Humanidad nueva y nueva humanidad. No se trata de un juego de palabras, sino de una novedosa realidad. La buena y gran noticia de la que se habla en Navidad es que en Jesús de Nazaret acontece la irrupción de Dios en la historia humana. Es la Navidad de la pequeñez y el servicio, en medio del poder de dominación y la prepotencia de los grandes de este mundo. Irrupción con olor a pesebre, como afirma el teólogo Gustavo Gutiérrez. O como diría José Ignacio González Faus: en Jesús, Dios ha revelado su propio rostro, el rostro de un Dios a merced del hombre.
Dios se define como aquel que entrega a su hijo; es un Dios entregado. Un Dios que se hace presente en la historia personal y colectiva a través de su espíritu, el Espíritu que nos posibilita la experiencia del sentido último y de una esperanza contra toda esperanza. El rostro de un Dios amor-novedoso, que se expresa en la ternura-solidaridad-benignidad y el amor a los seres humanos. Un Dios fecundo, que hace posible la historia vivida por Jesús (su modo de ser, sus dichos y hechos), donde se pone de manifiesto la posibilidad real de humanidad nueva. El libro de los Hechos de los Apóstoles define a Jesús como el ser humano que pasó por el mundo haciendo el bien, curando, consolando y defendiendo a los insignificantes. Y una de las razones primordiales de ese modo de ser es “porque Dios estaba con él”.
En esta línea, el teólogo Leonardo Boff sostiene que el hombre Jesús de Nazaret había revelado en su humanidad tal grandeza y profundidad que los apóstoles y cuantos le conocieron, tras un largo proceso de desciframiento, solo pudieron decir: “¡Así de humano solo puede serlo el mismo Dios!”. Esa humanidad nueva es descrita por Jon Sobrino como el modo de ser donde aparecen unidas cosas difícilmente unificables. Jesús es a la vez hombre de misericordia (se conmueve hasta las entrañas al ver a las muchedumbres angustiadas y desvalidas) y de denuncia profética (“ay de vosotros, los ricos”); hombre de reciedumbre (“quien quiera venir en pos de mí tome su cruz y sígame”) y de delicadeza (“tu fe te ha salvado”); hombre de confianza en Dios (“Abbá”, Padre) y de soledad ante Dios (“Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”).
¿Qué se quiere decir, pues, cuando se habla de Jesús como el principio y fundamento de una humanidad nueva? Significa que en Jesús se reveló lo que de más divino hay en el ser humano y lo que de más humano hay en Dios. Significa que en el modo de ser humano de Jesús aparece realizado en plenitud el proyecto de hijo (el proyecto de hermano), superándose las contradicciones de la condición humana, mediante la fe, la esperanza y el amor al estilo de Jesús.
Ahora bien, la buena y gran noticia no es solo que en Jesús encontramos una humanidad nueva, sino que a partir de él se puede construir una nueva humanidad. Ya los primeros cristianos experimentaron a Jesús como fuente de vida nueva, por eso después de su muerte y resurrección, prosiguieron su causa y lo consideraron el modelo de ser humano a seguir, lo confesaron como “Dios con nosotros”, porque en ese modo novedoso y sorprendente de ser humano solo puede ser y estar Dios. Más todavía, se considera que la misión explícita que Jesús encomendó a sus discípulos (ser pescadores de hombres) no tiene un sentido proselitista, sino el de sacar la mejor calidad humana, suscitar la mejor versión posible de cada persona, en línea con lo que habían anunciado los profetas: “Cambiar el corazón de piedra en un corazón de carne”.
De esa nueva humanidad, que es posible a partir de la humanidad nueva plasmada en Jesús, nos hablan don Pedro Casaldáliga y José María Vigil. Ellos la describen como aquellos hombres y mujeres que viven abiertos al Misterio de Dios, que es vida y amor; personas que hacen de la solidaridad el nuevo nombre de la paz, la nueva praxis del amor y la nueva dinámica de la política; seres humanos compasivos, conscientes y comprometidos. Gente que asume las grandes causas sin eludir el conflicto, la persecución y el posible martirio; que espera contra toda esperanza, en medio de las decepciones, en la monotonía diaria, a pesar de los fracasos y contra las evidencias del triunfo del mal. Gente buena que mantiene la coherencia de los testigos fieles, propaga la perfecta alegría de los utópicos y organiza la esperanza de los pobres; que promueve la civilización de la pobreza humanizadora contra la civilización de la riqueza excluyente e inhumana.
En suma, Jesús es ejemplo de humanidad plena, de una vida de pasión por Dios y de compasión para los otros. Esto es lo que se celebra en el misterio de la encarnación: la humanidad nueva de Jesús desde la cual podemos construirnos como familia humana, como nueva humanidad. Según la tradición cristiana, con el primer Adán, la injusticia, el sufrimiento y la muerte penetraron en la historia humana. Con Jesús (el segundo Adán), en cambio, la gracia y la salvación están al alcance de todos.
Finalmente, una llamada de atención del padre Sobrino. Él afirma que de Jesús tiene mucha necesidad la Iglesia para su evangelización, y el mundo para su humanización. Y en seguida advierte: “Si de la humanidad fuese desapareciendo el Jesús que contaba parábolas como la del buen samaritano o la del hijo pródigo, que nos decía en las bienaventuranzas cómo vivir ya salvados y en la parábola del juicio final cómo quedar salvados para siempre […], el daño sería irreparable”.