El libro de la alegría es el título de un libro a dos voces, las del Dalai Lama y el arzobispo Desmond Tutu, premios Nobel de la Paz. Según relatan estos dos maestros del espíritu, la obra es fruto de un encuentro en Dharamsala, India. En abril de 2015, Tutu viajó a casa del Dalai Lama para acompañarlo en la celebración de sus ochenta años. La ocasión fue aprovechada para compartir conocimientos y experiencias —adquiridos a lo largo de toda una vida— sobre cómo vivir con alegría a pesar del dolor inherente a la existencia.
Douglas Abrams, coautor del libro (entrevistó a estos dos líderes espirituales), afirma que el texto fue concebido, desde el principio, como un pastel de cumpleaños de tres pisos. El primer piso son las enseñanzas del Dalai Lama y del arzobispo acerca de la alegría. Algunas de las preguntas clave que estuvieron presentes en sus reflexiones fueron las siguientes: ¿cómo podemos vivir en la alegría cuando muchos otros sufren, cuando una pobreza demoledora le roba el futuro a la gente, cuando la violencia y el terror campan a sus anchas por las calles, cuando la destrucción del medioambiente pone en peligro la vida en el planeta? El segundo piso está compuesto por las investigaciones más recientes sobre la alegría, así como del resto de las cualidades que, según los autores, son esenciales para que la felicidad perdure. Y el tercero lo conforman las historias de toda una semana en Dharamsala con ambos maestros, y una selección de ejercicios sobre los pilares, tanto emocionales como espirituales, de sus vidas.
En el libro se presenta un esbozo de los ocho pilares de la alegría, cuatro de la mente (perspectiva, humildad, humor y aceptación) y cuatro del corazón (perdón, gratitud, compasión y generosidad), que deben ser interiorizados y cultivados en un mundo cambiante y tan lleno de sufrimiento. Veamos, de manera sucinta, cómo se describen.
Perspectiva. El Dalai Lama utiliza los términos “perspectiva más amplia” y “mayor perspectiva” para designar la actitud de “tomar distancia” frente a la realidad, con el propósito de adoptar una visión más completa e ir más allá de nuestra limitada conciencia e interés propio. Desmond Tutu, por su parte, habla de considerar las cosas “desde la perspectiva de Dios” (desde su misericordia), lo que permite transcender los límites de la identidad personal y del egoísmo. Ambos intentan desplazar nuestra perspectiva anclada en el yo (en lo mío) hacia otra centrada en el nosotros (en lo nuestro).
Humildad, que procede del término latino “humus” (“tierra”) y que literalmente significa “devuélvenos a la tierra”. Para estos líderes del espíritu, nuestras vulnerabilidades, flaquezas y limitaciones son un recordatorio de que nos necesitamos los unos a los otros, de que no hemos sido creados para la autosuficiencia, sino para la interdependencia y la ayuda mutua. La arrogancia, por el contrario, proviene de la confusión entre nuestros papeles sociales, que son temporales, y nuestra identidad fundamental (ser con otros).
Humor procede de la misma raíz que las palabras “humanidad” y “humildad”; consiste en ser capaz de bajarse del propio pedestal, reírse de uno mismo y no tomarse demasiado en serio. No tiene nada que ver con el humor denigrante que ridiculiza y menosprecia a los otros, al tiempo que se ensalza a sí mismo. Se trata de llevar a la gente a un terreno común. Aceptación, que para el Dalai Lama y el arzobispo Tutu no es una actitud pasiva, sino efectiva. Pasa por asumir el trabajo duro que implica llevar a cabo los cambios necesarios y por responder a las exigencias que plantea la realidad.
Respecto a las cualidades de corazón, los autores del libro las describen en los siguientes términos. Perdón, que, para ambos maestros, no significa olvidar el mal cometido o no buscar justicia, sino elegir no reaccionar con ira y odio ante el victimario. Aquí es donde radica el poder del perdón, en no olvidar la humanidad de la persona, a la vez que se responde a la maldad con claridad y firmeza. Gratitud, que, según el texto, significa pasar de contar las cargas que cada uno lleva a enumerar las bendiciones recibidas. Cuando reconocemos todo lo que se nos ha dado, se puede desplegar una actitud de saber cuidar y saber compartir los dones y bienes obtenidos. Ayuda a catalogar, celebrar y regocijarse por lo que nos ha dado la vida.
Compasión, que literalmente quiere decir “sufrir con”. Para el Dalai Lama, una mentalidad demasiado egocéntrica solo provoca sufrimiento. Por el contrario, el interés por el bienestar de los demás es fuente de felicidad. En consecuencia, afirma, si uno desea disfrutar de una vida feliz, debe desarrollar una profunda preocupación por el bienestar de los otros, de modo que cuando alguien esté pasando por un período difícil de su vida, de forma inmediata aparezca un sentimiento y actitud compasivas. Para ambos líderes, independientemente de que se sea creyente o no, en tanto que seres humanos, en tanto que miembros de la familia humana necesitamos de compasión. Generosidad, que, según los autores del libro, no es simplemente una noble virtud, sino que está —al igual que la compasión— en el núcleo de nuestra humanidad y contribuye a que la vida sea alegre y tenga sentido. Para recibir hay que dar, afirma el arzobispo Tutu. Es preciso comprender, explica, que cuando nos encerramos en nosotros mismos tendemos a ser infelices, pero cuando dejamos de centrarnos en nuestra persona, descubrimos que estamos llenos de gozo.
Cultivar estos ocho pilares de la alegría es un reto primordial para ser más humanos.