Todo al Altísimo

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Virginia Lemus
10/01/2019

A medida se acercan los comicios de febrero de 2019, la desesperación de las fórmulas presidenciales parece aumentar. Ante la falta de disposición de abordar con seriedad los temas urgentes de nación, la propaganda difundida por redes sociales, televisión y prensa tradicional ha renunciado a exponer posturas y asumir compromisos concretos.

No hay espacio para desmentir afirmaciones vacías ni voluntad en las fórmulas de Arena y el FMLN para hacer frente a los numerosos errores de las gestiones anteriores. Ninguna fórmula política tiene tampoco la entereza de hablar sobre cuán riesgosa es la ligereza con la que Nayib Bukele sugiere que se fragua un fraude electoral. Ante la falta absoluta de propuestas, la conversación parece estar dominada por el pánico a la derrota.

Es claro que no hay diferencias de peso entre las fórmulas en contienda. Lo saben los comités de campaña de todas ellas y es por ello que rara vez hablan de planes de gobierno o propuestas concretas, sino que se centran en la persona del candidato: su supuesta integridad, inteligencia, destreza para los negocios y su novedad: postulantes desligados de la estructura de poder actual, aunque tras llegar al Gobierno busquen preservarla tal cual. Se habla, también, de los aspectos que otrora se consideraban parte de la esfera privada de la vida en sociedad: el credo que cada quien profesa.

Se ha dicho durante siglos que el credo es personal, que pertenece al ámbito privado de cada quien, junto a su sexualidad y otras expresiones de la vida humana. Esta afirmación presupone que las instituciones religiosas no ostentan poder social, especialmente en territorios que fueron colonizados no solo mediante el poder militar, sino también a través de la imposición de sistemas económicos sostenidos, entre otros, por representantes de cleros.

La relación entre el poder político y las religiones mayoritarias suele ser ejemplificada únicamente por los Estados confesionales, pero es tangible también en El Salvador, donde el cristianismo ha sido utilizado por los distintos poderes políticos para negar derechos a las mujeres y población LGBTI, justificar masacres contra poblaciones rurales, el asesinato de pandilleros, restringir los contenidos de la educación pública y censurar espectáculos musicales.

Los políticos salvadoreños suplen la falta de propuestas y de voluntad para abordar con seriedad los temas que afectan a la población con una pública confesión de fe cristiana. El candidato podrá no saber qué hacer, pero confía en Dios y Su Sabiduría para que Él le diga cómo proceder. A esa afirmación le siguen aplausos de la audiencia. El candidato, porque siempre es un hombre, parece ser humilde, siervo. Reconoce su debilidad ante lo compleja que es la situación nacional. Deja, pues, todo al Altísimo.

La religión, en ese sentido, parece estar por encima de cualquier ideología y la supera. Evocar al cristianismo en el entorno electoral salvadoreño es erradicar cualquier duda sobre la idoneidad de un candidato porque en su boca, y en el ideario nacional, el cristianismo y el conservadurismo autoritario son uno mismo. No hay espacio para la justicia restaurativa ni el Cristo de los pobres y los marginados. El cristianismo que evoca el político es anterior al Concilio Vaticano II y se atrinchera a cal y canto en una visión de mundo donde el pobre sufre porque así lo quiere Dios y no porque exista un sistema económico que le explota. Su recompensa, pues, será en el Cielo y no en el salario digno, mundano y terrenal.

Pero la mayor ventaja del cristianismo como metaideología no es su capacidad de socavar cualquier duda sobre las capacidades de quien lo emplea, sino la de satanizar a todo lo que esté por fuera suyo. No existe, desde esta postura, cualidad positiva alguna en quien no comulgue con este cristianismo conservador. El cristiano progresista es tan temido como la falta de credo; lo mismo ocurre con la profesión de cualquier otra fe. Confesar el cristianismo en el entorno político salvadoreño no es, pues, una afirmación religiosa, sino política. Se es conservador. Se busca preservar el estado actual de las cosas. Para hacerlo, no se tiene argumento alguno y se instrumentaliza lo único que se considera irrefutable para sí y los otros: Dios.

