Recordar en marzo

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La palabra "recordar" viene del latín "recordari", formada de "re" ("de nuevo") y "cordis" ("corazón"). Así, "recordar" significa mucho más que tener a alguien presente en la memoria; significa volver a pasar por el corazón. Cuando recordamos, tomamos distancia de la urgente actualidad para sacar a luz todo ese pasado nuestro y ponerlo de nuevo a resonar. Para la historia de la Iglesia salvadoreña y latinoamericana, marzo es ciertamente un mes para recordar en el sentido original de la palabra, es decir, volver a pasar por el corazón la vida y el legado de dos mártires: el padre Rutilio Grande, asesinado el 12 de marzo de 1977, y monseñor Óscar Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980. Del primero queremos recordar su utopía cristiana —animadora de nuevas realidades históricas— y del segundo, su profecía —que cargó con los horrores de la realidad—.

La utopía que inspiraba la vocación del padre Grande la podemos visualizar en su conocida homilía del 13 de febrero de 1977, pronunciada en una gran concentración popular en Apopa a raíz de la expulsión del padre Mario Bernal. El contexto era ya de una clara persecución a la Iglesia que había hecho su opción por los pobres y la justicia. Algunos párrafos de esa importante homilía describen, en un lenguaje bíblico popular, tanto sus sueños de futuro como la realidad por la que atravesaba el país en ese momento.

Decía Rutilio: "Un Padre común tenemos todos los hombres. Luego, todos somos hijos de tal Padre, aunque hayamos nacido del vientre de distintas madres aquí en la Tierra. Luego, todos los hombres, evidentemente, somos hermanos. Todos por igual unos de otros. Pero Caín es un aborto en el plan de Dios. Y existen grupos de caínes... Dios, el Señor, en su plan, a nosotros nos dio un mundo material... Un mundo para todos, sin fronteras. Así lo dice el Génesis... Luego, una mesa común con manteles largos para todos, como esta eucaristía. Cada uno con su taburete. Y que para todos llegue la mesa, el mantel y el conque".

Y continuaba así: "Las estadísticas de nuestro pequeño país son pavorosas a nivel de salud, a nivel de cultura, a nivel de criminalidad, a nivel de subsistencia de las mayorías, a nivel de la tenencia de la tierra. Todo lo arropamos con una falsa hipocresía y con obras suntuosas. ¡Ay de ustedes, hipócritas, que de dientes a labios se hacen llamar católicos y por dentro son inmundicia de maldad! ¡Son caínes y crucifican al Señor cuando camina con el nombre de Manuel, con el nombre de Luis, con el nombre de Chabela, con el nombre del humilde trabajar del campo...".

La idea central de su predicación fue la del Padre común. Esta idea pertenece a la tradición cristiana y tiene consecuencias muy concretas: los bienes de la tierra, obra del creador, son comunes y se ordenan al bien de todos los seres humanos; estos son simples administradores y no propietarios de los bienes, de modo que el derecho a la propiedad se considera limitado y relativo; retener en exclusividad los bienes comunes es un robo y, por ende, deben ser devueltos a los pobres no en calidad de beneficencia, sino de justicia. La utopía por la que dio la vida el padre Rutilio es la que proclama los bienes compartidos, la fraternidad, la igualdad, el amor —incluso a los enemigos— y la justicia. En pocas palabras, la utopía del reinado de Dios.

¿Y qué decir de la profecía de Monseñor Romero? Profecía y martirio han estado estrechamente vinculados en su vida. En este sentido, es considerado un profeta en la línea de los grandes profetas de Israel. José Luis Sicre, un experto biblista, sostiene que "un auténtico profeta en el sentido bíblico de la palabra surge rara vez. En la historia de Israel quizás no hubo más que ocho o diez. Ustedes [los salvadoreño]) han tenido la suerte de haber conocido a uno de ellos: a monseñor Romero".

La profecía del arzobispo mártir partió del amor y el compromiso hacia los pobres. Él consideraba que la Iglesia traicionaría su amor a Dios y su fidelidad al evangelio si dejara de ser "voz de los sin voz"; defensora de los derechos de los pobres; animadora de todo anhelo justo de liberación; orientadora, potenciadora y humanizadora de toda lucha legítima por construir una sociedad más justa. Según monseñor Romero, el mundo de los pobres nos enseña dónde debe encarnarse la Iglesia para evitar la falsa universalización que termina siempre en connivencia con los poderosos. El mundo de los pobres nos enseña cómo ha de ser el amor cristiano, el cual ciertamente busca la paz, pero desenmascara el falso pacifismo, la resignación y la inactividad. El mundo de los pobres nos enseña que la sublimidad del amor cristiano debe pasar por la imperante necesidad de la justicia para las mayorías y no rehuir la lucha honrada. Nos enseña que la liberación llegará cuando los pobres no sean solo meros destinatarios de los beneficios de Gobiernos o de la misma Iglesia, sino actores y protagonistas de su lucha y de su liberación. La denuncia profética de monseñor Romero, pues, no parte de valores abstractos o de mundos genéricos. Al igual que los profetas bíblicos, la suya es una palabra historizada: parte del mundo de los pobres (oprimidos y reprimidos) y de una especial preocupación y amor por ellos. En Israel, eran huérfanos, viudas, emigrantes; en El Salvador, campesinos, catequistas, miembros de organizaciones populares, integrantes de las comunidades eclesiales de base, sacerdotes, religiosos, torturados, masacrados, desaparecidos.

Si recordar es volver a pasar por el corazón, mucho tenemos que recordar en un mundo que está necesitando del profetismo-utópico que encarnó Jesús de Nazaret. En Rutilio Grande y en monseñor Romero se unió fe y justicia, y eso se constituyó en una buena nueva que irrumpió en un mundo deshumanizado por la opresión y la represión. Unir la fe y la justicia es una de las herencias fundamentales que ambos nos dejaron, tan necesaria para el mundo de hoy y tan ausente en muchos ámbitos del cristianismo que predomina.

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Anónimo
04/03/2011
15:01 pm
nuestros seres keridos mueren solo kuando los sakamos de nuestras memorias...
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Anónimo
01/03/2011
15:19 pm
A la memoria traemos aquello que queremos traer. A estos dos insignes personajes es necesario volverlos a traer al corazón. Pero no sólo eso. Habría que aprender de ellos su vivencia cristiana en su día a día. Más que "utopías" o "profecías" ellos vivieron su fidelidad a Cristo, a la Iglesia. Uno lo vivió como sacerdote, metido de lleno en el trabajo pastoral. El otro, como arzobispo, en sus tareas de pastor de la iglesia que se le había encomendado. De este modo, creo que hay que aprender a leer la integridad de su testimonio que se plasmó con su entrega generosa.
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Anónimo
01/03/2011
13:50 pm
Muchos adoran a Jesús porque afortunadamente eso sucedió hace tanto tiempo y no me afecta. Aaahh! pero el problema es que los padres: Grande y Romero son de nuestros tiempos y mejor los tildo de revoltosos y alteradores del orden preestablecido para poderlos crucificar como lo hubiesen hecho hace 2000 años con Jesús.
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Anónimo
01/03/2011
07:54 am
Los cristianos de este tiempo hemos tenido la suerte de tener estos testimonios - mártires - profetas que nos han contagiado su seducción por el Jesús de Nazaret que predicaba el Reino de justicia. Doy gracias a Dios por ello.
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