Luchas de La Tirana

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La Tirana es una comunidad del Bajo Lempa, Usulután, en la que viven unas 22 familias y un total de 132 habitantes; está enclavada entre manglares y sus pobladores se dedican a la extracción de punches, la pesca y la agricultura para el consumo familiar. Durante el conflicto armado, sus habitantes tuvieron que emigrar y luego, a partir del año 2000, iniciaron la repoblación A pesar de que está ubicado a unos 120 kilómetros de la ciudad capital, el poblado no tiene energía eléctrica ni servicio de agua potable y en su escuela solo hay una profesora-directora que cubre del primero al sexto grado. No obstante su nombre, en La Tirana se expresa un conjunto de actitudes comunitarias que dan un nuevo significado a lo que habitualmente relacionamos con tiranía. Ya no se trata de arbitrariedad, sometimiento o imposición. Para esta comunidad, su nombre está vinculado a la fortaleza derivada de su organización, a su lucha permanente por la vida, a su capacidad de tomar decisiones recias en momentos críticos.

YSUCA y su programa Hablemos claro trasladó sus micrófonos hasta La Tirana para dar a conocer su realidad. El 10 de diciembre llegamos al lugar. La comunidad tenía preparada una agenda completa que incluía la realización del programa radiofónico, un almuerzo y visita a las zonas de manglares afectados por la subida del nivel del mar. También hubo invitados especiales: los representantes de las comunidades aledañas (La Canoa, Los Lotes, El Chile, Montecristo, Amando López y Octavio Ortiz) con las que comparten problemáticas y desafíos comunes.

La comunidad tomó la palabra con peticiones muy concretas. Nahum Díaz, presidente de la Asociación Comunal de La Tirana, habló de la necesidad de construir una calle de acceso como "Dios manda", es decir, que les permita estar conectados e integrados con el departamento de Usulután y con el país. De lo contrario, dijo, continuarán "aislados, incomunicados y marginados de los proyectos de desarrollo rural". Planteó también la urgencia de una política nacional y local que proteja los recursos de flora y fauna que tienen los manglares de la zona; explicó que por iniciativa propia se tiene un manejo comunitario del recurso, pero que ello resulta insuficiente ante el cambio climático.

Para Juan Pablo Cruz, curilero y punchero de 45 años de edad, el manglar es su fuente principal de vida; con la extracción de productos marinos gana un promedio de 4 dólares diarios. Rosalío Ramírez, ex miembro de la guerrilla, recuerda que su compromiso con la lucha armada fue para que el pueblo tuviera una mejor forma de vida, y ve con cierta frustración el hecho de que, después de los Acuerdos de Paz, en su cantón no hay una unidad de salud que pueda atender siquiera enfermedades comunes. Carlos Javier Hernández, de trece años de edad, ha terminado el sexto grado (nivel máximo que se ofrece en la escuela) y ahora se dedica al trabajo de la extracción de punches. Dice que de esa manera ayuda a su familia. Pese a esa necesidad, desea continuar sus estudios, al menos terminar el noveno grado.

¿Y cómo ha sido la vida de los que ahora son adultos mayores de la comunidad? María Antonia Cañas, de 80 años de edad, recuerda que desde los 15 años ha trabajado fuerte. Se considera una verdadera "tirana", porque nació en esta comunidad y crió a sus once hijos trabajando en la extracción de moluscos y lavando y planchando ropa ajena. Se crió con su abuela luego de que su madre falleció y su padre la abandonó. Con un gran espíritu de fortaleza, María cuenta que sus penas las disipó cantando; en lugar de llorar cantaba. Y con mucho sentimiento recordó una de sus canciones favoritas: "Quiero que tus ojos me vuelvan a mirar, quiero que tus labios me vuelvan a besar; quémame los ojos si es preciso vida, pero nunca digas que no volverás...". Doña María es un ejemplo de lo afirmado por don Pedro Casaldáliga con respecto al espíritu del pueblo latinoamericano: "Todos los llantos y todas las luchas se llevan cantando; hacen de la alegría una trinchera de resistencia frente a la desgracia o la humillación". Otro ejemplo extraordinario de esta comunidad es el caso de don Miguel Ángel Guevara, de 85 años de edad, quien vive solo. No obstante, para don Miguel, su familia actual es la comunidad, por la que se siente acompañado y cuidado. Con voz pausada y tranquila afirma: "En la comunidad están los que me quieren, mis amigos de tantos años".

Luego de sus análisis, demandas y testimonios, vino el segundo punto de la agenda: el almuerzo comunitario. Hubo carne de ternero y muchas tortillas para todos y todas, unas 100 personas, sin contar a los niños y niñas de las comunidades invitadas. En la mesa común se volvieron a recordar las historias personales y colectivas, con sus tristezas y alegrías, logros y fracasos, proyectos y esperanzas. Uno de los pobladores nos dijo que esperaba que el próximo programa radiofónico ya no fuera realizado con un generador de energía eléctrica conectado a una batería de carro, sino con un servicio ordinario generado por la presa hidroeléctrica 15 de Septiembre, que se ubica a unos pocos kilómetros de estas poblaciones y cuyas descargas de agua, cuando son excesivas, inundan gran parte de las comunidades y causan daños humanos y materiales. La comida volvió a ser un pretexto para reunir a los vecinos y amigos, fortaleciendo el sentido comunitario.

Finalmente, visitamos los manglares para conocer la zona dañada por la subida del nivel del mar. Abordamos las pequeñas lanchas y nos internamos en medio del bosque salado hasta llegar a la orilla del mar. Constatamos el contraste entre los manglares que protegen a las costas de las inundaciones y la parte afectada, que pone en peligro la riqueza de recursos de flora y fauna en sus diferentes ecosistemas. Los daños vistos nos hicieron recordar el más reciente Informe sobre el Estado de la Región, donde se sostiene que el cambio climático en Centroamérica impactará principalmente en los bosques y los recursos marino-costeros. La buena noticia es que las comunidades de la zona tienen clara conciencia del problema, han tomado las medidas que les competen y mantienen una presión organizada ante los órganos del Estado.

En La Tirana, pues, nos encontramos con una fuerza de voluntad a favor de la vida, con un sentido comunitario muy acentuado y con un espíritu jovial de resistencia frente a la adversidad y el desencanto. También es cierto que hay momentos de crisis y tentaciones, pero el fermento de uno modo de vida solidario (fraterno y justo) está presente en los sueños de esta pequeña comunidad del Bajo Lempa.

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