En El Salvador llevábamos largo tiempo protestando porque los precios de las medicinas eran exageradamente altos. Mucho más altos que en los países que nos rodean. Y que contrastaban enormemente con el valor de las medicinas mexicanas, colombianas o españolas. Incluso en algunos medicamentos genéricos llamaba la atención que el costo de la caja de treinta pastillas fuera de cinco dólares en alguno de los países mencionados y de veinte dólares aquí. Alguno de esos turbios intereses tiene que estar tocando la nueva ley para que ciertos comerciantes de la salud estén tan molestos con ella. Y algo también nos demuestra ese enfado: el síntoma de la enfermedad de algunos sectores pudientes de nuestra sociedad indiferentes ante los problemas de los pobres y sin ninguna preocupación por buscar un sistema de salud igualitario y solidario.
Resulta incomprensible que no haya mayor reclamo popular en favor de un sistema único y solidario de salud. Quienes tienen dinero y poder, entre otras razones, por no contribuir con una mayor aportación al Instituto Salvadoreño del Seguro Social, han generado la idea de que nuestro sistema de doble atención al enfermo, según se cotice o no, es justo y normal en una democracia. Si el precio de las medicinas ha sido un síntoma de que nuestra sociedad tiene graves problemas en el campo de la justicia social, el doble sistema de salud indica que nuestra democracia está enferma. Pero a la hora de hablar de democracia, preferimos mirar hacia fuera y discutir sobre las elecciones en otros países, en vez de mirar hacia dentro y tratar de corregir con mayor exigencia y hondura lo que debilita estructuralmente a la nuestra.
Y ciertamente, en este contexto de debilidad democrática, brilla la falta de sensibilidad de un buen porcentaje de la gente adinerada. En medio de la necesidad de repensar un país más solidario, a la ANEP no se le ocurre más que traer como invitado de su Enade próxima a un destacado defensor del libre mercado, que lleva el tema a límites ingenuos y con frecuencia enfrentados a la realidad. Da la impresión de que la ANEP quiere radicalizarse todavía más en favor de una economía insolidaria, tal vez como una manera de tomar impulso para participar activamente en la próxima elección. Esto sin darse cuenta de que buscar en Estados Unidos el apoyo de un neoconservadurismo desfasado no es más que un acto de desprecio hacia nuestro país, por muy elegantemente que lo quieran disfrazar, incluso con conceptualizaciones religiosas.
La lucha en contra de la ley de medicamentos es síntoma no de una sociedad enferma, sino de una empresa privada voraz y despreocupada del dolor de los pobres. Y por supuesto incapaz de mirar hacia su propia realidad. Una empresa privada decente lo primero que haría sería tratar de corregir sus propios errores. Y si las medicinas son más caras que en el resto de Centroamérica, debían ser ellos mismos quienes buscaran abaratar los precios. En El Salvador estuvo el Banco HSBC, que ha sido multado en Estados Unidos por favorecer el lavado de dinero y que en Europa ha favorecido el fraude fiscal de personas pudientes, como se deduce de la lista de evasores que un empleado del mismo banco entregó a las autoridades francesas. Y no fue un fraude fiscal pequeño, sino de trescientos mil millones de euros. Es evidente que en El Salvador no tenemos pruebas de que los bancos trabajen de esa manera. Pero si en países con altos controles institucionales un banco puede hacer eso, nuestra empresa privada debería estar preocupada por una mayor y mejor supervisión bancaria. Pero no la vimos protestar, con la virulencia con la que protestan por otras cosas, cuando la Corte Suprema de Justicia decidió retirarle a la Oficina de Probidad la facultad de revisar las cuentas bancarias de nuestros políticos.
Nuestra sociedad tiene enfermedades muy diversas. Desde la violencia hasta la evasión fiscal. Desde el machismo y la violencia contra la mujer hasta un cierto racismo que todavía pulula en algunas mentes ciudadanas. Y desde usar el poder político en beneficio personal hasta pensar que se tiene derecho al abuso de los propios bienes, en contra de lo que la solidaridad exige. Los sectores que tienen estas enfermedades deberían mirarse con más cuidado antes de querer pontificar sobre cómo debe ser el país. Todos tenemos derecho a luchar por un mejor El Salvador. Pero no se corrige a los demás a base de mantener los propios abusos e impunidades. Y mucho menos a base de desarrollar el egoísmo de los más ricos trayendo ponentes al Enade que se expresan con frecuencia como enemigos de la sana estructuración de la solidaridad.