Escribir sobre Nayib Bukele es meterse en un lío dadas las pasiones que su figura desata. Pero más allá de establecer culpas o declarar simpatías políticas, es importante reflexionar sobre algunos aspectos que muestran problemas en la política criolla. Y no solo del FMLN, sino también de Arena. Ambos partidos tienen formas de hacer política interna que no son las mejores a la hora de manejar la construcción del futuro, que es en definitiva de lo que trata la política. Y entre sus problemas tienen el del relevo generacional. Es ahí donde, para ser concretos, mencionaremos a Nayib, así como a Johnny Wright y Juan Valiente. Dicho esto, entro en el tema, tratando de personalizar lo menos posible.
En primer lugar, nadie puede negar la tendencia mundial a conducir la política desde la manipulación de las emociones, más que desde la racionalidad y las apuestas de manejo pragmático de la realidad. Los comentaristas, especialmente los de derecha, no han dudado en lanzarse a hacer análisis sicológicos de la personalidad de Nayib. Llamarle “narcisista”, “ególatra”, “ingenuo”, “agrandado” es probablemente exagerado. Al menos si lo comparamos con las mismas personas que le dedican esos títulos, que tampoco tienen un carácter angelical o perfecto en los campos que señalan. Todos tenemos defectos y virtudes. Y los políticos, o los comentaristas comprometidos política o económicamente (que suele ser lo mismo), cuando quieren manipular emociones, resaltan defectos verdaderos o falsos de aquellos a quienes desean atacar. Alguien con mal carácter cae mal, y esa es la emoción que se desea generar. Pero a la gente que está en política no se la debe medir tanto por su carácter cuanto por esa racionalidad interna que tiene la conexión entre palabras y realizaciones.
No entro a juzgar esto último en el caso de Nayib, porque sería poco serio hacerlo en el breve espacio de este artículo. Pero lo que resulta evidente si está uno atento al mensaje de los medios, es que la crítica que se le hace trata de resaltar aspectos personales y de carácter, más que hacer un juicio político sensato. Incluso algunos de sus compañeros de partido hablan de falta de “corazón revolucionario”, de nuevo recalcando aspectos más subjetivos y emocionales, en vez de fijarse y reflexionar sobre los hechos de que los que es acusado. Lo segundo que podemos observar es, y esto trasciende el caso Nayib, la existencia de una inquietud amplia en diversas capas sociales. Estas desean el surgimiento de nuevos liderazgos, pero vemos la resistencia de los partidos políticos. No es solo el FMLN el que tiene problemas con el nuevo liderazgo de Nayib, sino también Arena con Johnny Wright y Juan Valiente, a parte de la resistencia a un grupo de jóvenes que usaba un discurso apartado del tradicional del partido. Y eso sin remontarnos a las dos grandes experiencias de renovar el liderazgo que terminaron en fracaso en ambos partidos cuando pusieron al frente del Ejecutivo a Tony Saca y a Mauricio Funes.
Echar toda la culpa a aquellos que fueron apartados es muy fácil, pero las circunstancias hacen pensar que algo de responsabilidad tienen los partidos cuando los nuevos liderazgos no logran cuajar en ellos. Arena cambia de caras con más frecuencia que el FMLN, pero su discurso permanece anclado en el pasado y en los intereses de unos pocos, muy pocos y muy ricos. Incluso callaron al hijo del fundador del partido cuando este propuso quitar del himno arenero aquello de “El Salvador será la tumba”. Por su parte, el FMLN ha cambiado de discurso un poco más que Arena, pero las caras continúan siendo prácticamente las mismas del tiempo de la guerra civil y muy defensivas en sus reacciones ante los cuestionamientos. El relevo generacional en los partidos políticos es importante, como lo es en todas las instituciones. Incluso la capacidad de repensar la realidad, tener nuevos enfoques de la misma, incorporar problemas, experiencias y soluciones que superen viejas realidades es más importante que el cambio en los márgenes de edad. Y eso es lo que no se acaba de ver suficientemente en los partidos políticos. Mientras los problemas se acrecientan y diversifican, las soluciones, o la falta de ellas, se repite.
Frente a la economía y los derechos económicos y sociales se hacen muy diversas cosas, pero no se enfrenta la necesaria reforma fiscal que, por un lado, dinamice la economía y, por otro, dé al Estado más recursos para invertir en la gente y avanzar en la satisfacción de dichos derechos. Aunque no es necesariamente así, a veces parece que fuéramos incapaces de llegar a acuerdos básicos nacionales y a la elaboración de proyectos de realización común. Incluso fracasamos, al menos hasta el presente, a la hora de establecer acuerdos con respecto a elementos que supuestamente tendríamos asegurados permanentemente, como el agua o el aire. Fueron abundantes y de calidad durante siglos en El Salvador, y hora son realmente vulnerables, con riesgo incluso de volverse escasos o dañinos. Pero ni siquiera frente a riesgos de tal magnitud hemos logrado un acuerdo sobre la ley general de aguas, que nos garantice calidad y accesibilidad permanente, ni hemos conseguido normar la calidad del aire, especialmente en San Salvador, demasiado dañado por un parque vehicular con apenas controles ambientales. No hemos caído en la cuenta de que vivimos en un mundo en el que la negociación y el acuerdo en temas de interés general son mucho mejores para todos que el dominio de un grupo en solitario, aunque ese dominio se lleve a cabo, supuestamente, en nombre del bien. Sin un relevo generacional, parece difícil llegar a acuerdos necesarios para todos.