Utopía y profecía

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"Solo utópica y esperanzadamente podemos tener ánimos para intentar con los pobres y los oprimidos del mundo revertir la historia" es el lema para de este vigésimo segundo aniversario de los ocho mártires de la UCA. La frase es parte del último artículo teológico de Ellacuría, escrito pocos meses antes de su asesinato y que se titula "Utopía y profetismo desde América Latina". Según Jon Sobrino, Ellacuría escribió sobre este tema no por razones de erudición teórica, sino más bien por humano y por cristiano; para expresar el dolor de las víctimas y denunciar la pobreza, la represión y la muerte; para expresar esperanza y anunciar la posibilidad de vida; para expresar su propia visión de lo último de la realidad.

Con el profetismo se mantiene una actitud crítica frente a los males del mundo, se denuncia y se desenmascara la injusticia. Con la utopía se buscan soluciones realistas, éticas y posibles a esos males. Para Ellacuría, si se presentan por separado, utopía y profetismo tienden a perder su efectividad histórica y propenden a convertirse en escapismo idealista, con lo que, en vez de constituirse como fuerzas renovadoras y liberadoras, quedan reducidas, en el mejor de los casos, a funcionar como consuelo subjetivo de los individuos o de los pueblos. Debe pues, según el rector mártir, haber una mutua referencia: tiene que haber utopía porque la profecía nos dice que hay un mal que superar, y puede haber profecía porque la utopía nos dice que existe la posibilidad del bien.

En términos proféticos, Ellacuría mantuvo una fuerte crítica a lo que denominó "civilización de la riqueza y del capital". Una civilización que, como base fundamental de desarrollo, de la propia seguridad y de la posibilidad de un consumismo siempre creciente, propone la acumulación privada del mayor capital posible por parte de individuos, grupos, multinacionales, Estados o grupos de Estados. Ellacuría reconoce que este tipo de civilización ha traído algunos bienes de carácter científico y técnico que deben ser conservados; pero también ha traído males mayores como la exclusión, el empobrecimiento de mayorías y su tendencia depredadora y despilfarradora de recursos.

Frente a esa realidad deshumanizante, Ellacuría propuso utópicamente la "civilización de la pobreza" que, a diferencia de la predominante, está fundada en un humanismo que rechaza la acumulación del capital como motor de la historia y la posesión-disfrute de la riqueza como principio de humanización, y que hace de la satisfacción universal de las necesidades básicas el principio del desarrollo y del acrecentamiento de la solidaridad compartida, factores claves de humanización. A ese nuevo orden económico, añade, corresponde un nuevo orden social, político y cultural. En lo social, se busca el bien comunitario desde medios y por presión comunitarios, sin delegar esta fuerza en instancias políticas que no suelen representar adecuadamente estos intereses. De un sistema político nuevo se espera que contrarreste los abusos, atropellos y exigencias del capital; signos como la valoración de los derechos humanos, la apertura democrática y la solidaridad mundial son, entre otros, manifestaciones de este nuevo orden político. En lo cultural, se ha de pretender una cultura liberadora de las ignorancias, temores, presiones internas y externas, en busca de una verdad cada vez más plena y de una realidad cada vez más plenificante. Según el rector mártir, la consigna de la nueva cultura debería ser "que todos tengan vida y la tengan en abundancia".

En el pensamiento de Ellacuría, pues, recogido como lema de este aniversario, hay una constatación, un compromiso y una esperanza. Se constata que la civilización predominante (de la riqueza) está gravemente enferma; para evitar un desenlace fatídico y fatal, es necesario el compromiso con cambiarla desde dentro de sí misma. Dicho en otras palabras, frente a esta realidad que le niega a las mayorías el derecho de participar y gozar de los bienes materiales, y que incluso les niega el derecho a tener esperanza, la profecía utópica de Ellacuría resulta beligerante, necesaria y humanizadora. Eduardo Galeano explica de forma creativa y visual estos rasgos utópicos en uno de sus escritos: "Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible: el aire estará limpio de todo veneno que no venga de los miedos humanos y de las humanas pasiones; en las calles, los automóviles serán aplastados por los perros; la gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor; el televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia, y será tratado como la plancha o el lavarropas; la gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar (...); los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas; los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas; los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos; los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas (...); la muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes, y ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero (...); el mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra; la comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos humanos; nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión; los niños de la calle no serán tratados como basura, porque no habrá niños de la calle (...); la educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla; la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla; la justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda".

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