Las poblaciones que integran la histórica región de Mesoamérica debaten su supervivencia entre dos desafíos que se han conjugado en una encrucijada entre las llamadas “Trampa de Tucídides” y la “Trampa de Malthus.”
La Trampa de Tucídides es un patrón histórico de enfrentamiento entre potencias por la hegemonía de las relaciones económico-políticas con las cuales se configura el sistema mundial. El origen de este patrón proviene de la comparación analógica entre el enfrentamiento descrito por Tucídides, entre las ciudades-Estados de Atenas y Esparta, que se sumieron en una guerra de 27 años en el siglo V a.C., y los enfrentamientos que posteriormente se han dado entre otras potencias como Inglaterra, Estados Unidos y Alemania a principios del siglo XX; entre los Estados Unidos y la Unión Soviética a mediados del siglo XX y el que está ocurriendo actualmente con el debilitamiento del liderazgo estadounidense confrontado con el desarrollo alcanzado por China. Este último enfrentamiento ha llevado a la facción etnonacionalista que parece controlar la política en Estados Unidos a promover una nueva conflagración, arrastrando a muchos países a una situación de mayor incertidumbre sobre la reorganización que ha de engendrarse en la presente coyuntura, y que tendrá a su centro el control de las rutas comerciales y la predominancia de una moneda en el sistema financiero-monetario internacional.
Esta conflagración se ha vuelto más espesa por la pandemia de covid-19 y el afán de encontrar un culpable, dejando al descubierto el otro desafío de la supervivencia: la Trampa de Malthus. Como Trampa de Malthus se conoce a otro patrón histórico de las sociedades no industrializadas, consistente en las restricciones que impone el medio al crecimiento de la sociedad por el agotamiento de recursos. Sus adversarios han aducido el progreso tecnológico como una forma de escapar de esa trampa; sin embargo, no deja de ser cierto que la actual coyuntura descubre a las poblaciones de esta región sin la cantidad de recursos suficientes para que sus sociedades puedan seguir creciendo sin sufrir graves perturbaciones.
Malthus planteó que el declive que inevitablemente enfrenta el crecimiento demográfico se puede deber a una variedad de factores como las epidemias, las hambrunas, las guerras y el crimen. En el caso de El Salvador, podríamos considerar hechos como la masacre de 1932 y la guerra civil de los ochenta como experiencias contemporáneas de severas crisis malthusianas. Esto nos podría permitir vislumbrar el futuro que se aproxima.
La coyuntura que atraviesa el sistema-mundo está forzando un replanteamiento de las formaciones socio-económicas y su interrelación. Algunas fuerzas alimentadas por la xenofobia, como las lideradas por los etnonacionalistas, hacen un llamado a la “desglobalización”, es decir, a la fragmentación de los flujos de capital y del movimiento de la fuerza de trabajo. Mientras que las fuerzas lideradas por los globalizantes, entre los que se encuentra China, pujan por mantener las instituciones del libre comercio y desarrollo económico por medio de la innovación tecnológica, planteada desde la época dorada del capitalismo.
La relación entre ambas “trampas históricas” la encontramos en una crisis de liquidez que está azotando al mundo, lo cual nos conduce a lidiar con el aspecto financiero-monetario. En esto, El Salvador destaca por su dolarización, que en las circunstancias actuales debería generar un debate sobre la conveniencia de devolver al país el poder de emitir una moneda fiduciaria, devaluando y diversificando sus reservas, dotando al Estado de mayores recursos fiscales para pagar las pensiones, brindando mayor liquidez a los productores, apoyando al sistema financiero para las exportaciones, haciéndolo más competitivo, pues el patrón actual de acumulación de capital en la región se ha vuelto inviable, en la medida que los bancos se han estado apoyando en la recolección de remesas para destinar créditos al consumo.
Aunque el extremo de la desdolarización se pretenda evitar por considerarlo demasiado complicado, es necesario reconocer que, como le ocurrió a Argentina en 2001, la crecida deuda nacional nos está llevando a una situación de impago que amenaza con el cierre del financiamiento, algo serio para un país que depende del mercado externo para sostener sus patrones de consumo. Este debate debe ser acompañado por la transformación de las estructuras productivo-comerciales. Si queremos superar esta crisis, debemos pasar de un esquema de baja productividad a su contrario, teniendo a la base la comprensión de la fragilidad de nuestra interacción con el medio natural y obligándonos a hacer un uso más eficiente de los recursos.
* Gabriel Escolán Romero, docente del Departamento de Ciencias Jurídicas.