Nada convoca como el miedo y este es un país que lo ha comprobado de sobra. Más de una elección se ha ganado a punta del desacato al segundo mandamiento: no usar el nombre Dios en vano. Ejemplo de ello fue la campaña sucia contra Schafik Handal en los comicios presidenciales de 2004, cuando su ateísmo confeso fue instrumentalizado para disuadir al votante indeciso de apoyar su candidatura. Si bien muchas de las características personales de Handal resultaban poco atractivas para el electorado conservador, el énfasis de la campaña sucia en su contra tuvo como eje la negación del Dios cristiano y sus posibles consecuencias en el rumbo nacional.

Prueba de que la palabra “cristianismo” en realidad significa conservadurismo en el vocabulario electoral es que si se participa de los mismos intereses, poco importa el credo que se profese. Francisco Flores no era cristiano, pero evocaba el nombre del Dios a la menor provocación. Esta mención no habría bastado en los ajenos, pero el venir del seno de Arena y apegarse a los intereses del partido fue razón suficiente para disculpar su discrepancia religiosa.

La precariedad argumentativa de la actual contienda electoral ha dado pie para que el argumento del supuesto credo de Nayib Bukele y su negación pública del mismo sea instrumentalizado en su contra, arguyendo que si no puede ser honesto sobre la fe que profesa, no puede serlo con nada. En realidad, lo que preocupa y aterra a quienes esto afirman no tiene nada que ver con ello, sino con el evidente desinterés que tiene el candidato de GANA en aceptar para sí los intereses de la clase política dominante.

La figura de Bukele, ajena a las cúpulas partidarias tradicionales pero no a sus vicios, amenaza la sostenibilidad de un modelo de gestión del cual han participado los Gobiernos del FMLN y Arena. Incapaces de demostrar por sí mismos que merecen la confianza del electorado o que existen diferencias de fondo en su manejo de lo público, ambos partidos optan por evitar la conversación sobre los méritos, propuestas o debilidades del contrincante, y buscan invocar el pánico moral que representa negarse a hablar en público de algo que pertenece, en teoría, al ámbito privado.

Pero Bukele no busca distanciarse del cristianismo conservador como metaideología. De hecho, lo adopta para sí enfatizando sus raíces familiares en Belén, lugar de la Natividad. Bukele no apoya, por ejemplo, los derechos reproductivos de las mujeres ni el matrimonio igualitario para la población LGBTI. Tampoco busca modificar el régimen económico ni el abordaje de la seguridad pública. No hay, en teoría, nada en la fórmula de GANA que sugiera la posibilidad de un cambio real en la manera en que se han manejado los asuntos de nación ni una separación tajante de las premisas discursivas del cristianismo conservador.

Lo único que le distingue respecto de las otras es su marginalidad, aquella que resuena tanto en la sociedad salvadoreña que se sabe, también, por fuera de los beneficios del manejo del Gobierno. Ante la pobreza de argumentos y la nula disposición a asumir las fallas propias no queda más, pues, que apelar a lo irrefutable, lo único que vincula como iguales a la clase dirigente y al electorado, el único recurso discursivo que sigue firme tras la neoliberalización del FMLN, el único supuesto en el que Bukele no cabe.

* Virginia Lemus, de Vicerrectoría Académica.

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Anónimo
12/01/2019
10:28 am
Virginia la felicito por su articulo, me parece bien, las religiones no deben inmiscuirse ni utilizarse en las políticas de Estado dado que este por mandato constitucional es Laico, y como tal se debe respetar su laicidad.
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Anónimo
12/01/2019
08:53 am
Cual será la postura del Concilio Vaticano II respecto a "los derechos reproductivos de las mujeres" y el "matrimonio igualitario para la población LGBTI"? Bastante relativismo en la argumentación. Lo que sí queda claro es la notable manipulación del credo religioso que hacen todos los políticos sin excepción.
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