El desprestigio de la clase política no es asunto reciente; desde hace mucho tiempo se refleja en las encuestas. Y aunque el rechazo es generalizado, es en la juventud, necesitada siempre de ejemplos que la reten, donde el ejercicio de la política encuentra menos seguidores. En la Encuesta Nacional de Juventud que la UCA publicó en 2009, 7 de cada 10 jóvenes dijeron que la política les interesa muy poco o nada, y 8 de cada 10 (80.3%, para ser exactos) no sienten que sus intereses estén representados por algún partido político. En la misma tendencia, los partidos políticos y la Asamblea Legislativa superan el 80% de respuestas de poca o ninguna confianza entre los jóvenes. Otras encuestas de similares características reflejan las mismas tendencias. Es decir, en resumen, la política no es el hit de la juventud.
No es bueno que los jóvenes manifiesten esta apatía, pero ¿qué hacer si lo que nos muestran los políticos les da la razón? En los últimos tiempos, el conflicto con la Sala de lo Constitucional ha exhibido a los políticos a pecho abierto, sacando sus más íntimas miserias y corroborando aquello que dice alguna gente: "Más vale el diablo por político que por diablo". A partir de su poco afortunada actuación, podemos dibujar un perfil del político salvadoreño. Aunque hay honrosas excepciones, aquí nos referimos a los políticos profesionales salvadoreños, es decir, a los que han hecho de la política una forma de vida y no una plataforma de servicio. Y de estos enlistamos cinco características básicas y distintivas.
En primer lugar, para ser político hay que ser cínico. El cínico es también mentiroso, pero va más allá: miente a conciencia y lo hace sin inmutarse. Además de mentir, el cínico se caracteriza por cometer actos vergonzosos sin ocultarse ni sentir el mínimo atisbo de vergüenza. Los políticos profesionales piensan internamente en un "no", mientras mueven la cabeza de arriba a abajo diciendo "sí"; están dispuestos a decir que el negro es blanco si la cúpula de su partido se lo manda. Incluso pueden afirmar que están haciendo algo para salvar la Constitución, conscientes de que la están violando. Por eso, para ser un buen político profesional salvadoreño, hay que hablar bien y proceder mal. El político de oficio es como el billete falso, que hace ladrón al que lo usa y convierte en estafado al que lo admite.
En segundo lugar, para ser político hay que ser como el camaleón. Hay que saber adaptarse al medio y teñirse del color que convenga según el momento. Los políticos de oficio, es decir, los que en el país viven de la política, llaman a esto "flexibilidad" o "pragmatismo"; aunque, de acuerdo a la ética, es más bien una falta de principios o de coherencia. El político profesional se puede aliar con la extrema derecha o con la extrema izquierda, porque lo que importa es de dónde se puede recibir algo a cambio. Para el político de oficio, la democracia, más que ética, es numérica. Puede aprobar lo que antes reprobó porque solo se mueve por interés personal, por miedo o por fanatismo. Si lo moviera el amor al prójimo o la fe, entonces ya no sería político.
En tercer lugar, el político profesional padece de amnesia selectiva. No tiene memoria para aquello que no le conviene recordar. Con aparente convicción, puede condenar con firmeza algo que hizo en el pasado o, por el contrario, puede hoy hacer aquello por lo antes se rasgó las vestiduras. Así, un político salvadoreño de oficio pudo pasar 20 años sin que le molestara el manoseo de la Constitución y luego convertirse en su más ferviente defensor. También pudo decir en un momento determinado que por ninguna razón del mundo votaría por cierta persona para el cargo de, digamos, Fiscal General de la República, pero años después darle su respaldo porque, repentinamente, le parece la persona adecuada.
En cuarto lugar, el político profesional no tiene amigos verdaderos, solo aliados coyunturales que le sirven para sus intereses. Puede hoy ser de un partido y pasado mañana convertirse en enemigo de sus otrora compañeros de ideología. De esta manera, por ver intereses antes que personas, llama "maniobra" a lo que otros entienden como simple traición. El político profesional, como no tiene amigos verdaderos, cuando no tiene razones para criticar una postura o una propuesta, entonces recurre al juego sucio, ataca a las personas para denigrarlas y así descalificar sus propuestas. Rascan en su pasado, recuerdan favores pedidos, todo se vale con tal de descalificar al otro. Y, finalmente, al político nacional de oficio no le importa de verdad la democracia. ¿Por qué le importaría?, ¿por qué respetaría al conjunto de aquello que desprecia por separado? Cree que las mejores decisiones las toma la cúpula, y que hay un grupo privilegiado que sabe lo que le conviene al país.
Estas características de los políticos de oficio son las que han salido a relucir en el pleito de la Asamblea Legislativa con la Sala de lo Constitucional. En El Salvador, la política sigue, pues, en manos de una élite, y por ello la poca participación y falta de interés de la gente. Sin embargo, en reacción a ese manejo de la política es que se ha dado en los últimos meses una especie de despertar de la juventud. Ojalá que ese despertar sea algo más que una breve expresión de rebeldía; ojalá que esos jóvenes sepan encontrar modos propios, eficaces e inteligentes de expresión y participación, a fin de que marquen el cambio de una hora que ya ha durado demasiado.