En el Día del Trabajo solemos hablar de los derechos de los trabajadores en general, pero tendemos a olvidar un trabajo básico que hasta el presente ha sido mayoritariamente realizado por la mujer: el cuido. Con demasiada frecuencia, las mujeres asumen las tareas de la casa. Además de un trabajo remunerado, muchas se encargan de cocinar, lavar, planchar, mantener el orden y la limpieza. Comienzan desde niñas si tienen hermanos menores, cuidándolos, entreteniéndolos y haciendo esa labor básica educativa de estimular a través del juego e ir creando en ellos los valores solidarios y de pertenencia que después son básicos para alcanzar la madurez. Estas mismas mujeres continúan después, cuando se casan, cuidando a sus propios hijos. Y cuando los hijos se independizan, cuidan a sus padres ancianos y a sus nietos. Toda esa labor de cuido y servicio les impide en ocasiones tomar un trabajo remunerado. Cuando se jubilan, si alcanzan a hacerlo, cobran pensiones menores que las de los hombres. En otras palabras, la sociedad, tal y como está organizada, las castiga precisamente por llevar a cabo una labor gratuita, profundamente humana, indispensable a la hora de crear valores que posibilitan una convivencia pacífica en una sociedad democrática. Y además, todo hay que decirlo, le ahorran al Estado la impresionante cantidad de dinero que tendría que invertir para encargarse de los niños y los ancianos.
Madres campesinas que han sacado adelante a ocho, nueve, diez o más hijos viven en la pobreza, abandonadas por el Estado, ignoradas por la sociedad. Y los políticos, por supuesto, siguen repitiendo que lo más importante de un país es su gente, que hay que invertir en las personas y que ya le dan al pueblo esto y aquello. Pero nunca hablan de la necesidad de pensiones dignas para personas que han acreditado el cuido de otros y que han combinado esa labor con múltiples tareas, remuneradas o no remuneradas. Y las empresas privadas de pensiones ni consideran persona al que no cotiza. Simplemente lo ignoran, como si se tratara de un mueble viejo arrinconado en un desván. No importa que quienes cotizan y les dan pingües ganancias a Crecer y Confía sean en muchos casos hijos e hijas de esas personas que entregaron sus vidas al cuido de los demás.
Pronto también celebraremos el Día de la Madre y las empresas anunciarán rebajas y ventas especiales en favor del regalo que los hijos deben dar a sus mamás. Se hablará cariñosamente de las “madrecitas”, de su ternura, de que madre no hay más que una, y todo ese tipo de cosas que se afirman en esa fecha. Pero se hablará muy poco de justicia para la mujer y de obligación del Estado de tener en cuenta el valor social del cuido y compensarlo al llegar a la tercera edad. Ser madre en El Salvador, en la mayoría de los casos, supone un trabajo extra. Y para muchas, especialmente madres pobres, solas o de sectores vulnerables, un trabajo de horas extras, con reducción de sueño y descanso, e incluso con sacrificio de ambiciones personales legítimas, a las que se renuncia por la necesidad de cuidar. Y no vale decir que las madres hacen esa labor con gusto. Porque eso, el hacer con gusto, ternura y dedicación las cosas, añade todavía más valor al trabajo realizado. Y, en ese sentido, obliga a la sociedad a retribuir a estas mujeres su trabajo, no solo con palabras, sino con políticas de ayuda y compensación, al menos al llegar a la tercera edad.
Para el desarrollo económico y ético de un país es imprescindible valorar el trabajo de la mujer, que los hombres compartan parte de esa labor y exigir el reconocimiento de lo que los técnicos llaman trabajo reproductivo, que no es otra cosa que el cuido, tantas veces amoroso y dedicado que las madres llevan adelante con generosidad y gratuidad. Olvidar de hecho el trabajo de la mujer, no reconocer desde las redes de protección social y de la cultura su aporte a la sociedad y a la familia, es el primer paso de ese machismo que termina en la tragedia del feminicidio, que con demasiada dureza nos ha golpeado en los últimos tiempos.
* José María Tojeira, director del Idhuca