasiado, porque el voto duro de Arena y del FMLN, aproximadamente un veintitantos por ciento del total, está contento con sus respectivas dirigencias, acata sus indicaciones con sumisión militar. Más exacto es sostener que muchos estamos descontentos. No obstante, el análisis del descontento es atinado: la corrupción, el abuso de poder y la incapacidad lo causan. La cuestión es qué diferencia puede hacer un candidato de Arena si este partido guarda silencio sobre los diez millones de Taiwán, los sobresueldos y los directivos que devengan salario legislativo sin trabajar, si recicla a diputados acusados de malversar los bienes y fondos públicos, y si ejerce el poder de forma tan autoritaria como su enemigo histórico, el FMLN. ¿Cómo puede garantizar el candidato que lo que dice “mi gente” no se convierta más pronto que tarde en lo que dice la cúpula de “mi partido”, que suele defender los intereses de la gran empresa privada agremiada? El candidato que proviene de ese sector todavía no ha tomado distancia del mismo para defender los intereses de “mi gente”, como el salario mínimo y el derecho al agua.

La otra oferta habla de una “nueva visión de país”, donde haya menos corrupción y una economía activa y fuerte, done el interés nacional prive sobre la ideología y los intereses particulares, y, en fin, donde los principios sociales sean el respeto y la justicia. Las promesas son interesantes, pero se mantienen en la generalidad. No indica cómo reducir la corrupción. Tampoco cómo reactivar y fortalecer la economía, para lo cual el concurso del capital es imprescindible. No es conveniente prometer colocar el Estado al servicio de las familias pobres sin indicar el monto de la inversión social y su procedencia. Crear consenso es una decisión política, que no depende solo del gobernante de turno. La política nacional es enemiga del consenso, porque la agitación erosiona el poder. Si llegara a la presidencia, este candidato probablemente recibirá el mismo trato que el gobernante actual. El respeto y la justicia son trascendentales para la sociedad, pero ¿qué se puede esperar del candidato de un partido que ha protegido a violadores de los derechos humanos y a corruptos? ¿Qué garantías puede ofrecer este candidato para que la “nueva visión de país” no se convierta en la misma visión de siempre de Arena, que suele proyectar la perspectiva del gran capital?

Apostar por cualquiera de esas ofertas es aventurado, porque las dos contienen contradicciones. El cumplimiento depende exclusivamente del liderazgo del candidato. Es dudoso que la estructura de Arena, que adolece de todos los vicios que los candidatos se proponen erradicar, acepte a uno de ellos como tal, y si lo hace, ¿qué garantías podrían ofrecer de que no los van a doblegar? Es difícil esperar que Arena acepte unos candidatos presidenciales con unos proyectos políticos tan contrarios a su ideología y sus prácticas. Si bien los dos candidatos han criticado tímidamente al partido, este no está dispuesto a transformar radicalmente su institucionalidad, tal como lo evidencia la reciente renuncia a la reelección de los diputados Juan Valiente y Johnny Wright. Sus declaraciones dejan entrever la existencia de un caciquismo bien establecido.

Las dos candidaturas presidenciales reflejan el malestar interno de cierto sector acaudalado, cercano a la dirigencia de Arena, y la presión de una nueva generación. Pero no será fácil marginar a los caciques del partido, herederos del anticomunismo y la guerra civil, de los escuadrones de la muerte y del asesinato político. El relevo es necesario, pero si se reduce a un simple cambio generacional, sin nuevas ideas y prácticas —sin duda de derechas, pero inteligentes y racionales—, todo seguirá igual.

Tanto los candidatos presidenciales como los dos diputados disidentes muestran que Arena es todo lo contrario a lo que ellos proponen. Tal vez confían en poder impulsar su transformación. Pero, hasta ahora, esos intentos han fracasado y han prevalecido los caciques de antaño. O simplemente se trata de un discurso fresco y atractivo, quizás incluso de algunos cambios insustanciales, para seguir como hasta ahora. ¿Cómo puede rescatar al país un partido que todavía no se ha rescatado a sí mismo ni da señales de tener voluntad de hacerlo?

Aparentemente, los candidatos pretenden reformar desde arriba a quienes no desean ser reformados. El voto duro tiene la misma disposición que la dirigencia actual. Los que se inclinan por un partido de derecha inteligente y razonable se encuentran fuera. Sin embargo, estos son los que puedan dar el triunfo electoral, pues, en circunstancias normales, el voto duro no parece ser suficiente. ¿O solo se trata del mismo partido de siempre remozado con un discurso moderno? La transformación de Arena solo será posible si la fractura interna es mayor. Entonces se enfrentará con el dilema de transformarse radicalmente o declinar hasta la irrelevancia. De momento, todavía no ha llegado a este punto.

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Anónimo
21/07/2017
17:44 pm
Se supone que el voto duro es aquel que el partido cree que es fiel así llueva, truene o relampaguee. El voto duro del FMLN está en el campesinado y en los mas bajos estratos de la sociedad que según las estadísticas son la mayoría de la población. El voto duro de ARENA es de otra categoría que lo pone en desventaja. El voto que no es duro es más bien flojo y de él depende en gran medida el triunfo o el fracaso en las elecciones de un partido. Se dice que ARENA es el partido de los ricos y eso es cierto relativamente porque los afiliados son profesionales, comerciantes, militares, empleados que poseen una visión ideológica definida. Las frases \"mi gente\", \"nueva visión de país\" han sido pensadas para ir cautivando a aquellos votantes no duros, mas bien bastante aflojados en su manera de ver las cosas.
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Anónimo
14/07/2017
19:12 pm
Interesante manera de La UCA de alinearse con el sector industrial; Juan Valiente y Johnny Wright. ¿De qué manera podrían estos señores ayudar a la clase trabajadora? ¿Pasarían reformas para mejores sueldos?
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