La problemática salvadoreña es grave. Aunque la crisis económica es un factor generalizado hoy en el mundo en que vivimos, entre nosotros afecta al ochenta por ciento de la población. La violencia nos coloca en los primeros puestos a nivel mundial. La debilidad de nuestras instituciones genera corrupción, impunidad, falta de confianza en los liderazgos nacionales, sean estos económicos o políticos. Si buscáramos las causas de estos problemas encontraríamos, con bastante rapidez, causas estructurales. Ciertas formas de capitalismo sufridos por El Salvador, Gobiernos excesivamente unidos a los intereses económicos y al ansia de enriquecimiento rápido, bajos niveles educativos, tendencias tradicionales a resolver los conflictos por la vía de la violencia y no el diálogo podrían ser algunos de los factores causales de la actual crisis. Y aunque comulgáramos con este análisis, casi siempre olvidamos un elemento: la pobreza ideológica de nuestros debates, que con frecuencia nos lleva a callejones sin salida. Poner algunos ejemplos nos ayudará a considerar la importancia de acercarnos a este último problema con un poco más de complejidad y reflexión.
Frente a la ley de amnistía, por poner un ejemplo, los debates se empeñan en defenderla o pedir su derogación. Muy poca gente elabora propuestas que, por un lado, recojan lo positivo que pueda haber tenido la idea de una amnistía como fórmula social de perdón y reconciliación, y, por otro, subsanen el terrible menosprecio a las víctimas y a la verdad que se halla presente en la discutida ley. Si la derogación absoluta de la ley de amnistía puede tener efectos nocivos, de cara a las víctimas lo lógico sería la elaboración de una nueva ley que conservara lo bueno y desechara lo malo. Pero el debate, salvo algunas excepciones, se mantiene en el blanco y negro de la derogatoria absoluta o la permanencia total de una ley que ha sido discutida desde que nació. Pobre debate intelectual incapaz de pensar en una nueva ley de mayor consenso y superar la división de la familia salvadoreña.
Otro debate, sumamente pobre, es el que se estableció en torno al discurso del presidente Funes en El Mozote. Frente a un contenido de claro acercamiento al sufrimiento de la víctimas, el debate se ha centrado en si la fecha era o no oportuna, en que se pidió perdón a una sola parte del pueblo salvadoreño, y en si las lágrimas presidenciales eran auténticas o fingidas. Las víctimas no aparecen en el debate de los detractores. Un discurso que se centra en el tema fundamental de las víctimas de delitos de lesa humanidad es debatido exclusivamente a partir de los detalles más externos al mismo. Decir que pedir perdón en El Mozote es pedir perdón a solo una parte de la nación es la expresión más absurda. ¿No son los niños inocentes y tiernos la expresión más pura de toda la nación? ¿O es que repetimos eso de que los niños son el futuro de la nación excluyendo a los hijos de los campesinos? ¿Pedir perdón por matar al futuro de la nación no es pedir perdón a toda la nación? Y en cuanto a la crítica a las lágrimas, no hay nada más asqueroso y bajo que burlarse de los sentimientos ajenos. Pobre debate cuando la necesidad de que el Estado tome en consideración a las víctimas del pasado para construir un futuro más decente para todos no figura en el repertorio intelectual de ciertos comentaristas. ¿Cuándo una víctima entra en la categoría de pasado absoluto, es decir, de pasado que ya no influye en el presente? es una pregunta que no pasa por las pequeñas cabecitas de demasiados "formadores" —así les llaman— de opinión. Jamás sabremos cuándo entrarán en esa categoría de pasado ese sesenta por ciento de homicidios que no llegan a los tribunales. ¿Al año? ¿A los dos? ¿Se puede pedir justicia por un crimen cometido hace cinco años o ya hay que meterlo en esa máxima de la estupidez convertida en sabiduría que dice que hay que dejar tranquilo el pasado?
Y finalmente, el debate sobre la seguridad. La continua y creciente militarización de la seguridad responde al clamor de algunos sectores que quieren contestar a la impunidad y a la violencia delictiva con una mayor violencia. El debate tiende a centrarse en la fuerza en vez de en la inteligencia. Y posteriormente, en la discusión de si un militar retirado es un civil o no. Discusión que es zanjada con cierta prepotencia por el Presidente de la República afirmando la civilidad a la que pasan inmediatamente los militares en cuanto llegan a la edad de retiro. La problemática sobre el empleo de la fuerza en la persecución de delito apenas tiene presencia en la discusión. ¿Qué pasará si los militares retirados fracasan? ¿Habrá que pasar a los activos? Las escaladas en el uso de la fuerza suelen llevar a la agudización de los conflictos. Y mientras la policía y los civiles con civilidad, porque no todos gozan de ese don, tienden a buscar soluciones desde el uso mínimo de la fuerza y máximo de la investigación y las soluciones estructurales, los militares tienden a lo contrario: uso máximo de la fuerza y menosprecio de soluciones a largo plazo. El famoso batallón Atlacatl tenía como emblema una calavera y un rayo. "Porque matamos bien y matamos rápido", así explicaba el emblema en 1990 un oficial de dicho batallón. Y si nos fijamos en los entusiasmos que sigue provocando su primer comandante, entre militares activos y retirados, como expresaba en unas declaraciones el actual Ministro de Defensa, confirmamos una vez más que la fuerza bruta cuenta todavía con demasiados simpatizantes dentro de las estructuras estatales.
No enfrentar con inteligencia civil y civilizada la violencia estructural de orden socioeconómico nos ha traído a la violencia delincuencial que padecemos. Encomendar la solución de la violencia a quienes se han especializado en el uso de la fuerza no parece responder con lógica a los orígenes y causas de la primera. Y ahí reside la pobreza de nuestros debates. Discutimos lo inmediato y lo superficial, ya sea con respecto a los efectos de una ley, las repercusiones de un discurso presidencial o la solución a la violencia. Mientras sigamos priorizando este camino en el debate público difícilmente saldremos del subdesarrollo.