Comienza un nuevo curso académico, y con él se renueva la tarea de educar a nuestros niños, niñas y adolescentes. Y enfrentamos de nuevo ese enorme desafío pendiente que es el de asegurar una educación decente, desde el nacimiento hasta al menos los 18 años, para todos los salvadoreños. Porque el desafío educativo está ahí, sin que hayamos logrado avanzar hacia él al ritmo necesario para el desarrollo humano, social y económico de nuestro país. El mundo, en su modernidad globalizada, se mueve a gran velocidad en una triple dirección: se busca intensamente la verdad a través de la ciencia, se procura una garantía universal de los derechos económicos y sociales, y se intensifica la tendencia hacia el desarrollo de la autonomía personal y la capacidad crítica ciudadana. La educación es así un elemento indispensable para insertarse no solo en las tendencias globales, sino en el desarrollo que esas mismas tendencias posibilitan.
En El Salvador vamos incorporándonos a esas tendencias lenta y, sobre todo, muy desigualmente. En buena parte porque nuestro sistema educativo no da ni tiene, en su conjunto, el nivel de conocimiento que posibilita el acceso al desarrollo científico. Tampoco garantiza una educación universalizada de calidad. Y como fruto de todo ello, tenemos graves deficiencias en el desarrollo de la autonomía personal y la capacidad crítica. La PAES del año pasado, sin embargo, nos dice algunas verdades que pueden ayudarnos a encontrar caminos para integrarnos en las tendencias del mundo en que vivimos.
La primera noticia es, a la vez, muy simple y espectacular: por primera vez un instituto público está entre los diez mejores promedios de la PAES. Los 41 jóvenes que se graduaron de bachilleres en el Instituto Nacional de Nueva Esparta obtuvieron una calificación promedio de 8.36 sobre 10. Curiosamente, esta tendencia a obtener buenas calificaciones (a estar dentro de los cien colegios con mejores notas de los 1,246 que hicieron la prueba) se repite en varios centros educativos del departamento de La Unión. Dos institutos públicos del municipio de Polorós, uno en Concepción de Oriente, dos de Nueva Esparta (además del ya citado), uno en Anamorós y uno más en El Sauce, además del instituto de la cabecera departamental (con 168 alumnos graduados de bachiller), están dentro de los 100 mejores promedios colegiales de la PAES.
Ese dato, junto con los de otros pueblos de tradición rural de departamentos como Morazán, Chalatenango y Ahuachapán, tiene una enorme importancia. Nos dice, en definitiva, que el Estado tiene modelos funcionales de calidad en educación. Aunque persiste —eso lo deja muy claro la PAES—una enorme desigualdad en la calidad educativa a nivel nacional, el Estado tiene la oportunidad de evaluar las buenas prácticas de estos colegios públicos e impulsarlas en el resto de los institutos. Y ciertamente exigirlas en los nuevos institutos de enseñanza media que se vayan abriendo, ojalá que pronto, para poder atender a ese 60% de jóvenes que se queda sin bachillerato o educación equivalente. Cuando no hay modelos de calidad, hay que crearlos; cuando existen, hay que protegerlos e imitarlos creativamente. Hasta hace muy poco, los únicos modelos que se consideraban competitivos, educativamente hablando, eran los privados. Hoy ya no es así.
Nos puede y nos debe entristecer que el presupuesto en educación haya ido disminuyendo en los dos últimos años. Es un reclamo más que le debemos hacer a los políticos. Porque El Salvador no saldrá de los graves problemas de desigualdad, violencia, pobreza y desprecio de los pobres de parte de los sectores pudientes hasta que la educación sea universal y de calidad, empezando desde la más tierna infancia, que de momento está bastante abandonada (en algunos aspectos y edades, en peor estado que la secundaria). Pero con todo y eso, hoy podemos decir que tenemos buenas noticias. Ojalá que el Ministerio de Educación aproveche el modelo de estos institutos que han logrado construir una educación de calidad en zonas en las que la pobreza aprieta.