Este año se cumplen 80 años de relaciones diplomáticas entre Japón y El Salvador. Aniversario que los representantes de este país amigo están celebrando con entusiasmo y satisfacción. Y es que a lo largo de estas ocho décadas —pero especialmente en las últimas tres— se ha ido tejiendo una densa red de relaciones entre ambas naciones, en cuyo marco la cooperación japonesa ha supuesto un importante apoyo al desarrollo local. El Salvador ha recibido apoyo técnico y financiero de Japón, con el fin de fortalecer las capacidades y responder a las demandas de la población más vulnerable. Japón contribuyó a la construcción del aeropuerto de Comalapa y apoyó decididamente la reconstrucción de la infraestructura vial al terminar la guerra. Ha sido socio del Ministerio de Educación en la construcción de decenas de escuelas públicas; del Ministerio de Salud en la lucha contra el mal de Chagas; ha financiado proyectos de agua potable en comunidades rurales; apoyó la construcción del Megatec y del puerto de La Unión; y más recientemente ha respaldado el desarrollo de la Policía Comunitaria.
Después de los terremotos de 2001, que dejaron más de 100 mil casas destruidas o gravemente dañadas, especialmente en el área rural, Japón contribuyó al desarrollo y la elaboración de un marco normativo para la construcción de viviendas sismorresistentes asequibles para las familias de escasos recursos. A eso hay que sumar su decidida y generosa ayuda tras los cuantiosos daños del huracán Mitch en 1998 y las tormentas Ida y E-12. Todos estos proyectos han sido de gran beneficio para el país, y lo más importante es que han tenido en cuenta a la población vulnerable, buscando fortalecer sus capacidades en aras de superar la pobreza, no solamente atender sus necesidades inmediatas.
La solidaridad de Japón con El Salvador hunde sus raíces en las similitudes entre ambos países. La alta densidad poblacional, la escasa tierra cultivable y la vulnerabilidad ante los fenómenos naturales, especialmente huracanes, sismos y tsunamis, son realidades comunes que despiertan en los japoneses el deseo de compartir su experiencia y contribuir a que El Salvador encuentre caminos de desarrollo, al igual que ellos. Además, ni Japón ni El Salvador disponen de recursos naturales y energéticos en abundancia. En ambos países, el recurso más importante es la gente, su talento y su capacidad para trabajar y producir, y sobre ello es que debe sustentarse cualquier plan de desarrollo que se quiera impulsar.
Este aniversario coincide con la aprobación de una nueva carta de cooperación para el desarrollo por parte de Japón. Este documento orientará la cooperación nipona en los próximos años; más importante aún, está acorde con los planteamientos de Naciones Unidas sobre desarrollo humano. Japón, un país rico y capitalista, quiere orientar su cooperación hacia el fomento de un desarrollo al servicio de las personas, de modo que estas puedan alcanzar una verdadera calidad de vida. Para ellos, el crecimiento económico debe ir acompañado de políticas de inclusión social que ofrezcan las mismas oportunidades a toda la gente, de una decidida lucha contra la pobreza y del fomento de la capacidad para enfrentar la vulnerabilidad. Para la cooperación japonesa, sin estos tres pilares no es posible avanzar hacia un auténtico desarrollo. Y este convencimiento nace tanto de su propia experiencia como de las lecciones obtenidas en los países donde han impulsado programas de cooperación. Es fundamental que aprendamos de ellos, pues por más de doscientos años se ha pretendido alcanzar el desarrollo sin tener en cuenta esos tres factores.
La experiencia japonesa nos muestra que apostando por la gente y por su desarrollo, garantizando la educación y la salud, asegurando una vivienda digna y segura, cuidando y protegiendo el medioambiente, apostándole al desarrollo del talento de las personas como la mayor riqueza de un pueblo es posible lograr construir un futuro mejor. Agradezcamos a Japón su amistad y cooperación, y no dejemos pasar esta lección; aprovechémosla lo más que podamos.