La propuesta de Bukele de reducir a la mitad el costo del nuevo edificio de la legislatura para dedicar la otra parte a construir escuelas y bibliotecas ha desatado una tormenta en Arena. Más allá de la procedencia o improcedencia de la solicitud y de cómo se ejecute, dado que hay un préstamo de por medio, la provocación del presidente electo ha hecho saltar las contradicciones de Arena y de la política nacional.
La inusitada petición desveló que los diputados piensan construirse un edificio lujoso, muy superior a las posibilidades y las necesidades del país. Irritado, el presidente de la legislatura y alto funcionario de Arena perdió los papeles de mala manera. El punto no es la necesidad del edificio, sino su costo, elevado por el fasto de los diputados, que incluye helipuerto y otras amenidades. El presidente de la legislatura no ha podido desvirtuar que es posible construir un edificio funcional, digno y en consonancia con la realidad de un país donde predomina la miseria y donde la deuda representa una pesada carga.
Alegar los términos del contrato del préstamo es una excusa para incautos, porque siempre cabe negociar. Argüir la urgencia del edificio tampoco es aceptable, porque han pasado tres años desde la firma del contrato y aún no se ha colocado la primera piedra. Ese descuido ya le ha costado al país medio millón de dólares, la multa por no hacer uso del préstamo. No parece, pues, que los legisladores tengan prisa, aun cuando dicen sentirse responsables de la seguridad de sus trabajadores. Tampoco hay signos de que la austeridad sea una prioridad: la predican a otros, mientras ellos se exceptúan.
La propuesta de reducir a la mitad el costo del edificio fue inesperadamente secundada por cuatro diputados jóvenes de Arena, en abierta rebelión contra la línea impuesta por el partido. Su posición desató las iras de la cúpula arenera. Uno de sus dirigentes los acusó de transfuguismo, porque, según su retorcido razonamiento, habrían sido electos para obedecer a la cúpula. Por tanto, les niega el derecho constitucional de pensar, decidir y votar conforme su saber y entender. Si ese fuera el caso, solo sería necesario un representante por partido, cuyo voto tendría un peso proporcional a la cantidad de votos obtenidos en las urnas. De paso, el país se ahorraría muchos millones de dólares, los cuales bien podría invertir en el área social.
Un antiguo diputado de Arena, cuya reelección fue abortada, ahondó más en los motivos de la rebelión, al acusar al partido de deshonestidad, pues algunos asesores de los diputados fungen también como dirigentes. Cobran un elevado salario del Estado, pero trabajan para el partido. Los señalados adoptaron la actitud acostumbrada: descalificaron la evidencia como difamación, invocaron su profesionalismo y explicaron que al partido le dedican el fin de semana. Inadvertidamente, reconocieron también que cobran del Estado, porque el partido no dispone de fondos. Estos son los mismos que, en nombre de la austeridad, critican acerbamente el gasto del Gobierno del FMLN.
El cambio generacional desafía la dirigencia anquilosada y obsoleta de Arena. Los diputados jóvenes e inquietos se resisten a acatar sus dictados. Mientras la cúpula piensa que superará la crisis con la unidad del partido y más formación política de su militancia, los rebeldes han comenzado a comprender que el reto no se encuentra dentro, sino fuera de Arena. De ahí que pidan apertura y creatividad para construir acuerdos con la oposición, incluso con el poder ejecutivo de Bukele, en beneficio de la población. Pero las dirigencias del pasado son del todo o nada. Ni Arena ni el FMLN toleran la independencia de sus diputados, a quienes exigen sometimiento incondicional, a lo que el primero llama estrategia o política comunicacional, simples eufemismos. Precisamente, esa estrategia y esa política lo llevaron al fracaso del 3 de febrero.
Irónicamente, la polémica a raíz de la construcción del edificio legislativo desembocó en una petición formal de Arena para dedicar 50 millones de dólares a educación y elevar en dos puntos porcentuales los fondos transferidos a las municipalidades. El FMLN rechazó la propuesta, porque, según él, está incluida en el presupuesto aprobado. Olvida que la inversión en educación es menor que la del año pasado. La provocación de Bukele los ha forzado a prestar atención al abandono en que se encuentra le educación y a la necesidad de mayor desarrollo local, pero también ha puesto en evidencia su incapacidad para negociar y alcanzar acuerdos que beneficien directamente a la gente.
Los dos partidos miran hacia adentro, mientras olvidan al pueblo y sus miserias. El desafío no está en sus filas, sino más allá de ellas, en esa realidad dramática que hace que la gente huya hacia el norte. La miopía política y la insensibilidad social les impiden descubrir el valor de la propuesta que viene de otro. Desentenderse de la realidad y la gente no es el camino para recuperar el terreno perdido.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.