En El Salvador de Bukele es más probable caer en la pobreza y es más difícil salir de ella que antes de 2019, según las estimaciones del Banco Mundial. Los ingresos de los más pobres se redujeron desde el comienzo de la era de Bukele. Aunque la pandemia aumentó la posibilidad de caer y de permanecer en la pobreza extrema, esto no ha cambiado después de ella. Por tanto, esa tendencia se ha estabilizado y no cambiará sin políticas consistentes y viables, hasta ahora desconocidas. El abismo entre la mayoría aprisionada en la pobreza extrema y la minoría que acapara la riqueza nacional tiende a ser cada vez más profundo.
En este caso, Bukele no puede culpar a sus antecesores, como suele hacer, porque la pobreza prospera a partir de 2019. El Banco Mundial distingue tres periodos. Entre 2000 y 2009, pese a la crisis financiera de 2008, la pobreza experimentó una reducción moderada, impulsada por el retroceso de la pobreza extrema (cuando los ingresos del hogar son menores que el costo la canasta básica alimentaria). En la década siguiente (2009-2019), la tasa de la pobreza perdió 17 puntos. Solo la pobreza extrema retrocedió 9 puntos. Además, la recuperación del retroceso causado por la variación del costo de la vida y los desastres climatológicos es rápida. Todo ello pese a un crecimiento moderado del PIB per cápita.
Pero en 2019 esa tendencia se revirtió: la pobreza extrema aumentó. En 2021, también creció la relativa. Más hogares no pudieron adquirir la canasta ampliada. En principio, el retroceso se debió a la pandemia. Pero a finales de 2024, la pobreza total y la extrema eran superiores a las registradas antes de la epidemia, pese al crecimiento económico. En 2023, casi el 10 por ciento de la población total (600,000 personas) vivía en hogares extremadamente pobres.
En estos años, las familias pobres perdieron salarios, protección social y remesas. La mayor pérdida se registró en los salarios. Entre 2019 y 2023, solo hubo un ligero ajuste. En 2023, los salarios experimentaron un aumento promedio anual del 1 por ciento. En cambio, en la década 2009-2019, se multiplicaron por cinco. La reducción de la protección social agudizó la pobreza. Aunque en esa década el porcentaje de hogares pobres beneficiarios de los programas de protección social disminuyó (al pasar del 8 al 3.7%), el monto de las transferencias subió de 15 a 30 dólares. Pero en 2023, estas se redujeron a 19 dólares, así como también la cobertura de los programas de protección social, que disminuyó al 1.6 por ciento.
Las remesas muestran un comportamiento similar. En la década 2009-2019 crecieron a un ritmo anual del 4.5 por ciento en los hogares con menos ingresos y del 1.4 por ciento en el resto. Sin embargo, desde 2019, cayeron a una tasa promedio del 4.3 por ciento anual en los hogares más pobres y del 1.6 por ciento en los demás.
Los datos del Banco Mundial muestran la realidad agobiante de la pobreza que sufre un sector significativo de la población. Lo más grave es que no hay indicios de que esa situación se vaya a revertir en un plazo razonable. Al contrario, todo apunta a que la pobreza será cada vez más extensa y profunda. Las condiciones impuestas por el FMI para facilitar la viabilidad financiera del régimen de Bukele demandan, entre otras cosas, elevar los impuestos. Sería una auténtica novedad que los más castigados no fueran los ingresos medios y bajos, sino los más altos.
La pobreza es reversible. Ya ocurrió entre 2000 y 2019. A partir de entonces, Bukele ha patrocinado un crecimiento económico que olvidó a los más débiles y fortaleció a los más ricos y poderosos. Mientras estos pocos crecen de forma abrumadora, y escandalosa, el resto se hunde irremediablemente en la pobreza. Sin embargo, un crecimiento inclusivo, que distribuya equitativamente la riqueza nacional y las oportunidades puede erradicar la pobreza extrema y ampliar la clase media.
La deriva actual de la pobreza no se contiene con remiendos, porque el mal es estructural. Socorrer a una familia necesitada aquí y a otra allá como hacen los funcionarios es inmoral, porque manipula la miseria para promover intereses políticos particulares. El desafío consiste en promover la igualdad, el desarrollo sostenible y la inclusión social, aumentando los salarios y las transferencias internas, lo cual está al alcance de Bukele, y de las remesas, lo cual depende de su socio Trump.
Emprender una transformación de esa naturaleza requiere de capital político, algo que Bukele posee en abundancia, y de una voluntad de ejecución que no tiene. Ninguna superinteligencia artificial, ni siquiera una divina, libera de la pobreza sin la colaboración humana.
Los pocos espacios seleccionados por la dictadura para exhibir su gloria esconden una realidad sombría. No es oro todo lo que reluce. Esos brillos esconden una multitud de vidas deprimidas y deprimentes.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.