Muy próximos a la celebración de las fiestas navideñas, es importante tener presente qué es lo esencial en ellas. La sociedad de consumo las ha convertido en un gran mercado, en el que lo más importante es comprar, comprar y comprar, haciéndonos creer que en la adquisición de bienes y servicios se encuentra la felicidad. De ese modo, la Navidad es la época del año en la que más se gasta, en la que los comercios obtienen las mejores ganancias y no pocos quedan endeudados para todo el año siguiente. Nada de esto tiene que ver con el verdadero sentido del 25 de diciembre.
En Navidad se celebra el nacimiento de un niño que será el salvador de la humanidad. Un niño que vino al mundo en extrema pobreza. Un niño que nació en un pesebre, junto a un campamento de cientos de familias que iban a censarse a Belén, y que, como José y María, sus padres, tampoco encontraron posada. Lo que caracteriza al nacimiento de Jesús es la pobreza, la sencillez y la vulnerabilidad. La ausencia de todo, a excepción del calor humano y la solidaridad en la situación compartida, el amor de los padres, la alegría por una nueva vida. Nada de luces de colores, ni árboles engalanados, ni regalos caros, ni comidas abundantes y sofisticadas. Solo un niño acostado en un pesebre, una fogata que alumbra y calienta al recién nacido y a sus padres, y una corte de pobres que los rodea compartiendo su alegría.
La esencia de la Navidad es celebrar la acción salvadora de Dios, que se hace uno de nosotros encarnándose en el niño Jesús. Así, Dios viene al mundo y pone su tienda en medio de la humanidad con el fin de redimirla. Para los cristianos, ese es el principal motivo de alegría en estas fechas, y por eso recordamos una y otra vez que Dios se hace cercano, que no ha abandonado a una humanidad rebelde que continuamente lo rechaza, apostando fácilmente por el mal. Dios irrumpe en este mundo para darnos a conocer su proyecto de amor, para conquistar nuestros corazones, para enseñarnos que la plenitud se alcanza en el amar y servir, en la solidaridad con nuestros hermanos.
No hay Navidad verdaderamente cristiana sin amor a los demás, sin deseo y verdadero compromiso de trabajar por una nueva sociedad, fundamentada en la igual dignidad de toda persona humana, en la justicia y en la solidaridad. No hay Navidad si despreciamos a los que no tienen nada, si excluimos de nuestra vida a los empobrecidos y a los marginados, si no buscamos activamente el bien común. No hay Navidad si nos olvidamos de aquellos que pasan hambre o sed, viven en las calles o están presos en las cárceles. La auténtica Navidad nos invita al amor desmesurado, a la compasión hacia el que sufre, a hacer todo lo posible por que cada día el mundo sea más humano y más justo para todos sin distinción alguna.