El FMLN y su Gobierno persisten en alejarse de la realidad que les incomoda o les contradice. En el Foro de Sao Pablo se presentaron como los “protagonistas” del “bienestar y del progreso” y como los voceros de millones de personas que no han abandonado la esperanza. Tal vez eso se pueda afirmar de otros partidos de otras naciones, pero no del FMLN. Si fuera como dicen, hubieran arrasado en las elecciones recién pasadas y les aguardaría un triunfo avasallador en las próximas. A juzgar por el resultado electoral, en El Salvador, cada vez representan menos.
Para el FMLN y su Gobierno, si no han logrado sus metas es por la “arremetida” de la “derecha oligárquica”. Indudablemente, esta fuerza insiste en el neoliberalismo descarnado, pero no “arremete” contra “la agenda” efemelenista, en cuyo centro figuraría “el pleno desarrollo humano y la solidaridad […] por encima de la ganancia y el egoísmo”. Si esa agenda existe, encierra deseos postergados indefinidamente, ya que lo único que sus dos Gobiernos han hecho es dar continuidad al neoliberalismo de la derecha, aunque con algunos paliativos, y desvalijar al Estado. La “unión estrecha con el pueblo y sus organizaciones” para derrotar los intentos neoliberales es redundante. Ni los resultados electorales confirman la cercanía, ni han ofrecido una alternativa al neoliberalismo. Si acaso las condiciones de vida de las mayorías salvadoreñas no han empeorado —tal como habría ocurrido en “los países que han retornado a fracasados gobiernos de derecha”—, tampoco han mejorado como para marcar una notable diferencia.
No es, pues, necesario que la derecha salvadoreña propague “la desilusión y la apatía” para “desmovilizar las luchas populares con la intención de perpetuarse en el poder”, porque aquellas han sido provocadas por la década de gobierno neoliberal del FMLN y por su incapacidad para la buena administración. Su única ventaja es que esa desilusión y esa apatía también afectan a los otros partidos tradicionales. En el caso del FMLN, él es el único responsable, porque carece de una política audaz y de una ética sólida. En realidad, la amenaza no proviene de la derecha, sino de Nuevas Ideas. Por otro lado, las llamadas izquierdas también tienden a perpetuarse en el poder.
No obstante, el FMLN supo reconocer la trascendencia del momento actual para los pueblos latinoamericanos y “sus esperanzas de una vida mejor, de progreso, en paz y sin pobreza y hambre”, pero en una década ha demostrado que no es capaz de satisfacer esas expectativas. Mientras tanto, ese pueblo sobrevive como puede, emigra en masa y delinque para acceder al consumo. Ciertamente, “como izquierda”, los partidos reunidos en el foro de Sao Pablo están llamados a “continuar siendo la esperanza de nuestros pueblos, con alternativas políticas viables y eficaces”, pero, de nuevo, no es el caso del FMLN. Utópicamente, “sí es posible ese mundo mejor”, pero no ha trabajado para acercarlo y, en consecuencia, tampoco ha sabido guardar el “heroico legado de siglos de lucha”.
Claro, el FMLN no podía reconocerlo en un foro típicamente de izquierda y delante de sus grandes jefes. Por eso, al igual que en el discurso del 1 de junio, optó por expresar aspiraciones y deseos, y por atribuir sus fracasos a “la derecha oligárquica”. El discurso del FMLN omite la realidad y, con ella, toda pretensión de decir verdad. En vez de ello, fabrica la realidad conforme a sus dictados, anhelos e ilusiones, y tiene la absurda pretensión de que esta sea aceptada universalmente. En El Salvador, muchos de sus electores ya no se contentan con irrealidades fantasiosas.
En este contexto, el FMLN se solidarizó con los expresidentes de Brasil y Ecuador, que enfrentan procesos judiciales por corrupción. Y con el Gobierno de Nicaragua, cuyo discurso retomó para deslegitimar la protesta social. Pero se contradice, porque los “grandes avances sociales y económicos” que alaba y admira fueron posibles gracias a la alianza de Ortega con la que llama “derecha oligárquica”, la misma que asegura “arremete” contra su Gobierno en El Salvador. Por otro lado, si esos logros fueran tan grandes, no habría habido protesta popular. En Nicaragua, nadie intenta “arrebatar a la población” esos “grandes avances”. El proyecto se ha agotado tanto que es imposible regresar a la situación anterior. El orteguismo se sostiene solo por la represión y el terror.
El FMLN, en la misma línea que la actual izquierda latinoamericana, evita la realidad y se refugia en la ideología. Desde ella, se empeña en dar verosimilitud a lo irreal y lo fantástico, en un inútil afán por huir de la realidad compleja y desafiante. Así, convierte lo irreal y extraño en realidad cotidiana. El FMLN vive de ilusiones y fantasías, porque no se atreve a reconocer su fracaso. El esfuerzo de su discurso para crear realidad está condenado al fracaso, porque se estrellará contra ella. La realidad se construye desde la acción eficaz y sostenible.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.