Una investigación periodística sobre el modo de operar de las pandillas, publicada en San Salvador y New York, pone en evidencia lo poco que sabe la Policía al respecto. Ignorar la realidad no conduce a soluciones viables y eficaces. Sin inteligencia policial, es imposible combatir el delito. Sin especialistas con experiencia en seguridad ciudadana, no se puede proponer planes viables. Sin embargo, siempre es posible, y conveniente, contrastar los objetivos de los planes con sus resultados.
La evidencia empírica, arrojada por dicha información, permite concluir que las pandillas no son organizaciones terroristas internacionales, tal como afirma San Salvador, siguiendo a Washington. En efecto, Estados Unidos incluyó a la MS en una lista en la que figuran los carteles de la droga y las mafias mexicana, japonesa, italiana y rusa. Ciertamente, el producto de la extorsión, la principal actividad delictiva, asciende a millones de dólares. En concreto, el ingreso de la Mara Salvatrucha, según cálculos de la primera operación financiera de la Policía, puede ascender a un poco más de 31 millones de dólares anuales. Una buena parte de esa cantidad la destina a cancelar servicios funerarios y legales, a adquirir armas y munición, y a mantener a los detenidos y sus familias. Otra buena parte la distribuye entre sus 40 mil miembros. Por lo tanto, al final, a cada uno le toca una cantidad irrisoria. Los periodistas calculan que a cada pandillero le tocarían unos quince dólares.
En un extraño intento por separar al liderazgo de las bases, el Gobierno ha propagado la especie de que los líderes llevan una vida regalada, mientras que las tropas viven en la pobreza. Es probable que algunos se den ese tipo de vida. Ahora bien, el presunto cerebro financiero, capturado en la operación policial ya mencionada, residía en una vivienda alquilada de clase media baja y poseía dos vehículos, uno de ellos de 2006.
Tampoco existe fundamento empírico para afirmar que el dinero de la extorsión es invertido en grandes y lucrativas empresas. En la operación, la policía encontró 22 vehículos importados, pero usados. El valor del más caro asciende a unos 8 mil dólares. Adicionalmente, halló 34 mil dólares en efectivo y una taquería-bar, un puesto de verduras en un mercado rural y un restaurante de carretera. En una acción posterior, confiscó dos molinos y tres vehículos. Curiosamente, en los cuatro años anteriores, la mayor cantidad de dinero confiscada asciende a poco más de 6 mil dólares. Otra fuente policial no identificada por los periodistas reconoce que el dinero producto de la extorsión y las inversiones apenas les permite a los pandilleros vivir por encima de la línea de la pobreza.
Así, pues, según los datos disponibles, la economía de las pandillas es de “subsistencia delictiva”. La droga no es un negocio tan grande como parece. La pandilla vende droga en la calle, pero los traficantes no se fían de ella, por considerarla volátil. La cocaína incautada en 2011-2015 es un poco superior a los 13 kilos. La mayoría de los procesados fueron acusados por tenencia de una cantidad inferior a 2 gramos. La pandilla también incursiona en el comercio de armas y la prostitución. Por lo tanto, la principal actividad es la extorsión; la abultada cantidad de dinero que produce es lo que permite la sobrevivencia de la agrupación.
Cabe, pues, preguntarse cómo una organización de tan pocos recursos puede tener en vilo a la sociedad y al Gobierno salvadoreños. A la luz de la información periodística, se puede adelantar que, en parte, se debe a la fuerza de los números: entre 60 y 70 mil pandilleros, activamente presentes en la mayoría de los municipios. Todos ellos tienen un objetivo común: conseguir dinero, mediante la extorsión, para sobrevivir y, en la medida de las posibilidades, para formar parte de la sociedad de consumo. En parte, porque extorsionan a la generalidad del comercio. En parte, por su poder letal, derivado de su firme determinación de captar dinero o matar. El poder desproporcionado de las pandillas le cuesta al país, según el Banco Central de Reserva, unos 4 mil millones de dólares anuales.
El apunte de un adolescente, en un cuaderno encontrado por la Policía, es elocuente. Cuando muera, el joven desea ser recordado como “un soldado callejero fuerte, un delincuente comprometido y a la hora en que suenen los balazos, quiero que se diga ‘presente’”. Aunque el pandillero obtendría un ingreso superior en las cosechas de agroexportación, el abandono, la falta de oportunidades y el acoso social y policial lo empujan a la pandilla, donde encuentra algo menos tangible, pero más valioso: pertenencia, reconocimiento y respeto.