Da tristeza y rabia que este año, cuando se cumplieron dos décadas del fin de aquella guerra, El Salvador se encuentre metido en otra que, aunque no sea militar, lo tiene al borde del precipicio. Podrá sonar fatalista, pero hay que decirlo así. Sin adornos ni rodeos. Hoy sí se llegó ya a un punto que puede ser determinante, para bien o para mal. Lo segundo ocurrirá si se sigue permitiendo que los dos bandos que se enfrentaron con las armas continúen manoseando el destino nacional según sus intereses y caprichos desde el Gobierno y desde la oposición. Pero también puede ser decisivo para bien si se retoman, como eje central del rumbo del país, los grandes objetivos del Acuerdo de Ginebra: democratización, respeto de los derechos humanos y unidad de la sociedad. Usted decide qué hacer: ver esta final desde los graderíos o meterse al campo a definirla.
Y decimos "final" a propósito, porque puede ser el principio del fin de la partidocracia con el último poco de maquillaje que caiga del rostro del "nuevo El Salvador"; ese país que nos comenzaron a prometer cuando callaron los fusiles, y que era la tan ansiada alternancia política, la cual terminó en un cambio... pero de cancha. Los que estaban en una pasaron a la otra y viceversa, pero con las mismas picardías. Nada de juego limpio. ¿Quién, que no sea su fanático seguidor, le va a creer a Alfredo Cristiani cuando dice que la actual Sala de lo Constitucional es la primera "verdaderamente independiente"? ¿Por qué quiso entonces atarla de manos con el nefasto decreto 743 hace un año? Si estaba consciente de que las anteriores obedecían dictados de poderes visibles u ocultos, ¿por qué no hizo nada como presidente de la República o dirigente de Arena para cambiar la fraudulenta forma de repartirse sus magistraturas? ¿Por qué avaló en 2006 la entonces indebida y hoy inconstitucional elección de un tercio de los integrantes de la Corte Suprema de Justicia?
¿Quién, que no sea su fanático seguidor, va a aceptar que ahora Roberto Lorenzana, vocero del FMLN, se niegue a acatar los recientes fallos de inconstitucionalidad por los nombramientos de magistrados en 2006 y 2012, después de haber aplaudido el del 16 de mayo de 2011 para sacar a Julio Moreno Niños del Tribunal Supremo Electoral? Entonces afirmó que no había que regatear el cumplimiento de esa sentencia, sin importar si se estaba de acuerdo o no. "La institucionalidad" —declaró Lorenzana a Radio Maya Visión— "debe ser respetada y la Sala de lo Constitucional es el máximo organismo en materia de justicia constitucional en el país [...] Esa es la posición del FMLN". ¿Por qué cambió esa posición oficial de su partido? ¿Por qué ahora acude con sus aliados a la Corte Centroamericana de Justicia para pretender hacer de esta, a diferencia de antes y en función de sus actuales intereses, una entidad superior a la Sala?
¿Y qué decir de Mauricio Funes y de su llamado a "jugar limpio" hace apenas cinco semanas, cuando cumplió su tercer año en Casa Presidencial? ¿Es jugar limpio decir lo que dijo en reciente entrevista sobre el magistrado Florentín Meléndez? Según el mandatario, este le pidió trabajo siendo magistrado porque necesitaba "más ingresos" y él se lo negó. Por ello, según Funes, es que Meléndez afirmó hace unos días que estaba siendo mal asesorado. Ojalá sea solo eso, mala asesoría, y no algo más. Días atrás sostuvo que no podía intervenir ni siquiera como mediador en el conflicto generado por el desacato legislativo a los fallos de la Sala de lo Constitucional; pero a renglón seguido tomó partido a favor de la Asamblea, asegurando que debía cumplirse lo ordenado por la Corte Centroamericana de Justicia en detrimento de la Constitución salvadoreña.
Vivimos, pues, en un ambiente de verdades cambiantes, de medias verdades y de mentiras completas. Entre sus principales protagonistas están aquellos que en todas las encuestas de opinión pública aparecen en el podio del desprestigio entre las instituciones: la Asamblea Legislativa y los partidos políticos. Sombría realidad la nuestra. El colmo de la alternancia, que al fin llegó a un país tan polarizado como el nuestro, es que a veinte años del fin de la guerra algunos de los liderazgos en el Gobierno y en la oposición sean bipolares.
Dos meses antes de su muerte martirial, monseñor Romero llamó a todo el país a evitar la guerra. En especial, se refirió al sector no organizado que se decía al margen del acontecer político de la época, aunque fuera víctima de sus consecuencias. A dicho sector le demandó no seguir pasivo "por temor a los sacrificios y a los riesgos personales que implica toda acción audaz y verdaderamente eficaz. De lo contrario, serán también responsables de la injusticia y sus funestas consecuencias".
Esas palabras siguen vigentes. Las pronunció nuestro profeta, cuyo nombre no pocas veces ha sido invocado en vano. Y es oportuno recordarlas hoy, cuando la gente empieza a conocer la mejor versión de lo que es ser realmente un servidor público. La está descubriendo en el desempeño de los cuatro magistrados de la Sala de lo Constitucional que son fieles a la ley suprema; también en la impecable renuncia de María Silvia Guillén a una Corte Centroamericana impresentable por su casi nula actividad y los elevadísimos salarios de sus integrantes en medio de la pobrería regional. Ya es hora de que como país, más allá de quienes lo están irrespetando, descubramos de nuevo lo bien que se siente tener dignidad y ser valiente para cambiar el rumbo.