Desde 2008 vivimos una crisis económica mundial de proyecciones todavía insospechadas. Aunque lo normal es que este tipo de situación se mida en números (cuánto ha aumentado la tasa de desempleo o cuánto ha caído la productividad, por ejemplo), no debemos perder nunca de vista la suerte de los más pobres. Y no hace falta profundizar mucho para darse cuenta de que los más desfavorecidos con esta crisis son las grandes mayorías, es decir, los mismos de siempre. De acuerdo a respetados economistas, las medidas aplicadas por los Gobiernos para afrontar la crisis no están orientadas a rescatar a los ciudadanos que han perdido su empleo, su vivienda y/o su estabilidad, sino a los grandes ricos, como los dueños de los bancos.
En Estados Unidos, donde miles de millones de dólares se destinaron a salvar a los bancos y así, supuestamente, ayudar a la gente, ha crecido el número de pobres. Los datos del último censo revelan que 150 millones de estadounidenses, casi uno de cada dos habitantes, son pobres o tienen una renta por debajo de la media. Y esto sucede mientras el salario promedio de los grandes ejecutivos de Wall Street subió un 20% el último año. Para Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía, datos como estos revelan que la sociedad estadounidense es cada vez menos justa, resquebrajándose así una de las piedras angulares del denominado sueño americano. En la tierra de las oportunidades, al igual que en otras regiones del mundo, hay gente que se ha vuelto más rica a costa del empobrecimiento de muchos.
Según el reporte anual de la consultora especializada en consumo de lujo Wealth-X, con sede en Singapur, a pesar de la crisis en Europa y de la desaceleración de la economía mundial, la cantidad de supermillonarios se ha incrementado durante el último año. Las personas que entran a esta lista son las que tienen 30 millones de dólares o más, y representan a un 0.002% de la población global. Lo más llamativo de este reporte es que la región del mundo en la que han aparecido más supermillonarios es América Latina, con Brasil, México, Argentina y Colombia a la cabeza. Aunque lejos de ellos, Guatemala cuenta con 235 de estos ricos, que en conjunto acumulan un patrimonio de 28 mil millones de dólares, superando a Honduras (205, con 27 mil millones de dólares en total) y a El Salvador (145 millonarios, con 20 mil millones de dólares en conjunto).
Por tanto, la crisis mundial a la que se le achaca la mala situación económica del país no afecta a todos los salvadoreños; existe un reducido grupo cuya inmensa riqueza no solo se mantiene, sino que aumenta. Esta desigualdad tan aguda es el rostro actual de una injusticia tradicional. Igual de injusto es que, mientras por insuficiencia de fondos se retrasa el pago de los empleados gubernamentales, los diputados de todos los colores decidan aumentar el presupuesto de la Asamblea para el ejercicio 2013. Argumentan inflación y nuevas actividades, pero no aplican los mismos argumentos para legislar a favor de la mayoría de la población que apenas sobrevive en el país. Por su parte, los grandes empresarios señalan con lujo de detalles y epítetos que el Gobierno no tiene dinero por la mala gestión, pero se niegan a reconocer los efectos de su propia voracidad y de su permanente oposición a una reforma fiscal justa. Asimismo, algunos grandes medios de comunicación resaltan la difícil situación financiera más por responder a su agenda política que por una auténtica preocupación por la población que sufre en carne propia la crisis económica.
Si una persona o institución se preocupa de verdad por el país, tiene que preguntarse por la situación de la mayoría de la gente, más que por las cifras macroeconómicas. Esta crisis, como muchas otras, afecta especialmente a los ya desfavorecidos y es a ellos a quienes debemos tener en el centro de nuestro interés y como objetos prioritarios de las medidas que se implementen para enfrentar la debacle económica.