Este 20 de febrero el Idhuca presentó su informe anual sobre los derechos humanos en El Salvador. La fecha se escogió por ser el Día Mundial de la Justicia Social, proclamado por las Naciones Unidas en 2007 para reflexionar sobre temas de justicia básica que nos comprometen a todos. En el informe se toca toda una serie de problemas, desde atentados contra la vida hasta carencias profundas en los derechos económicos y sociales. El tema de la violencia, en sus muy diversos aspectos, tiene en el documento una presencia fuerte. La urgencia de una cultura de paz nos lleva describir la violencia existente no para recrearnos en ella ni para atacar a nadie, sino para caer en la cuenta de la necesidad de cooperar entre todos y en todos los ambientes y estructuras en las que se puede vislumbrar violencia o causas de la misma. La violencia intrafamiliar, por ejemplo, es fuente de otras violencias que posteriormente nos afectan a todos. En Estados Unidos se ha hecho un estudio que demuestra que en las diez masacres recientes más mortíferas, nueve de los homicidas tenían un récord de abuso y violencia contra mujeres. El mismo estudio (“Everytown for Gun Safety”) asegura que el 54% de los asesinos masivos entre 2009 y 2016 acumulaban denuncias de violencia doméstica. Matar y asesinar es el final de un proceso en el que la violencia ha ido creciendo, a veces desde simples palabras despectivas o desde el desprecio a la miseria y la pobreza que caracteriza a nuestras sociedades.
Marginamos, estigmatizamos a los pobres, los ofendemos con la riqueza exagerada y exhibicionista de unos pocos y finalmente terminamos pensando que la violencia puede solucionarse con más violencia, esta vez ejercida por el Estado. Al mismo tiempo, nos olvidamos de las medidas preventivas, como por ejemplo un control radical de armas (como si éstas debieran estar en manos particulares para defender a los buenos). No importan los resultados de otros países; no faltan entre nosotros quienes quieren armar a la población civil. Por si ayuda a pensar, valga el ejemplo de tres países desarrollados: Estados Unidos, Israel y Japón. Estados Unidos tiene una de las mejores policías del mundo. A pesar de eso, no puede prevenir los asesinatos masivos como el reciente de Parkland, Florida, con sus 17 muertos. Es facilísimo comprar armas, incluso largas. El índice de homicidios es de 5.0 por cada cien mil habitantes al año. Israel, con todos los problemas internos que tiene por su obstinación de no reconocer la existencia del Estado palestino, tiene un severo control de armas. Su índice de homicidios es de 1.5 por cada cien mil habitantes. Japón, que tiene un control exhaustivo de armas en manos privadas, tiene solamente 0.3 homicidios por cada cien mil habitantes. Entre nosotros no hay recuento de tenencia de armas en manos civiles, pero no hay duda de que abundan. La PNC informa que el 72% de los homicidios se comete con armas de fuego. ¿Hacemos algo para controlar radicalmente la tenencia de armas en manos particulares?
En el entorno del edificio de la ONU se puede ver una escultura de un hombre tratando de convertir un arma, una espada, en un instrumento de labranza. Es la vieja promesa de Dios anunciada por el profeta Isaías: “De las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, ni se adiestrarán para la guerra” (Isaías 2, 4). Las armas no son solución para los problemas de violencia. Al contrario, son un obstáculo para encontrar la paz. En El Salvador, la construcción de una cultura de paz debe comenzar, a nivel nacional, por el respeto sistemático a los derechos humanos en todos los aspectos; y, a nivel particular, por una actitud personal de respeto a todos los que nos rodean, empezando por la propia familia. Actitud que desbanca todo machismo, toda competitividad en el tráfico, todo espíritu de venganza, todo abuso de poder.