En las filas de Arena se han alzado voces para pedir independizar el partido de quienes lo han financiado y sostenido desde su fundación y que toman las decisiones importantes, y de los intereses del gran capital, para no ser identificado como el partido de los ricos. Estas peticiones, cuyo futuro depende de la evolución partidaria, dicen mucho más de lo que parece. Los resultados electorales muestran que el elector piensa que los políticos no solo son corruptos o mentecatos, sino también incapaces. Si la incapacidad no es por ignorancia o dejadez, se debe a falta de poder.
Algunas voces contestatarias de Arena, por ejemplo, han denunciado que no pueden legislar sobre el medioambiente porque, seguramente, incomodarían a alguna empresa poderosa. El transporte público es errático y una de las principales fuentes del caos de las calles porque ningún partido político se atreve a querellarse con la mafia que lo controla. Hay un alcalde que apalea a los vendedores ambulantes que ocupan el espacio público, pero tolera complaciente a las empresas que reparan, lavan, venden o aparcan vehículos en las calles y las aceras. Arena se opuso a ceder un terrero público a los habitantes desalojados de un asentamiento porque su presencia reduciría la plusvalía inmobiliaria de uno de sus patrocinadores. La lista de temas prohibidos, no solo para Arena, sino también para el FMLN, puede alargarse de tal manera que el ámbito de materias legislables o sujetas a la acción transformadora es muy estrecho.
Los gobiernos tienen cada vez menos poder para hacer obra en beneficio de la generalidad, porque se encuentran prisioneros de los poderosos intereses de grupos minoritarios. Prodigiosamente, esos intereses son presentados y aceptados acríticamente como intereses nacionales. Los cafetaleros, y ahora los grandes exportadores de azúcar, siempre han identificado sus intereses con los del país, obviando que los salarios que pagan no cubren la canasta básica de sus trabajadores, que las condiciones laborales son inhumanas y que gozan de privilegios como el subsidio. Así, pues, aun cuando los políticos tengan buenas intenciones, no tienen poder para concretarlas. La política y el poder están divorciados. Las promesas electorales solo pueden ser satisfechas si se tiene poder y se está dispuesto a utilizarlo.
El electorado rechazó en las urnas a los dos partidos que han dirigido la política en las últimas tres décadas, por su manifiesta impotencia y también por su connivencia con la corrupción. Los ha reprobado por incapaces, por no tener obra buena en su haber. Dicho en palabras tradicionales, por no cumplir sus promesas. Por consiguiente, la renovación o reorganización que ahora buscan pasa inexorablemente por la capacidad para ejecutar obras que beneficien a la mayoría de la población. El nuevo poder ejecutivo también enfrenta el mismo desafío. Su triunfo bien puede interpretarse como tentativa para probar otra cosa, con la expectativa de que tal vez en esta ocasión comiencen a realizarse las obras que tanta falta hacen.
Sin embargo, la aplicación de políticas que afecten negativamente los intereses creados y los privilegios del capital organizado y de otras fuerzas encontrará una fuerte resistencia. El servicio al pueblo, una muletilla muy generalizada, llega hasta donde comienzan dichos intereses y privilegios. Por eso, las promesas electorales se diluyen hasta desaparecer. Entonces, la retórica, con la colaboración activa de los medios de masas, llena la ausencia de obras, hasta que la gente se cansa y apuesta por una alternativa.
La crisis de Arena y del FMLN no se superará con el cambio de las cúpulas. El desafío consiste en acumular poder y en ejercerlo para librar a las mayorías de la pobreza, el hambre, la enfermedad y la violencia social. Dicho de otra manera, los dos partidos deben preguntarse al servicio de quién han estado hasta ahora y al servicio de quién quieren estar. Arena ha servido a la minoría enriquecida con la economía neoliberal y la corrupción. Sorprende la rapidez y el celo con los que sale en defensa de sus intereses, así como el desinterés que muestra ante las mayorías excluidas del modelo económico neoliberal. El FMLN dio continuidad a esa política, mientras sus dirigentes más destacados se enriquecían protegidos por la impunidad.
Es indispensable unir política y poder. La reorganización de Arena y del FMLN debería traducirse en promover, desde la legislatura y las alcaldías, lo más rescatable de sus recientes promesas electorales. La sobrevivencia de Arena depende de la reelaboración de su agenda política desde la perspectiva del bien común. Las municipalidades que contrala le ofrecen una oportunidad para constatar cuán lejos está dispuesta a llegar. El FMLN también tendrá que pensarse de manera muy distinta. La obsesión con la incondicionalidad a su dirigencia absorbió su capacidad de ejecución. El nuevo poder ejecutivo debe tomar nota de dónde han caído sus dos adversarios principales y prepararse para una intensa lucha de poder.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.