Falacias educativas

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Rodolfo Cardenal
06/11/2025

La renovación de la infraestructura escolar es cosa buena para el país. Sin embargo, el discurso que acompaña el anuncio peca de simplismo y ligereza. El enfoque es vago y el uso de los datos es frívolo. Sus números no coinciden con las estadistas oficiales. Infla el desempeño sin vergüenza. Si los presupuestos son equívocos, las expectativas no puede ser sino engañosas. El punto de partida de la educación de la dictadura es la delincuencia y su finalidad, por tanto, impedir que los jóvenes se conviertan en delincuentes.

El origen del fenómeno de las pandillas no es la ausencia de educación, sino la negación de oportunidades a varias generaciones de jóvenes. El capitalismo neoliberal impuesto en la década de 1990 se las cerró y, hasta el día de hoy, permanecen cerradas. No es casualidad que las pandillas cobraran fuerza en esa década. Es iluso pensar que becar a los bachilleres las abrirá. Eso no sucederá mientras no se reforme la estructura capitalista neoliberal, que divide la sociedad entre quienes acaparan las oportunidades y quienes no tienen futuro. Las decenas de miles de encarcelados que Bukele retiene son desechos, descartados por el orden neoliberal. La cultura del descarte, denunciada por el papa Francisco, tolera sin inmutarse que millones de seres humanos mueran de hambre o sobrevivan en condiciones indignas.

Mientras la cultura del descarte no sea revertida por otra de la inclusión, no habrá oportunidades. La atención a la infancia y la adolescencia, de la que presume Bukele, no crea esas oportunidades. Cuida el comienzo de la vida, pero luego la abandona a su suerte. Ni siquiera ha sido capaz de asentar sólidamente dicho cuidado. La beca universal tampoco es una buena solución. Pretende colocar el techo sin tener bien asentadas las bases del edificio. Probablemente, muchos becados se frustrarán cuando descubran que el bachillerato no los ha preparado para enfrentar el desafío de la educación superior.

La indisciplina de la juventud es, en gran medida, el reflejo de una sociedad donde prevalece la ley del más fuerte, comenzando por el mismo régimen de excepción que procede indiscriminada, arbitraria y violentamente. El mismo comportamiento se observa en todos los ámbitos de la vida nacional. Una muestra del libertinaje social es la investigación de un medio digital que detalla las operaciones de un escuadrón de la muerte donde figuran policías al servicio de un alcalde del oficialismo. Este ha recibido la información como si se tratara de una actividad común y corriente. En cierto sentido, lo es. El régimen de excepción tiene sus excepciones. Los jóvenes crecen y se desarrollan en este ambiente. No debiera extrañar entonces que se comporten igual que sus mayores.

Por otro lado, es imposible ofrecer una educación pertinente sin una planificación nacional, que explicite el rumbo del país a mediano y largo plazo. Decidir qué estudiar sin conocer la demanda laboral del país en el corto y mediano plazo es una apuesta de alto riesgo. La educación, al igual que el resto de la actividad gubernamental, discurre a ciegas, víctima de la improvisación. Pero el desarrollo no se improvisa. Uno de los atractivos de la inversión extranjera directa es el nivel educativo de la población.

Educar es mucho más que distribuir equipo tecnológico y material educativo. El discurso sobre la educación omitió los planes de estudio y el magisterio, elementos indispensables para garantizar una buena educación. Sin planes de estudio actualizados y pertinentes para los desafíos actuales, y sin un magisterio sólidamente formado y reconocido, la educación no supera la mediocridad. La evaluación anual de los bachilleres apunta en esa dirección. La tecnología, por muy avanzada que sea, no sustituye la interacción con un docente entregado a sus estudiantes.

La inconformidad y la rebeldía de la juventud es síntoma de un malestar profundo causado por la falta de oportunidades. La disciplina de corte militar somete, pero no erradica ese malestar existencial. El desengaño y la frustración aparecen cuando descubren el sinsentido de prepararse para un futuro inexistente. Entonces, la emigración y el crimen organizado se ofrecen como alternativas.

La educación no cultiva la paz en un orden neoliberal, por definición excluyente y violento. Es contradictorio desear la paz cuando el oficialismo siembra la división, el insulto, el odio, la venganza y la violencia. La paz no es compatible con la dictadura neoliberal. La paz verdadera exige redistribución equitativa del ingreso nacional, generación de empleo digno y bien pagado, seguridad jurídica e inversión pública en educación y salud, no en militarización. 

La educación no es el tema del último discurso de Bukele, tampoco la infraestructura escolar renovada, sino él mismo. Las futuras generaciones y la educación son un pretexto para destacar una vez más que no él es como los demás. Pero, muy a su pesar, gobierna tan neoliberalmente como ellos, descarta a las mayorías como ellos y se aprovecha del poder como ellos.

 

* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.

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