La Jornada Mundial de la Juventud 2019, que se realizará en Panamá del 21 al 28 de enero, tiene a ocho patronos, es decir, ocho modelos de vida humana y cristiana: san Juan Bosco, beata Romero Meneses, san Juan Pablo Segundo, san Joselito, san Juan Diego, santa Rosa de Lima, san Martín de Porres y san Óscar Romero.
Respecto al santo Romero, podemos decir, en principio, que no sabemos qué hubiera dicho a los jóvenes de hoy considerando las nuevas circunstancias y desafíos. Probablemente, más que sus palabras, seguiría atrayendo de él, entre los jóvenes, su vida, su compromiso, su ser distinto al sistema establecido. Sin duda alguna, Romero se ocuparía de esa juventud sin oportunidades, víctima de la violencia, sin estima, emigrante y sin futuro. Seguiría creyendo en la juventud como signo de renovación, sin ignorar las situaciones negativas que les afectan seriamente: la pobreza, la crisis familiar y la permeabilidad a las nuevas formas de expresiones culturales, entre otras.
Ahora bien, entre su legado homilético encontramos algunas de sus preocupaciones principales al referirse a los jóvenes, las cuales, a nuestro juicio, siguen siendo actuales. Hablaba de lo que podríamos llamar un “desarrollo incluyente”. Afirmaba: “Hay que darle a la juventud, a la niñez de hoy, una sociedad, un ambiente, unas condiciones donde pueda desarrollar plenamente la vocación que Dios le ha dado”. Desde el espíritu de Medellín, planteó la necesidad de fomentar lo que en ese documento se denominaba “educación liberadora”. En ese sentido, declaraba que la Iglesia “tiene que proponer una educación que haga de los hombres sujetos de su propio desarrollo, protagonistas de la historia. No masa pasiva, conformista, sino hombres que sepan lucir su inteligencia, su creatividad, su voluntad para el servicio común de la patria”.
En la fiesta de Pentecostés de 1978, habló de la juventud como “signo de renovación”. Ahí proclamó: “Jóvenes, en ustedes la Iglesia se renueva, en ustedes el Espíritu de Dios es como agua fecunda para la humanidad de esta arquidiócesis que vive en esta noche un Pentecostés no solo en su catedral, sino en todo el ámbito de sus fronteras, gracias a que ha habido mártires que han sido nobles…Que ustedes sean [ahora] ese reverdecer”. El desarrollo incluyente, la educación liberadora y el espíritu de renovación son para el santo Romero el marco para que los jóvenes puedan vivir y convivir en la solidaridad compasiva y la indignación profética. Verdadero sentido de la vida, opuesto al sinsentido de la vida light, y auténtica fuerza para que renazca la juventud de los pueblos.
Uno de los temas clave que se presenta en el texto guía para la Jornada Mundial de la Juventud es el de la santidad, entendida como horizonte de sentido accesible a todos los jóvenes y realizable en lo ordinario de la vida. Desde la letra y el espíritu de la tercera exhortación apostólica, Gaudete et exsultate, se recuerda la llamada a la santidad en el mundo actual: Jesús “nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada”. Y en seguida se aclara que ser santos no equivale a ser alguien “raro, lejano, que se vuelve insoportable por su vanidad, su negatividad y sus resentimientos”. Ser santos “no significa blanquear los ojos en un supuesto éxtasis”. La santidad, más bien, se define en la práctica de la vida cotidiana: “La fuerza del testimonio de los santos está en vivir las bienaventuranzas y el protocolo del juicio final”. Los santos y los mártires “sorprenden, desinstalan, porque sus vidas nos invitan a salir de la mediocridad tranquila y anestesiante”. Este es el caso de san Óscar Romero, cuya vida ejemplar interpela e inspira.
La santidad de la que es modelo Óscar Romero para los jóvenes busca la justicia, auxilia al oprimido, protege al huérfano, defiende la vida amenazada. Es la santidad de mirar y actuar con misericordia; la que siembra la paz con creatividad, sensibilidad y destreza; la que acepta cada día el camino del Evangelio, aunque eso traiga problemas. Según la exhortación Gaudete et exsultate, las fuentes primarias que inspira esta santidad son las bienaventuranzas y el protocolo sobre el cual seremos juzgado: “Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, fui forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, en la cárcel y vinieron a verme”. Así fue el modo de santidad que vivió el santo Romero y por eso fue canonizado.
Los jóvenes pueden encontrar en el ejemplo de monseñor una fuerza movilizadora y actual, que actúa como horizonte de sentido para la vida. En esta línea, la santidad se constituye en fuente de humanización, para que convivamos como hermanos. Ante el fracaso de las ideologías dominantes para dar respuesta a la búsqueda del significado de la vida, tenemos en el santo Romero unos valores que pueden humanizar el modo de pensar, sentir y actuar de los jóvenes de nuestro tiempo.
* Carlos Ayala Ramírez, profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuitas de Teología, de la Universidad de Santa Clara; y de la Escuela de Pastoral Hispana de la Arquidiócesis de San Francisco. Docente jubilado de la UCA.