En días en que El Salvador vive un serio deterioro de su orden constitucional, es necesario reflexionar. Se dice que el verbo griego que se traduce por "convertirse" significa en realidad "ponerse a pensar". Esto es, revisar y reajustar las perspectivas y modos de actuar; en este caso, aplicado a los titulares de los distintos órganos del Estado frente a la necesidad de transformar el régimen político autoritario y excluyente del que venimos, para alcanzar el régimen democrático e inclusivo al que aspiramos. Pero para que esto sea así, es preciso identificar y liberar toda aquella gestión de los asuntos públicos contaminada por la arbitrariedad, el autoritarismo, el oportunismo, el clientelismo, la partidocracia, la corrupción, la demagogia, la prepotencia y la compra de voluntades. Es decir, liberarla de todo aquello que hace malos Gobiernos y malos gobernantes.
Una fuente ética religiosa para no eludir la necesidad de pensar —y al parecer, de mucho respeto y aprecio entre la clase política, al menos en el discurso formal— es el mensaje de los profetas de la tradición bíblica. Obviamente, no se trata de volver a respuestas del pasado para preguntas del presente, sino de buscar fundamento ético para encarar los problemas de hoy. En este sentido, el mensaje de los profetas muestra gran actualidad.
Digamos, a vuela pluma y en primer lugar, que las relaciones entre profetas y reyes registradas en la Biblia fueron difíciles y conflictivas. Y una de las principales razones de este hecho era la denuncia del profeta de que muchos de los males que padecía el pueblo eran responsabilidad de los malos gobernantes. Recordemos, de paso, que el profeta era una persona pública, que vivía inmerso en la realidad; por tanto, conocía las angustias y esperanzas del pueblo. Y con los pies en la tierra y el corazón en Dios, proclamaba que la dispersión, el amedrentamiento, el descuido, la marginación y la frustración de la gente se debía en gran medida a una forma reprobable de gobernar. A manera de ejemplo, citamos tres textos de esa tradición.
El primer texto es de Ezequiel y versa sobre los pastores o dirigentes ineptos y crueles: "¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No son las ovejas lo que tienen que apacentar? Ustedes se han tomado la leche, se han vestido con la lana, han sacrificado las ovejas (...); no han apacentado al rebaño, no han fortalecido a las ovejas débiles, no han cuidado a la enferma ni curado a la herida; sino que las han dominado con violencia y dureza. Y ellas se han dispersado, por falta de pastor, y se han convertido en presa de todas las fieras del campo. Mis ovejas se dispersaron por toda la tierra, sin que nadie las buscase siguiendo su rastro" (Ez 34, 1-6).
Partiendo de la imagen del rebaño, Ezequiel habla de cómo las autoridades (los pastores) traicionan al pueblo, despreocupándose de él y explotándolo. El criterio para fundamentar la maldad del gobernante consiste en que, por su descuido, ineptitud y avaricia, las ovejas — especialmente, las más débiles e indefensas— han sido maltratadas y se han quedado extraviadas y mal heridas.
El segundo texto es de Miqueas: "Escuchen, jefes de Jacob, príncipes de Israel: ustedes, que detestan la justicia y tuercen el derecho; edifican con sangre a Sión, a Jerusalén con crímenes. Sus jefes juzgan por soborno, sus sacerdotes predican a sueldo, sus profetas adivinan por dinero, y encima se apoyan en el Señor diciendo: ‘¿No está el Señor en medio de nosotros? No nos sucederá nada malo’" (Miq 3, 9-11).
Esta interpelación, una de las más duras y famosas del Antiguo Testamento, comienza denunciando a las autoridades por sus sentimientos (detestan la justicia) y su actitud global (tuercen el derecho). ¿Cómo ha podido llegarse a esta situación de injusticia? Porque la codicia se adueña de todos, incluso de los responsables religiosos. Al ritmo del dinero danzan todas las personas importantes de Jerusalén. Y lo más grave es que aún presumen de religiosos e invocan la presencia de Dios para sentirse seguros. Cometen el pecado que más tarde denunciará Jesús: pretenden dar culto a Dios y al dinero. Pero solo reservan para Dios las palabras; las obras y el corazón están lejos de él, centrados en la ganancia.
Finalmente, citamos a Isaías, con su lamentación por la decadencia de su ciudad: "¡Cómo se ha prostituido la ciudad fiel! Antes, llena de derecho, morada de la justicia; ahora, no hay más que criminales. Tu plata se ha vuelto basura, tu vino está aguado, tus jefes son bandidos, socios de ladrones: todos amigos de sobornos, en busca de regalos. No defienden al huérfano, no se encargan de la causa de la viuda" (Is 1, 21-23).
El diagnóstico de Isaías se asemeja al que muchos contemporáneos hacen de la sociedad actual. Con frecuencia se dice que vivimos en un mundo alejado de Dios. Pero los motivos son distintos: para algunos, ese alejamiento es entendido como pérdida de las prácticas religiosas, como iglesias vacías, como desarrollo del mundo secularizado. Para el profeta, en cambio, Jerusalén se ha alejado de Dios porque ha traicionado a los pobres. Y esta traición la han llevado a cabo las autoridades, que se encuentran ante dos grupos sociales: los ricos, que se han enriquecido robando; y los pobres, representados por las personas más débiles de la sociedad: huérfanos, viudas e inmigrantes. Los primeros pueden ofrecer dinero y recompensar con regalos los servicios prestados; los segundos no pueden ofrecer nada, solo pueden pedir que se les escuche. Ante esta diferencia, las autoridades terminan asociándose con los poderosos.
De acuerdo a la letra y el espíritu de estos textos, la crítica profética es un freno al poder absoluto y su correspondiente ideología opresora. José Luis Sicre, experto en el profetismo de Israel, sostiene que toda opresión política, social y económica se basa en una ideología opresora; "el fruto del mensaje profético", añade, "es la destrucción de las ideologías opresoras. Aquí radica la gran actualidad de este mensaje".
Jesús de Nazaret también se adhirió a este pensamiento. El poder lo concibió no como una función de mando, sino de servicio. Esto lo afirma con toda claridad: "Los reyes de las naciones las dominan y los que las tiranizan se hacen llamar bienhechores. Entre ustedes no debe ser así; al contrario, el mayor de ustedes que se haga como el más pequeño, y el que gobierna como el que sirve". Hay aquí una óptica distinta del poder que lleva a unir en lugar de dispersar, que recupera el sentido de autoridad, que hace compatible justicia y derecho, y, sobre todo, que abre paso a la actitud diligente para proteger la vida de las personas. En pocas palabras, se abre un camino para que el pueblo ya no sea mal gobernado; que lo transiten los sectores políticos de hoy es una urgencia y una necesidad.