La ANEP no aprende. Su insistencia en mantener salarios indecentes para los trabajadores, mientras los más ricos de El Salvador continúan enriqueciéndose, es vergonzosa. Después de manipular a través del partido Arena al movimiento sindical salvadoreño para que pidiera aumentos del salario mínimo todavía más bajos que los que proponían los empresarios, ahora se queja de que una nueva composición de la mesa sindical en el consejo tripartito del salario mínimo no le favorece. Sindicalistas corruptos, dedicados a cobrar dietas por pertenecer a diversos consejos obrero-patronales más que a defender a los trabajadores, son los que ahora han sido desbancados. Y la ANEP lo lamenta como si eso fuera una auténtica injusticia. No le importa que el 35% de nuestra población viva en pobreza y que otro 45%, según el PNUD, esté en situación vulnerable. En todas sus Enade jamás se ha preocupado por diseñar mecanismos y establecer parámetros para compartir la riqueza producida. Olvida que la riqueza se produce social y colectivamente, y que por ello mismo debe ser redistribuida equitativamente.
Pero la equidad no aparece en el diccionario de algunas de las instituciones de los más ricos. Hace ya ocho años el PNUD decía que un salario decente para una familia de cuatro personas en El Salvador debía rondar los 500 dólares. Al ritmo de los incrementos al salario mínimo que le agradan a la ANEP, algunos de los múltiples e injustos salarios mínimos salvadoreños actuales tardarían unos veinte años o más en llegar a esa cantidad. ¿Es eso decente? Si el método para llegar a un salario decente resulta indecente, todos podemos suponer qué calificativo merecen quienes están detrás de la indecencia.
Lo que llama la atención es que habiendo empresas y empresarios que pagan ya a sus empleados lo mismo o más de lo que el Ministerio de Trabajo propone como salario básico, no haya voces empresariales que defiendan la subida salarial. Esa especie de cerrazón de lo que no queda más remedio que considerar el gremio de los ricos es lo que hace que mucha gente generalice y considere a los más afortunados económicamente como una especie de clase parasitaria en El Salvador. Viendo las preferencias políticas de la mayoría de los miembros de esta minoría de afortunados, no cabe duda de que la riqueza no da inteligencia. Un partido, cualquiera que sea, con un mayor sentido de justicia social del que tiene Arena les vendría mucho mejor que tener al frente de la política a quienes no tienen real interés en vencer la pobreza.
En el peor de los casos (para ellos), si llegara al poder un partido con verdadera preocupación social, los ricos podrían perder un poco al principio para ganar más después. A mejor salario, mayor consumo; es una ecuación muy simple. Casi tan sencilla como el mecanismo de un tenedor. Pero la miopía del avaricioso parece haberse implantado poderosamente en el cerebro de nuestros ambiciosos plutócratas. Lástima que la gente inteligente que se mueve en las esferas del poder económico salvadoreño no levante la voz pidiendo que se suban los salarios, como, en otro campo, hicieron algunos millonarios norteamericanos, que no hace mucho insistían en que les aumentaran los impuestos, considerando los existentes como poco equitativos.
Los económicamente poderosos de nuestro país tienen instituciones dedicadas a la producción de pensamiento, gestionadas en algunos casos por personas de alta preparación intelectual. Pero la inteligencia no parece brillar en el campo del salario mínimo. Lamentable, porque la pobreza y la vulnerabilidad económica, que afectan al 80% de la población, son el verdadero problema social del país, fuente de muchos de nuestros males, desde la corrupción —en la que los más ricos son expertos en no manchar su cuello blanco— hasta la violencia, engendrada en parte por auténticas injusticias sociales.
Demasiadas plagas han golpeado a El Salvador, pero la que sigue vigente sin perder fuerza es la pobreza en sus diversas formas, que incluye múltiples aspectos de vulnerabilidad que afectan a la clase media. El salario decente es y ha sido el mejor remedio para este tipo de enfermedades. Aunque los 300 dólares mensuales que propone el Gobierno no son la panacea de los males existentes, y aunque queda mucho todavía por hacer para extender el ingreso decente a toda la población, quienes se oponen a una mejora clara, progresiva y eficaz del salario mínimo siguen siendo la plaga más dañina del país. Las maras solo son un efecto de la enfermedad que la verdadera plaga promueve desde salarios de hambre.