Salario mínimo y justicia laboral

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Ante la propuesta de aumento del salario mínimo, es posible que se den diversas posiciones. Un aumento del 10% es evidentemente superior a la inflación, y en ese sentido cumple con la obligación básica de mejorar la capacidad adquisitiva de los más pobres. El incremento, sin embargo, debiera ser mayor por varias razones, y más aún teniendo en cuenta que la última subida fue en 2011. Un 10% anual, no bianual, y mientras no se dispare la inflación, podría ser un camino, lento pero tal vez justificable, para alcanzar niveles básicos de justicia. El hecho de que el salario mínimo varíe según el ámbito de trabajo (rural o urbano) y el rubro (industria, servicios o maquila) obliga a que el aumento en metálico no sea el mismo para todos. Es necesario que sea de más del 10% para los trabajos que están infravalorados, como los del campo, la industria agrícola de temporada o la maquila.

Lo cierto es que el salario mínimo en El Salvador es insuficiente y claramente injusto si lo comparamos con lo que podríamos llamar un salario digno o —como lo denomina la Organización Internacional del Trabajo— decente. Y por eso es imprescindible subirlo sistemáticamente. El Informe de Desarrollo Humano de El Salvador 2007-2008, elaborado por el PNUD, dice que la remuneración justa para el área urbana debería ser de 458 dólares y para el área rural, de 372 dólares. El contraste con lo que tenemos en la actualidad es evidente: el salario mínimo urbano, en el sector mejor pagado, es de 224 dólares. Y el de los trabajadores agropecuarios, de 104 dólares. En otras palabras, el mayor salario mínimo urbano es casi la mitad de lo que se estimó como un ingreso decente en 2008. Y el del campo ni a eso llega: es incluso menos de la tercera parte de lo que sería justo según los cálculos del PNUD. Y eso que estamos comparando los datos de 2013 con lo que se estimaba como decente hace cinco años.

Es evidente que en esta materia de justicia salarial, no avanzamos como deberíamos. Y las causas pueden ser muchas. Pero una de ellas, en la que debemos fijarnos, es la profunda cerrazón de sectores del poder económico con respecto a la justicia social. Y lo que es peor, una valoración de lo humano y de sus derechos básicos que encajaría mejor con una sociedad de castas que con una democrática. Una valoración de lo humano que tenemos que considerarla inmoral desde el punto de vista ético y pecaminosa desde el punto de vista cristiano. Porque el trabajo es una realidad profundamente humana. El homo faber es una de las definiciones más extendidas del ser humano, después del homo sapiens. Y ciertamente ambas coinciden en muchos aspectos. Porque a primera alude en especial a la capacidad del ser humano de crear instrumentos de trabajo y mejorarlos indefinidamente. Con el trabajo, además, nos humanizamos, nos hacemos socialmente útiles, podemos lograr una vida digna. Y en ese sentido, pagar mal un trabajo es convertir en deshumanizador algo que por principio y por naturaleza debe humanizarnos. Es, así, rebajar la dignidad humana y tratar de frenar la autoestima. Es oprimir y explotar. Si la riqueza de un país se produce entre todos sus habitantes, no es justo ni decente, ni humano, que el trabajo de muchos (el 80%, según el PNUD, en el informe citado) no reciba una gratificación adecuada a las necesidades de una familia.

Si además queremos asumir la ceguera de nuestros criterios, podemos examinar la diferencia entre el salario mínimo del campo y el salario mínimo urbano del comercio y de los servicios. ¿Por qué el del campo es menos de la mitad del urbano? ¿Vale menos el esfuerzo de un campesino que el de un burócrata que trabaja sentado? Algunos argumentarán que se debe a la productividad, diciendo que ciertos trabajos de servicios o de la industria son más productivos que las labores del campo. Pero omiten en ese concepto de productividad el hecho de que sin trabajadores agrícolas, simplemente no comeríamos. Si producir para comer se considera poco productivo, algo falla en el modo de pensar de los economistas, aunque hayan recibido títulos en las mejores universidades del mundo. Ver como natural ese salario de hambre que se paga en el campo es casi como ver natural que la gente robe. ¿Es El Salvador un país de ladrones? Si no tenemos conciencia de que ese salario es indigno, injusto y violento, ciertamente somos un país de ciegos donde no nos preocupa que roben y despojen al más pobre e indefenso. Lo vemos como algo natural. Y eso no construye cohesión social ni desarrollo. Un país no alcanza el desarrollo humano viendo con naturalidad esas diferencias abismales entre un salario mínimo y otro.

El 20 de febrero celebramos el Día Mundial de la Justicia Social. Bueno sería en esta semana hacer un avance serio y responsable en tema del salario mínimo. El aumento del 10% para quienes ganan $224 es un apenas un paso hacia un ingreso digno, aunque tal vez demasiado corto. Pero el diez por ciento al salario mínimo del campo son 10 dólares. Eso, después de dos años, es simple y sencillamente una miseria. Lo justo sería dar un empuje sustantivo hacia la equiparación del sueldo mínimo en una misma cantidad. Reflexionar un poco más en estos días, tomarse más en serio el tema de la pobreza en el país, entrarle con responsabilidad humana al salario mínimo, es mucho más importante que la incipiente lluvia de propaganda partidaria.

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Anónimo
25/02/2013
15:08 pm
Definitivamente cierto. Nos encontramos en una sociedad con doble moral. Sociedad que mira con ojos atentos como la fuerza laboral envejece y se desgasta dia a dia, recibiendo salarios de hambre y heredando deudas (esto ultimos por el consumismo tambien imperante).
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