Traicionera excepcionalidad

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Rodolfo Cardenal
09/10/2025

La desconexión entre El Salvador de Bukele y la comunidad internacional quedó en evidencia al no acudir el mandatario a la Asamblea General de las Naciones Unidas por considerarlo un sinsentido. No pensó así Trump, el segundo en ocupar esa tribuna. Tampoco la mayoría de los presidentes latinoamericanos y los jefes de Estado europeos. Ni siquiera el controvertido primer ministro israelí dejó pasar esa oportunidad: acudió para defender su posición, a pesar del creciente repudio internacional, manifiesto en el reconocimiento del Estado palestino y en multitudinarias protestas populares. Mandatarios de todos los colores acuden a esa tribuna internacional para ventilar sus reclamos, expresar sus preocupaciones y exponer sus propuestas.

La ausencia de Bukele es una excepción rara. Explicó que no había acudido a Naciones Unidas porque la comunidad internacional no solo no retoma sus ideas, sino también le reclama democracia, derechos humanos y libertad de expresión. Resiente profundamente que Occidente pretenda darle lecciones a él, que ha construido un país excepcional. Solo cuenta el Washington de Trump, una apuesta fuerte, pero pasajera. De hecho, Bukele no sintoniza mucho con sus colegas, excepto con el argentino y el costarricense. La falta de afinidad dificulta aún más la promoción de su modelo, el cual, por otro lado, no es replicable, por impedirlo la institucionalidad y la opinión pública.

Fascinado con su obra, Bukele permanece atrapado en su excepcionalidad. La complacencia es tan intensa que desprecia abiertamente lo que sucede más allá de las fronteras nacionales. No tiene opinión sobre la guerra comercial librada por las grandes potencias, la persecución de los inmigrantes en Estados Unidos, el impuesto sobre las remesas y la inversión extranjera directa que no llega, cuestiones todas que inciden negativamente en el país. Las guerras y la militarización, las masacres, las hambrunas, las epidemias y el cambio climático no le interesan. Tampoco la situación comprometida de las tropas salvadoreñas desplegadas en Haití, donde se enfrentan con un crimen organizado equipado con armas de guerra, un enemigo mucho más combativo que las pandillas locales.

El aislamiento en la excepcionalidad es empobrecedor. La misma pobreza se observa en las periódicas cadenas nacionales. La retórica presidencial es monotemática. Bukele solo habla de su excepcionalidad, la cual, más allá de la seguridad asociada a la erradicación de las pandillas, no logra concretar, pese a detentar el poder absoluto durante más de seis años. No es un simple descuido, sino que El Salvador de Bukele no puede ser gobernado sin el régimen de excepción, que ha convertido la anormalidad en normalidad.

Este es el motivo de la ruptura con una comunidad internacional que exige institucionalidad democrática. Y es razón de peso para no comparecer ante ella. Tampoco valía la pena acudir para repetir lo ya dicho, en un auditorio seguramente desolado. A los interesados los remitió a los discursos anteriores. La novedad del presidente milenial y cool está agotada. Los gestos y los comentarios divertidos que llamaron la atención en sus primeras apariciones son irrepetibles. En definitiva, Bukele no está a la altura de los otros presidentes latinoamericanos. Así, pues, la decisión de no comparecer fue sabia.

Ahora bien, pensar que El Salvador puede prosperar al margen de la comunidad internacional es suicida. El aislamiento es perjudicial para el país de Bukele. La Ley de Agentes Extranjeros, que castiga la ayuda internacional por miedo irracional a unas influencias externas perversas no identificadas, ha dejado sin financiamiento a diversas actividades de carácter social, las cuales el Gobierno no puede retomar por carecer de fondos y de personal capacitado. Trágicamente, los sectores más afectados son los más vulnerables. El régimen prefiere castigarlos a dialogar y convivir con opiniones diferentes.

Aborrece “las injerencias ideológicas globalistas”, pero está influenciado por ellas, como muestra el intento por desterrar “el lenguaje inclusivo”. El miedo a dichas injerencias lo llevó a prohibir terminantemente el uso de esos giros lingüísticos en el sistema educativo, sin percatarse de que la orden se inscribe en otro movimiento ideológico igualmente globalista. La dificultad de uso no es el origen de la descalificación del lenguaje inclusivo, mucho menos el uso correcto del idioma nacional, sino la ideologización, la cual siempre es discutible. El aislamiento es incluso perjudicial para la proyección de la imagen del propio Bukele y su modelo. Ciertamente, al no presentarse en Nueva York, dejó pasar una oportunidad para insistir, presuntamente con más experiencia, en su extraordinaria novedad.

La diferencia incomoda e inquieta al régimen; muestra clara de inseguridad. Teme la exposición pública de sus debilidades y contradicciones. No encuentra en ellas una oportunidad para rectificar y fortalecerse. No puede ni quiere superarlas, porque equivaldría a un cambio de rumbo radical. La excepcionalidad es incompatible con la diferencia. La diversidad la pone nerviosa, irritable e intolerante. Sabe bien que no es tan única ni independiente como quisiera. En este sentido, la excepcionalidad es relativa. En su impotencia se aferra a las apariencias.

 

* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero. 

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