En este mes de septiembre, en el que celebramos la independencia, conviene recordar a los migrantes. Si no habláramos de ellos en el mes de la patria, seríamos simple y sencillamente unos hipócritas. Porque nadie hay más patriota, en su conjunto, que ellos. Expulsados de su propio país por la pobreza injusta, por las guerras, por la irresponsabilidad de los liderazgos económicos, sociales o políticos, no guardan odio ni rencor para con el terruño. Para ellos, la patria es el suelo que les vio nacer, la familia que les dio vida aun en medio de dificultades, los amores que desde la infancia les dieron aliento para vivir. Y su agradecimiento se refleja tanto en el cariño al lugar concreto de su nacimiento y crianza como en el apoyo a la familia, muchas veces incluso ampliado a las amistades. Expulsados por la falta de oportunidades, envían remesas para crear oportunidades para otros. Con sus inyecciones económicas a nuestro maltrecho país incluso posibilitan que se les pueda pagar buenos salarios a políticos que nunca se interesaron por ellos. O que ganen un poco más en sus negocios empresarios egoístas que prefirieron invertir sus ganancias en lujos o en otros países, en vez de en el desarrollo del país. A pesar de haber sido maltratados en su propia tierra, siguen enviando dinero, es decir, invirtiendo en El Salvador y beneficiando a todos. Eso sí es patriotismo.
Muy pronto se presentará en nuestro país una investigación sobre migración financiada, entre otros, por el Fondo de Población de las Naciones Unidas y realizada por profesores de la UCA. Ya en imprenta, el resultado de la investigación se presentará con el sugerente título de "La esperanza viaja sin visa". En su contenido se une la narrativa directa de los migrantes jóvenes, muchos de ellos retornados, con los análisis sistemáticos de especialistas universitarios. Este trabajo se enmarca en un renovado interés en el mundo del migrante, que sigue siendo al mismo tiempo calvario y esperanza para nuestros países centroamericanos. Recientemente, se han tenido diversas reuniones sobre su problemática. El paso por México continúa siendo traumático y, a pesar de que El Salvador cuenta con una importante red de consulados, los esfuerzos por apoyar a los connacionales centroamericanos aún son insuficientes. Instituciones (los refugios, por ejemplo) y personas convertidas en símbolo de la protección al migrante, como el padre Solalinde, sufren persecución o enfrentan innumerables dificultades, en las que la sospecha de las autoridades mexicanas se mueve con mayor facilidad que la cooperación y el apoyo.
Urge, en este sentido, tanto una reflexión sobre la problemática de los migrantes como una acción más clara en su defensa. La historia del mundo no se comprendería sin el estudio de las diversas migraciones, todas ellas llenas de dificultades, pero pocas veces de tanta brutalidad como en la actualidad. Violaciones, asesinatos, robos y reclutamientos forzosos para formar parte de bandas criminales son algunos de los peligros que nuestros compatriotas y tantos otros centroamericanos afrontan, tratando de alcanzar sueños que deberían existir como oportunidades reales en el propio país. La negación de lo humano se hace concreta en el camino hacia el Norte sin que los países avancemos en solidaridad con las víctimas de un modo adecuado.
Los delitos cometidos contra los migrantes en la dura peregrinación hacia el Norte no se diferencian de lo que a nivel internacional se cataloga, en otros escenarios, como crímenes de lesa humanidad. Igual brutalidad a la que se sufre en una guerra por parte de un enemigo violador de derechos humanos. La misma indefensión de las víctimas ante un poder muy superior. La misma indiferencia del Estado y de los Gobiernos por los que transitan, cómplices con frecuencia de los criminales, directos en unas ocasiones y por omisión en otras. Y, por lo general, idéntica impunidad tras el crimen cometido contra ellos. El país receptor, Estados Unidos, como Europa con los africanos, es insensible y duro, sin más soluciones que la deportación para aquellos a los que logra capturar. Y en otros casos, los países de destino que niegan su desarrollo civilizatorio son permisivos y tranquilos con auténticos nazis o filonazis entre sus ciudadanos, y están dispuestos a humillar al sin papeles o simplemente a cazarlo.
No debemos cansarnos de repetir que hacer excelentes discursos sobre la patria sin recordar al migrante es siempre grandilocuencia vacía, y puede tener además una dosis demasiado alta de hipocresía. Una nueva visión del migrante, una opinión pública con mayor capacidad de denuncia, una política más dispuesta al apoyo son indispensables tanto para honrar el valor y el patriotismo de nuestros migrantes como para establecer vínculos más eficaces a la hora de construir un mejor El Salvador. Este ha sido un país de migrantes, y muchos de los hijos y nietos de los que llegaron acá en las últimas diásporas ostentan hoy posiciones de liderazgo económico, político y social. Tenemos, entonces, la responsabilidad ineludible de construir oportunidades locales para todos y todas, al tiempo que apoyamos a quienes desde nuevas oportunidades siguen ayudándonos a sobrevivir. Este mes de la patria nos ofrece un tiempo propicio para reflexionar sobre estos temas.