Los aires electorales que soplan vienen acompañados por un curioso discurso dirigido a estudiantes universitarios. Uno de los precandidatos de Arena se ha lanzado a la conquista del voto juvenil urbano. Así, recorre universidades para suscitar entusiasmo y tal vez capturar votos. En sus intervenciones relata su trayectoria personal hasta llegar a convertirse en un empresario exitoso, es decir, millonario. A la luz de su experiencia, invita a sus oyentes a convertirse en empresarios o en emprendedores, tal como se ha dado en decir ahora. Pero también los invita a prepararse para encontrar un empleo bien remunerado. Aquí el discurso se vuelve confuso, porque no se sabe bien si el objetivo es ser empresario o empleado bien remunerado.
El discurso contiene sofismas peligrosos. Indudablemente, los dos precandidatos de Arena son empresarios exitosos, a juzgar por el volumen de las operaciones de sus empresas y la fortuna acumulada. Pero es de embusteros invitar a la juventud a imitarlos. Cuantitativamente, eso es imposible, porque no existen recursos para que todos los que, medio embobados, llenan los auditorios universitarios puedan llegar a ser millonarios. El discurso pasa por alto que el punto de partida de ambos precandidatos, una empresa familiar y un capital en expansión, les dio una ventaja incomparable en su carrera empresarial, aun cuando hayan empezado por desempeñar los empleos más humildes y peor remunerados en su compañía. La mayoría de su auditorio solo cuenta con una educación superior de calidad discutible y con pocas oportunidades de empleo. Además, no todos sus oyentes pueden ser empresarios, porque si así fuera, ¿quién o quiénes serían los asalariados?
Y si acaso alguno de los oyentes de este discurso se llega a convertir en empresario exitoso, muy probablemente lo conseguirá aumentando la pobreza y la desigualdad existentes. La generación de empleo, en sí misma, no erradica la pobreza por el alto nivel de explotación del capitalismo neoliberal. Unos cuantos se convertirán en empresarios millonarios, pero los demás, por mucho que se esfuercen, no encontrarán espacio ni medios para concretar sus ilusiones. La fuerza devastadora del capitalismo monopólico no se los permitirá. Al final, están destinados a convertirse en asalariados mal remunerados. Dicho con otras palabras, el éxito deslumbrante de unos cuantos descansa en la explotación de la mayoría. Un empresario de esa naturaleza no garantiza el bienestar común. Al contrario, consolida un sistema injusto.
La dinámica capitalista es incompatible con los valores que promueven ambos precandidatos. El capitalismo neoliberal es ajeno a los valores humanos. Su objetivo es producir y acumular la mayor cantidad de dinero posible. El afán absoluto por el dinero mata la sensibilidad ante la necesidad y el sufrimiento humano; solo interesa la rentabilidad. La última palabra sobre el rumbo del país no la tienen los gobernantes, tal como proclama uno de los precandidatos, pero tampoco los salvadoreños. La decisión última la tienen los grandes capitalistas. Ciertamente, esto es así en Arena, donde por encima de las estructuras partidarias públicas se encuentran unos cuantos millonarios, los donantes, que desde el anonimato dirigen el partido, según conviene a sus intereses.
El discurso de los precandidatos es ingenioso, porque pretende suscitar entusiasmo electoral en el mundo universitario con la cara amable del capitalismo neoliberal. Pero mejor servicio harían si propusieran una forma viable para redistribuir la riqueza de tal manera que la educación que reciben sus auditorios se aproxime a la que ellos recibieron en el extranjero. La educación, no solo la superior, es mucho más importante que contar con más empresarios millonarios, siempre pocos y siempre generadores de desigualdad y pobreza. También sería interesante escuchar qué proponen para reformar el sistema tributario, porque si llegan al poder, tendrán que enfrentar el déficit fiscal y la necesidad de invertir en educación y en otros servicios básicos. Asimismo, es importante conocer qué proponen para mejorar las condiciones laborales de los trabajadores, incluidos los salarios y el acceso a los servicios básicos, porque la mayoría de la población económicamente activa es asalariada o desempleada.