Empecemos enlistando algunas de las noticias publicadas en las últimas semanas sobre el drama de los niños, niñas y adolescentes emigrantes que, indocumentados y sin compañía de parientes, cruzan la frontera con Estados Unidos y son detenidos por las autoridades migratorias. 20 de junio: autoridades federales cancelaron un plan para llevar a cientos de menores centroamericanos a una escuela privada sin labores en Lawrenceville, Virginia, después de que los vecinos se opusieran. 1 de julio: en Murrieta, California, camiones de Seguridad Nacional que transportaban a niños y familias de migrantes fueron desviados a una instalación en San Diego porque manifestantes impidieron que el grupo llegara a un centro de procesamiento suburbano. 9 de julio: el concejo ciudadano de League City, Texas, aprobó una resolución donde señala que la ciudad no cooperará con ninguna solicitud federal para albergar a los migrantes que llegaron ilegalmente al país. 14 de julio: alguien escribió un grafito ofensivo en la pared de un antiguo edificio militar en Westminster, Maryland, que se estudiaba como posible albergue. En el grafito se leía la palabra "ilegales". 15 de julio: unas 50 personas ondeando banderas, fusiles y pistolas llegaron a Westminster, Maryland, para protestar por la propuesta de una organización social para recibir a los menores migrantes en un centro de entrenamiento. 16 de julio: en Oracle, Arizona, mientras esperaban que llegara un autobús con niños migrantes, manifestantes mostraron pancartas donde pedían deportar a los menores. Incluso detuvieron un autobús que solo transportaba a estudiantes locales.
"Vuelvan a casa", "Dejen de tirar a sus ilegales aquí", "No a la amnistía" y "No se puede" fueron algunas de las consignas que repetían los protestantes en diversos estados del país norteamericano. En ellas se pusieron de manifiesto actitudes y sentimientos contrarios a la idea de que todos formamos parte de una gran familia, la humana. Contrarios a los valores cristianos con los que la gran mayoría de la población estadounidense se autoidentifica (más del 80% dice ser cristiano, entre católicos y evangélicos). Y aunque esas expresiones no pueden generalizarse a todos los habitantes de ese país, sí representan el sentir de un buen sector de la población y de las corrientes políticas antiinmigrantes. Ahora bien, los hechos tras estas noticias nos permiten repensar cosas importantes. Por ejemplo, cómo ser mejores humanos y cristianos; repensar desde la inspiración cristiana la dignidad de la persona y sus derechos fundamentales; repensar, en definitiva, la percepción del migrante indocumentado, que suele ser visto como alguien extraño, hostil y peligroso. En la tradición bíblica, encontramos una serie de intuiciones y normativas que pueden ayudar a cambiar esa percepción tan perjudicial como inhumana. Veamos.
Se sabe que el elemento más destacado del tratamiento de la migración en la Biblia, y que constituye la principal novedad de Israel respecto a los pueblos de su entorno cultural, es la presencia del emigrante en los textos legales. Entre las primeras leyes de protección de los sectores más débiles de la población, figuran tres que tratan de los emigrantes: Éxodo 22, 20: "No oprimirás ni maltratarás al emigrante, porque ustedes fueron emigrantes en Egipto"; Éxodo 23, 9: "No oprimirás al emigrante, ustedes conocen la suerte del emigrante, porque fueron emigrantes en Egipto"; y Éxodo 23, 12: "Durante seis días, harás tus trabajos, pero el séptimo día descansarás, para que reposen tu toro y tu asno, y se repongan el hijo de tu esclava y el emigrante". Está claro que la indefensión de los extranjeros por no gozar de los derechos de los israelitas convierte a los emigrantes en un grupo muy vulnerable a la opresión, explotación y vejación. En consecuencia, la ley responde a esta situación de alta precariedad.
La emigración desde Egipto de los patriarcas de Israel es el motivo histórico de estas normas. La memoria de su pasado de sufrimiento es el espejo donde la sociedad israelita ha de mirarse para encontrar en su identidad histórica los fundamentos de una ética de la igualdad, de la compasión y de la solidaridad. Y también obedece a una tradición judeocristiana contracultural: la defensa y servicio a los pobres. Recordemos en este sentido el Dodecálogo siquemita (Dt 27, 15-26), en el que la conducta recta se formula a modo de maldiciones. Allí encontramos esta frase: "Maldito quien defraude de sus derechos al emigrante, al huérfano o a la viuda" (v. 19). Tenemos aquí a los tres grupos de personas más débiles en el antiguo Israel. El emigrante porque reside fuera de su tierra, lejos de la protección natural de su familia. Huérfanos y viudas porque en una sociedad machista la muerte del varón deja a la mujer y a los hijos desprotegidos. Así, haber convertido la memoria del sufrimiento y la tradición de los oprimidos en razón y argumento de las leyes que miran por el bienestar y la liberación de pobres y emigrantes es el camino de la consecución del derecho y la justicia seguido en el pensamiento bíblico.
Un tipo de maldición similar lo encontramos en el Nuevo Testamento (Mateo 25), en el marco del juicio a las naciones ante el Hijo del Hombre en su venida gloriosa. Los criterios de justicia que se tendrán en cuenta en el juicio final revelan, en primer lugar, la identificación plena de Jesús con todos los que viven situaciones de miseria ("Tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, era emigrante y me recibieron"); en segundo lugar, muestran que Jesús considera hermanos suyos a todas las personas con las que se identifica por haber sido víctimas de condiciones vitales extremas (hambrientos, sedientos, emigrantes, etc.). Pero el texto también incluye una maldición dirigida al ser humano por no prestar atención a los más necesitados: "Aléjense de mí, malditos (...), pues tuve hambre y no me dieron de comer, tuve sed y no me dieron de beber, era emigrante y no me recibieron" (Mt 25, 41-43).
Esta atención y protección del emigrante por razones de justicia es actualizada en el mundo moderno por el Concilio Vaticano II. En la Gaudium et spes, leemos lo siguiente: "Con respecto a los trabajadores que provienen de otros países y de otras regiones y que prestan su cooperación al crecimiento económico de una nación o provincia, conviene evitar toda discriminación en materia de remuneración o de condiciones de trabajo. Además, todos, en particular los poderes públicos, deben acogerlos como personas, no como simple mano de obra útil a la producción. Deben ayudarlos para que puedan llamar junto a sí a la familia, y procurarse un alojamiento decente, y favorecer su inserción en la vida social del país o de la región que los acoge. Pero en cuanto esto sea posible, se habrán de crear en la propia región las fuentes del trabajo". El texto está claro: la atención y protección del emigrante es una cuestión de justicia y de respeto a los derechos fundamentales de la persona, no simplemente una cuestión humanitaria.
El papa Francisco ha dicho recientemente que el incremento de la movilidad humana es uno de los signos de estos tiempos, un fenómeno que trae consigo grandes promesas junto a múltiples desafíos. Muchas personas forzadas a emigrar sufren y a menudo mueren trágicamente. Frente a esta situación, ha planteado que es "necesario un cambio de actitud hacia los emigrantes y refugiados por parte de todos. Pasar de una actitud de defensa y de miedo, de desinterés o de marginación (...), a una actitud que tenga a la base la cultura del encuentro, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor". Además, Francisco hizo un llamado de atención sobre las decenas de miles de niños que emigran desde Centroamérica y desde México. La emergencia humanitaria, sentenció, debe implicar ser atendidos y protegidos. Nosotros agregamos que desde la perspectiva cristiana, es un deber y una responsabilidad con la familia humana.