Voluntariado: preocupación real por el otro

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Marcos César Ortiz
07/11/2012

La sociedad actual parece tener sus bases erigidas sobre el egoísmo y el interés propio. Para muchos, el valor de la persona está basado en sus posesiones materiales o en su utilidad para el mantenimiento de la mentalidad predominante. El trabajo que realizan las personas ya no se mira como una contribución al bienestar social, menos aún dirigida a la mayoría de la población del país.

En la actualidad, el voluntariado se piensa, en la mayoría de casos, como una actividad que se puede realizar en el tiempo libre, cuando no se tiene nada más importante que hacer, cuando no se contrapone a la comodidad individual y, sobre todo, cuando no conlleva un compromiso o una responsabilidad personal. Pero debería entenderse como un donar tiempo de manera gratuita, sin la pretensión de cambiar la forma de pensar o de actuar de la persona que recibe la acción.

El voluntariado, como lo explica el pensador español Agustín Domingo Moratalla, retomando las palabras de Paul Ricoeur, se basa en dos morales: una, la de la cooperación; la otra, la de la gratuidad. En la primera se considera a los ciudadanos en términos de igualdad, pero no en el sentido de homogeneidad, sino de manera que la atención y preocupación hacia las personas que viven en pobreza nazcan de un deseo de que ellas logren una igualdad de oportunidades. Es decir, que los más necesitados puedan tener acceso a un sistema de salud, educación y protección social de calidad y que respete sus derechos humanos. Trabajar con el objetivo de alcanzar esta meta es estar motivado por una moral de la justicia.

Por otra parte, para Moratalla, ejercer el voluntariado con la motivación de amar al prójimo es encuadrase en una moral de la gratuidad. Por tanto, la gratuidad tiene que ver, en primera instancia, con una expresión de amor. Pero ¿cómo podemos entender este amor?, ¿hacia quién se orienta? Sobre todo, se orienta hacia uno mismo, pero no en un sentido egoísta. Es el amor hacia la realización personal; y dado que todos tenemos el mismo deseo, que de un modo u otro todos buscamos lo mismo, entonces de ese amor nace una preocupación constante por quienes nos rodean.

El voluntariado debe partir de la moral de la gratuidad, porque da paso a que se desarrolle la moral de la justicia. Si la persona se ama a sí misma y ama a quien comparte una misma situación, entonces, inevitablemente, nacerá una preocupación verdadera por el destino del otro y, por tanto, un deseo de justicia. Entonces, ¿por qué "gratuidad"? Por la entrega de tiempo, esfuerzo, sacrificio, comenzando con los más necesitados hasta llegar a todos, y sin el deseo de cambiar a las personas o de imponer el criterio propio, menos aún sin la pretensión de recibir algo a cambio.

Todo lo anterior conlleva un valor fundamental: la fraternidad o —usando una palabra que hoy en día ha perdido mucho de su significado auténtico— solidaridad. Es decir, el acompañamiento y colaboración entre las personas; una actitud que nace del amor al prójimo. Este valor entra en discordia con la mentalidad predominante, que empuja al ser humano a preocuparse únicamente por su interés individual. Sobre esto, el padre Dean Brackley dijo que "así como el camino del mundo consiste en una movilidad social hacia arriba e individualista, el camino de Cristo es una movilidad hacia abajo que conduce a la solidaridad".

En una sociedad donde el interés propio se antepone a lo colectivo, es necesario fortalecer en cada persona una preocupación real por el otro. Se debe potenciar una responsabilidad desde cada individuo hacia las necesidades presentes en la sociedad. Pero no una responsabilidad efímera, que se presente solamente cuando ocurra un acontecimiento que cause daño a un sector de la población, sino una responsabilidad que sea visible en cada labor diaria. En este sentido, el voluntariado debería orientarse a ser un modo común, cotidiano, de entender y emprender las acciones y las relaciones que se dan en la sociedad.

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Anónimo
08/11/2012
21:25 pm
Para reflexionar y aplicar en nuestra realidad cotidiana.
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