La tragedia de Nejapa es un nuevo recordatorio de las condiciones precarias en las que sobrevive la mayoría de la población. Una vez más, un evento de carácter natural, pero ocasionado por la imprudencia y la indolencia humana, deja varios muertos y más de 130 familias sin techo y sin sus escasas pertenencias, adquiridas con mucho esfuerzo. Desdichadamente, esta no es la primera ni será la última calamidad. El huracán Eta amenaza con causar más ruina y pérdidas. La complacencia de unas autoridades que se conforman con alertar, lamentar y prestar auxilio inmediato es escandalosa. El ministro de Gobernación, satisfecho consigo mismo, advirtió que en el caso de Nejapa la alerta había sido oportuna, es decir, él había hecho su parte. Pero si el aviso no llega a quienes están en peligro inminente, no cumple su cometido.
Es fácil culpar a las víctimas de las catástrofes naturales o minimizar su desgracia como inevitable, un daño colateral de la indiferencia social y gubernamental ante el creciente deterioro medioambiental. Afirmar la vulnerabilidad del país no justifica la pasividad y la indolencia. La gente no se asienta en sitios de alto riesgo por capricho, sino porque se le ha negado el acceso a una vivienda segura. Ni siquiera las alertas gubernamentales le llegan a tiempo. Los llamados “a tomar las precauciones necesarias y seguir las indicaciones” gubernamentales caen en el vacío. Son iguales a la indicación de tomar “vías alternas” para evitar el atasco. Las tales vías no existen, pero el aviso descarga la conciencia del funcionario. Muchas personas están forzadas a convivir con el peligro y a retomar su vida desde la pérdida absoluta cuando aquel se concreta. Son tantas y tan comunes que se desconoce su ubicación y su número exacto. Son las mismas a quienes los políticos aseguran servir y cuyos votos buscan en tiempos electorales como los actuales.
La fuerza de la naturaleza es poderosa e inexorable, pero su impacto puede reducirse grandemente con la prevención. Prevenir es mucho más que lanzar alertas cuando la catástrofe está a las puertas. Si las zonas de riesgo hubieran sido intervenidas y las autoridades ejercieran una vigilancia rigurosa, las vidas y los bienes estarían más seguros. Prevenir implica impedir depositar ripio y basura en sitios no aptos, deforestar, construir en sitios no habilitados o desarrollar actividades que amenazan el medioambiente. La prohibición de habitar sitios de alto riesgo debe ir acompañada de alternativas seguras. De lo contrario, la gente se amontona donde puede; por lo general, en sitios inseguros, en los que suelen ocurrir las tragedias que luego se lamentan hipócritamente como inevitables. La vigilancia y la coacción deben ir acompañadas por una intensa campaña educativa.
Intervenir, vigilar y educar para la convivencia segura corresponden tanto al gobierno local como al nacional. El primero, dada su proximidad al territorio, debiera estar familiarizado con sus características y sus habitantes, y no debiera permitir la creación de situaciones de riesgo. Ordenar el territorio y la actividad rural y urbana se imponen. Es suicida continuar como si los recursos fueran inagotables. El gobierno nacional necesita del local tanto para prevenir la catástrofe como para auxiliar a sus víctimas. Pero la altanería del ministro de Gobernación y la prepotencia del director de la Policía en Nejapa evidencian la falsa autosuficiencia de la Casa Presidencial de Bukele.
Presentarse en el sitio de tragedias como la de Nejapa para lamentar pérdidas y desenterrar cadáveres es cruel, puesto que el deslave pudo evitarse. El despliegue de ministros y fotógrafos oficiales, y el frenesí de tuits de diversos funcionarios, más de 340 en las horas siguientes, con imágenes y mensajes, proyectan la conmoción gubernamental, tan ineficaz como cínica. La mayoría de las imágenes exhiben al candidato a alcalde de la capital y actual ministro de Gobernación abrazado a las víctimas y al mando de socorristas, voluntarios y soldados. Es perverso servirse del dolor y del despojo de la población golpeada doblemente por la precariedad habitual y por la catástrofe. La calculada frialdad gubernamental ante la desgracia es insolente.
La tragedia de Nejapa, a la cual se agregará muy probablemente la del huracán Eta, exigen un plan global para intervenir de inmediato las zonas de riesgo. Responsabilizar a los Gobiernos anteriores no alivia el dolor de las víctimas. El descuido no ha sido solo de ellos, el comportamiento del presidente Bukele y sus ministros no es diferente. Todos se contentan con emitir alertas, repartir paquetes para atender necesidades inmediatas y salir en la foto muy posesionados de su papel. Hasta ahora, los Gobiernos han sacrificado el medioambiente en aras de un desarrollo mal entendido. No hace mucho, el mismo presidente Bukele expresó su intención de promover la construcción aun a costa del medioambiente, que considera un estorbo.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.