Para contar y grabar en la memoria

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Es conocido que Jesús enseñaba con parábolas; es decir, con comparaciones. Él comparaba las cosas del reinado de Dios, que no son tan evidentes, con las cosas que el pueblo experimenta cotidianamente. Hablaba de Dios no con discursos abstractos, sino con parábolas, narraciones breves, tomadas de la vida cotidiana. Este año, el papa Francisco ha dedicado el mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones al tema de la narración.

Como se sabe, el eje teórico de la comunicación alinea tres polos, sin los cuales es imposible transmisión alguna. La lectura histórico-crítica se orienta hacia el polo del autor (emisor/perceptor), intentando saber qué tradiciones recogió y cómo las transmitió e interpretó. La lectura semiótica se dirige al texto y examina sus códigos de comunicación; es el mensaje lo que le interesa. El análisis narrativo se orienta de forma prioritaria no hacia el autor ni hacia el mensaje, sino hacia el efecto del relato sobre el lector o lectora. Contar no es solo transmitir, sino construir un mundo con sus propios códigos.

El título del mensaje del papa, “Para que puedas contar y grabar en la memoria”, está tomado del libro del Éxodo (Ex 3,7-8; 10,2), relato bíblico fundamental en el que Dios interviene en la historia de su pueblo. Israel tendrá que mantener vivo el recuerdo de su procedencia, de su pasado de opresión y esclavitud en Egipto, donde el único que se acordó de ellos y que escuchó sus clamores fue el Señor. Para el obispo de Roma, es necesario cultivar y difundir las buenas historias: “Historias que construyan, no que destruyan; historias que ayuden a reencontrar las raíces y la fuerza para avanzar juntos […] Una narración que sepa mirar al mundo y a los acontecimientos con ternura; que cuente que somos parte de un tejido vivo; que revele el entretejido de los hilos con los que estamos unidos unos con otros”.

Francisco critica que, en los actuales telares de la comunicación, a menudo “se fabrican historias destructivas y provocadoras, que desgastan y rompen los hilos frágiles de la convivencia”. Y de inmediato explica las formas: “Recopilando información no contrastada, repitiendo discursos triviales y falsamente persuasivos, hostigando con proclamas de odio”. De ahí la necesidad de volver a las narraciones que posibiliten sabiduría, valor, paciencia y discernimiento. Sabiduría “para recibir y crear relatos bellos, verdaderos y buenos”. Valor “para rechazar los que son falsos y malvados”. Paciencia y discernimiento “para redescubrir historias que nos ayuden a no perder el hilo entre las muchas laceraciones de hoy; historias que saquen a la luz la verdad de lo que somos, incluso en la heroicidad ignorada de la vida cotidiana”.

Finalmente, exhorta a compartir historias que huelen a Evangelio porque dan testimonio del amor que transforma la vida. Señala que esas historias debemos “contarlas y hacerlas vivir en todas las épocas, con todos los lenguajes y por todos los medios”. En esta línea, es importante traer a memoria el relato que fue distribuido en hojas volantes, el 19 de marzo de 1977, durante la peregrinación y misa en memoria de Rutilio Grande, Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus, suscrito por las comunidades eclesiales de base.

Las portadas de los principales periódicos de la época, un día después del asesinato (13 de marzo), minimizaban el hecho mediante sus vicios inveterados. La Prensa Gráfica titulaba: “Elecciones ayer en Francia”, y en un segundo plano se leía: “Matan a tiros a cura, amigo y niño”. La desproporción en el espacio y prioridad entre ambas noticias era obviamente descarada. El Diario de Hoy, por su parte, decía: “Ola violencia izquierdista”. Y el segundo titular: “Protestas liberación terroristas negros”. Aquí prevalece el encubrimiento y la distorsión, quedando la realidad principal diluida.

Aquella humilde hoja volante aparecía, en ese contexto, como portadora de verdad. Titulaba su narrativa en los siguientes términos: “Atardecer del 12 de marzo de 1977”. Para que podamos contar y grabar en la memoria dejamos ese relato sobre el martirio del padre Rutilio, Manuel y Nelson.

Jesús: Rutilio, ¿qué haces aquí? Yo aún no te había llamado.

Rutilio: ¡Señor mío y Dios mío! Los hombres egoístas me expulsaron de la tierra. Mira mis doce heridas de bala; ve también las ocho de la espalda de Manuel y las cuatro de Nelson.

Jesús: ¿Qué hiciste para que despertaras tanto odio en esos hombres?

Rutilio: Repetir tus palabras, Señor, de acuerdo a los signos de los tiempos. No comprendieron los poderosos; de nuevo confundieron maliciosamente tus palabras de amor y justicia con… subversión. Me llamaron peligroso, me calumniaron, me acusaron y gritaron: “¡Ametrállale, ametrállale!”. Recuerda cuando a ti te gritaban: “¡Crucifícale, crucifícale!”.

Jesús: Y tú, Manuel, ¿qué hiciste para que también te callaran?

Manuel: Yo, Señor, humildemente en mi vejez, buscaba rejuvenecer mi fe… y también quise evangelizar en tu nombre.

Jesús: Y tú, Nelson ¿qué hacías tan joven en ese camino?

Nelson: Quise, Señor, seguir tus pasos… Sentía alegría al oír tus palabras en labios de Rutilio y, de repente, oí gritos de rabia en las bocas de las metralletas.

Jesús: He oído el clamor y veo la angustia por las injusticias [cometidas contra] mi pueblo. Ahora ustedes van a ser mis mejores testigos. De sus labios y de su sangre se oye el grito del pueblo que lleva mi nombre, El Salvador. Y les doy mi palabra: quitaré el falso orgullo de esos caínes y asentaré en la tierra mi justicia, que es el amor de Abel.

 

* Carlos Ayala Ramírez, profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuitas de Teología, de la Universidad de Santa Clara, docente jubilado de la UCA y exdirector de Radio YSUCA.

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