En una entrevista reciente, Francisco de Sola, empresario, representante de Fusades y miembro de una connotada familia, decía que “la desigualdad económica es una cosa natural en países donde unos tienen más oportunidades que otros”. Y proponía, para “limar” la desigualdad, generar más oportunidades para todos. Al tratarse de un representante de la gran empresa privada, directivo además del principal centro de pensamiento económico-social de aquella, conviene no pasar por alto esta afirmación. ¿Es realmente “natural” la desigualdad cuando unos tienen menos oportunidades que otros? Si por ese uso de la palabra “natural” entendemos que la desigualdad es el resultado lógico de la falta de oportunidades para muchos, podría ser aceptable la afirmación. Pero “natural” se opone con frecuencia, y en la mayoría del uso lingüístico entre nosotros, a lo que podríamos llamar construcción social. Y en ese sentido, las palabras de Francisco de Sola entrañan una grave confusión. Discutir el tema sin prejuicios es importante, dado que suele pensarse que la pobreza y la riqueza son fruto de diferencias naturales en las personas, cuando en realidad son construcciones sociales que esconden graves injusticias.
En efecto, la desigualdad económica es fruto de la injusticia social y no de la naturaleza. Lo mismo que la desigualdad de oportunidades. Quienes reflexionan hoy desde la ética suelen hablar de una justicia mínima, necesaria para el desarrollo económico y social con equidad y respeto de la dignidad humana. Cuando el PNUD habla de desarrollo, parte de este enfoque de justicia mínima, que ellos, siguiendo a algunos teóricos, suelen llamar “enfoque de capacidades”. No bastan las oportunidades si se carece de capacidad para aprovecharlas. Y en El Salvador, el desarrollo de capacidades básicas está muy limitado por una serie de privaciones que impiden la plena realización personal de muchos.
El problema de estas afirmaciones, especialmente cuando vienen de representantes de la empresa privada, es que refuerzan prejuicios erróneos sobre las posibilidades de desarrollo de nuestros pueblos. Reducir el desarrollo a la oferta de oportunidades deja en la respuesta individual el camino al desarrollo. Además, cuando las leyes y normas —algunas de ellas generadas por exigencia de la empresa privada— niegan las oportunidades, hablar de abrirlas suena demasiado irreal. ¿Cómo vamos a hablar de abrir oportunidades si los empresarios respaldan una ley de salario mínimo que establece sueldos tan diferentes según el sector en que se labora? ¿Podrá el trabajador del sector agropecuario, que gana el raquítico salario mínimo asignado por la ley, contribuir al desarrollo de capacidades de sus hijos? ¿Qué oportunidades van a aprovechar esos niños si no han desarrollado sus capacidades?
En un primer momento, el camino del desarrollo pasa necesariamente por soluciones políticas. Políticas de inversión en la gente, en educación, salud, vivienda, seguridad y pensiones universales y adecuadas. Porque solo invirtiendo en la gente se desarrollan capacidades que pueden después aprovechar oportunidades o simplemente crearlas. La gran empresa salvadoreña ha estado demasiado ocupada en atender sus negocios, muchas veces pagando bien a sus empleados, pero ha carecido, salvo excepciones, de conciencia social. Piensa que con dar trabajo y pagar suficientemente bien ya cumplió con su misión. Olvida su responsabilidad social, que va más allá de algunas mejoras en los alrededores. Y olvida también que ha utilizado al Estado, incluidos partidos políticos afines, para su propio beneficio, creando un tipo de organización social y política que discrimina, excluye y deja en la pobreza o en la vulnerabilidad a una gran cantidad de personas.
Cuando se habla de la desigualdad económica como “una cosa natural”, hay que tener mucho cuidado. Porque, por lo general, quienes eso afirman son los que han contribuido más a crear esa desigualdad. No desde la naturaleza de las cosas, sino desde el afán de lucro, desde la manipulación de las instituciones estatales, desde la búsqueda de un cómodo poder económico, financiero y político, puesto al servicio de los propios intereses. La empresa privada es necesaria para el desarrollo. Pero las derivas hacia lo que monseñor Romero llamaba idolatría del dinero y el poder, así como la indiferencia ante las graves desigualdades, con tanta facilidad calificadas como naturales, acentúan la ruptura del tejido social y se convierten en uno de los factores de la crisis por la que pasa El Salvador.