Para evaluar al poder

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Rodolfo Cardenal
01/05/2019

A medida que se aproxima el cambio de Gobierno, arrecia la polémica mediática sobre su integración, sus planes, el traspaso y, sobre todo, la personalidad de Nayib Bukele, que a algunos se les antoja misteriosa. Indudablemente, es bueno y muy necesario adoptar una actitud crítica ante el poder. Pero ante todo poder, no solo ante aquel que desagrada o desconcierta. Los críticos del nuevo presidente y su Gobierno hacen demandas que no se las habrían planteado a ningún presidente electo de los partidos derrotados. Pareciera que se esfuerzan por convencerse y convencer de que, en realidad, no hay novedad alguna, sino más de lo mismo de siempre. Los reproches evidencian cierto afán por encasillar a Bukele en alguno de los compartimentos conocidos, pero como él no admite tal clasificación, provoca frustración y más irritación. La dialéctica agresiva con la que se escapa aumenta la ansiedad entre sus adversarios, y tal vez entre algunos de sus seguidores.

La gran prensa ha demostrado ser incapaz de aceptar un foráneo como presidente, menos cuando es la razón de que sus grandes expectativas políticas no hayan sido satisfechas. Por eso, tanto si hace como si no hace, Bukele y su movimiento siempre serán blancos de reclamos y críticas. Sorprendentemente, esa actitud escrutadora, casi inquisitorial, desaparece ante los poderes económicos, políticos y sociales establecidos. En consecuencia, es necedad sostener la objetividad de esa prensa. La libertad de pensamiento y expresión la habilita para transmitir sus opiniones. Pero eso no equivale, de ninguna manera, a objetividad. Prueba de ello son los titulares, el tratamiento diferenciado que da al pobre y al rico, o la presunta información empresarial, vinculada directamente con la compra de espacio publicitario. La prensa que no verifica la información con al menos dos fuentes independientes, que silencia la opinión contraria o discrimina, y que no sopesa los hechos y sus interpretaciones carece de honradez con la realidad. Al atribuirse el monopolio de la verdad, se ha endiosado. Sus pareceres son incuestionables e incluso se coloca por encima de la justicia, por eso condena anticipadamente a los inculpados.

A diferencia de los presidentes anteriores, Bukele no permanece callado, sino que responde a sus detractores con la misma moneda, lo cual es motivo de mucha irritación. Es cierto que Funes reaccionaba también a la crítica semanalmente, en su programa de radio. Pero la influencia de Bukele es mucho mayor, tiene más seguidores y usa intensamente las redes sociales, que han despojado del monopolio de la información y la opinión a la gran prensa. En ese sentido, las redes han hecho más democrática la comunicación de masas. Indudablemente, la “información falsa” juega un papel importante en la polémica. Pero muy probablemente tanto los seguidores de Bukele como sus detractores hacen uso de ella.

Quizás el origen de la exacerbación sea cultural. El uso de las nuevas tecnologías de la información ha desconcertado a los creadores de opinión de siempre, incapaces aún de asimilar las novedades de la comunicación. Sin embargo, estos tienen una observación válida. La velocidad de estas técnicas está acompañada de un elevado nivel de impersonalidad. De ahí la importancia de proporcionar criterios para no caer en ingenuidades o simplezas. La tarea no es fácil, porque los usuarios de las redes sociales se caracterizan por prestar atención solo a la opinión que coincide con la propia y descartar automáticamente la contraria. De esa manera, se reafirman en sus posiciones previas y cierran la posibilidad de abrirse a la opinión diferente. Es así como se acaba imponiendo un pensamiento único entre ellos. La ventaja de Bukele y sus seguidores sobre sus críticos son los hechos, que, en sí mismos, no admiten discusión. El cansancio con la política de posguerra es la gran desventaja de sus contradictores, que se empeñan en argumentar retóricamente, en descalificar ad hominem (una de las falacias lógicas más comunes) y, cuando esto no es suficiente, en insultar.

El criterio fundamental para evaluar a Bukele y su próximo Gobierno, y a cualquier poderoso, no es cómo le va a los mercados, al gran capital organizado y a los potentados, sino cómo le va al pueblo, a aquellos que no tienen poder, ni empleo, ni acceso a la salud y la educación, ni agua potable y energía, ni techo, ni seguridad, razones por las cuales desean huir del país. El futuro presidente y su Gobierno deben ser criticados por sus hechos, por lo que hagan o dejen de hacer. La contundencia de la realidad es la única que puede desmontar los prejuicios. El gran obstáculo consiste en tender a pensar que el punto de vista propio es, necesariamente, verdadero, sin contrastarlo con el otro, el totalmente diferente.


* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.

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